Este artículo se publicó hace 15 años.
Los parias del cine
Extranjeros y ficción. Nuevos filmes se mueven entre la urgencia de la denuncia y la dificultad de recrear la realidad
¿Les dicen algo los nombres de Hansala y Jaama Mezwak? Hansala es una pequeña aldea agrícola del Atlas Medio marroquí y Jaama Mezwak un barrio de Tetuán. Casi seguro que han oído hablar de ellos: Hansala y Jaama Mezwak han protagonizado las crónicas de sucesos en alguna ocasión.
El 23 de octubre de 2003 murieron 53 personas en un naufragio frente a las playas de Rota. 12 de los muertos eran jóvenes del mismo pueblo: Hansala. Por su parte, la historia periodística de Jaama Mezwak se puede resumir en una sola frase: cinco de los terroristas del 11-M nacieron allí.
Ahora, Hansala y Jaama Mezwak han saltado del papel a la gran pantalla de la mano de Chus Gutiérrez (Granada, 1962) y Daniel Hernández (Valladolid, 1959), directores de Retorno a Hansala, que se estrena este viernes, y de Chicos normales, que llegó a los cines coincidiendo con el quinto aniversario del 11-M.
Dos películas que aportan nuevos elementos para responder a estas cuestiones: ¿Cómo refleja el cine español la inmigración? ¿Cómo retrata al otro? ¿Cuáles son los puntos fuertes y los debiles del modelo de representación?
Para empezar, ambos cineastas han cruzado el estrecho para retratar al otro en su propio terreno (Hansala y Jaama Mezwak), toda una novedad en la relación entre el cine español y la inmigración. "En Jaama Mezwak estaban cansados de que las visiones sobre el barrio se hicieran a través del filtro occidental", cuenta Hernández, que compitió en la Sección Zabaltegi del Festival de San Sebastián.
"Desconfiaban de todo el mundo, no querían que se rodaran más documentales como El nido de los terroristas", explica el director de un filme que retrata la vida cotidiana de varios jóvenes de un barrio marginal en el que la "emigración no es ni mucho menos el único problema".
Así, conocer la cotidianeidad del otro permitió a los directores desarrollar uno de sus objetivos prioritarios: dar una imagen que fuera más allá del retrato periodístico. "Nos formamos un juicio (o un prejuicio) sobre el 11-M en base a informaciones superficiales. Quería profundizar más", dice Hernández.
"Los muertos en patera tienen una familia y una vida. Los inmigrantes no son sólo un puto número", apunta Gutiérrez. "Los medios de comunicación sólo cuentan la última etapa de la odisea: la patera. Yo quería contar el viaje desde el principio", explica Gerardo Olivares (Córdoba, 1964), el primer director español que ganó la Espiga de Oro de la Seminci con 14 kilómetros (2007), filme sobre la travesía del desierto de tres subsaharianos.
Lugares comunesPero, paradójicamente, en su intento por sortear el tópico periodístico, el cineasta, transformado en reportero de denuncia, corre el riesgo de caer en otros lugares comunes, como señalaba Chema Castiello en el ensayo Los parias de la tierra: inmigrantes en el cine español (Talasa, 2005), donde denunciaba la mirada simplista del cine español hacia el inmigrante.
"Los filmes no acaban de reflejar bien la realidad de la integración, de la experiencia de participación asociativa de los inmigrantes. La visión del cine se centra en la urgencia, la llegada, la dificultad de asentarse. Muchas veces, la mirada refleja los tópicos sociales sobre las diferencias culturales. Los cineastas reproducen parte de la visión simplificadora de la sociedad española", explicaba el ensayista.
¿Prima entonces la denuncia por encima de la historia o la construcción de personajes? A Gerardo Olivares no le quita el sueño el debate. "Sí, es posible que los personajes de mi filme no tengan demasiado desarrollo psicológico. Algunos críticos analizan mi película desde un punto de vista estrictamente cinematográfico, pero es que la rodé con un único motivo: que la gente fuera consciente del esfuerzo y el sacrifico de estas personas", cuenta un cineasta que ha dirigido documentales para TVE.
Por su parte, Hernández, que también ha realizado documentales televisivos, cree que el equilibrio entre denuncia, personajes e historia es, sobre todo, una cuestión formal. "Mi idea era rodar un documental hasta que conocí la compleja realidad del barrio y cambié de idea", explica.
"Bajo su apariencia de objetividad, el documental esconde mil maneras de dirigir la realidad. La ficción permitió que fueran los personajes, interpretados por vecinos del barrio, los que contaran su propia realidad. La idea no era plasmar una tesis sino dejar que los actores crearan la historia en base a sus experiencias cotidianas y los espectadores sacaran luego sus propias conclusiones", explica.
Edulcorar la realidad
Otro de los dilemas a los que se enfrentan es el siguiente: ¿Cómo reflejar las situaciones dramáticas? No interesa edulcorar, pero tampoco caer en excesos melodramáticos. Un consejo que vale para todos, periodistas y cineastas, como se encargó de recordar a este reportero Chus Gutiérrez , tras ganar el premio especial del jurado en Valladolid con Retorno a Hansala: "Por favor, cuando escribas sobre el filme no hables tanto de los muertos, que eso da mal rollo a la gente. No vayas a asustarlos. No es una película deprimente. No trata sobre la muerte sino sobre la vida, sobre los vivos que sobreviven a los muertos", dijo.
Olivares también tiene claro que el cine de denuncia es un terreno melodramático minado: "Es muy fácil ensañarte con una historia así. A los inmigrantes les pasan tantas cosas horribles durante estos viajes palizas, violaciones, etc. que es un poco difícil marcar un límite", cuenta.
"Pero a mí me interesaba sobre todo el lento desgaste del viaje, tan terrible que no necesita subrayados: los inmigrantes que suelen morir en los cayucos son aquellos que llevan más meses viajando. Llegan muy mermados a la travesía", explica.
Nuevo documental
Con todo, puede que hayan sido los documentalistas más arriesgadados los que, gracias a un lenguaje cinematográfico alejado del reporterismo televisivo, mejor han reflejado la complejidad de la figura del inmigrante en títulos como En construcción (José Luis Guerín, 2000), con sus delirantes diálogos entre un obrero de la construcción marroquí poeta y con orgullo de clase y un peón charnego, o Aguaviva (Ariadna Pujol, 2006), sobre la inexistente convivencia entre los envejecidos habitantes de un pueblo de Teruel y los inmigrantes que han venido a repoblarlo.
El mediometraje documental El sastre (Oscar Pérez y Mía de Ribot, 2007) es paradigmático en ese sentido. Más allá de la denuncia bienintencionada, El sastre cuenta la historia de la tirante relación entre Mohamed, un sastre paquistaní, y Sing, su ayudante indio, que trabajan juntos en una sastrería minúscula del Raval.
El pobre Mohamed trabaja a destajo, sí, pero también es chapucero, insolente y trata a patadas a su empleado, lo que le convierte en un inmigrante único en el universo del cine español: la vías de identificación con el protagonista son mucho más complejas que las habituales. "Cuando más complejo más humano", explica Pérez.
"En realidad esa es la única manera en que te puedes identificar con alguien. ¿Cómo te vas a identificar con una versión edulcorada de la realidad? Mohamed es tan extremo que resulta cercano", zanja el cineasta.
El extraño caso de Mohamed, el sastre
Tras proyectarse con éxito en festivales de medio mundo, el mediometraje El sastre se ha convertido en el largometraje documental Mohamed, el sastre, que se estrenará este año. Durante este tiempo, el sastre Mohamed se ha convertido en un personaje popular para algunos turistas que conocen la película: se pasan por su tienda del Raval para felicitarle por su papel. Lo curioso del caso es que, según cuenta el director del filme, Oscar Pérez, "aquí no debemos estar muy acostumbrados a los documentales, porque algunas personas se pasan por la sastrería a insultar a Mohamed. Le acusan de ser mala persona, conclusión que, al parecer, han sacado tras ver la película. No se dan cuenta de que es un superviviente. ¿Por qué le insultan a él y no, por ejemplo, a los banqueros que les están robando el dinero? Quién sabe. Es posible que nuestros espectadores estén acostumbrados a una mirada cinematográfica en la que el inmigrante es alguien que sólo puede provocar compasión. Es decir que, pese a las buenas intenciones, algunos cienastas no les tratan como a seres humanos normales, con matices y claroscuros", explica.
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