El jubilado austríaco Josef Fritzl se confesó ayer 'culpable' de incesto y privación de libertad, y 'parcialmente culpable' de coacción grave y violación de su hija Elisabeth, a la que encerró y violó repetidamente en un sótano de su casa durante 24 años.
En la apertura del juicio en St. Pölten, el acusado rechazó, sin embargo, los otros dos cargos que se le imputan: esclavitud y asesinato, por la muerte de uno de los siete bebés que engendró con su hija. Según la acusación, en 1996 Fritzl negó la atención médica necesaria al bebé, que tenía problemas respiratorios, a pesar de los ruegos de Elisabeth.
Ya este viernes podría dictarse sentencia en este caso, que saltó a la luz en abril del pasado año. En la vista de hoy, que se celebra a puerta cerrada, los ocho miembros del jurado popular verán un vídeo de la declaración de Elisabeth, de 43 años, y otro de uno de sus hermanos, Harald. La víctima declaró frente a la cámara durante 11 horas para no tener que hacerlo en el juicio, en presencia de su padre.
Fritzl se tapó la cara con un archivador azul al comparecer en la audiencia de St. Pölten. Vestía un gastado traje gris claro. Por el cargo de asesinato podría ser condenado a cadena perpetua. La esclavitud se castiga en Austria con hasta 20 años de cárcel, y las demás acusaciones con un máximo de 15. En el derecho penal austríaco, las condenas por distintos cargos no se suman, de modo que sólo le caerá cadena perpetua si es condenado por asesinato.
La fiscal Christiane Burkheiser describió con detalle el martirio de Elisabeth y llegó a pedir al jurado que oliera objetos sacados del habitáculo, para que se hicieran una idea de las condiciones de vida en un sótano sin apenas ventilación. Explicó que Fritzl 'dispuso de su hija como si fuera su propiedad' y la trató 'como un perro'.
Lo peor para la víctima fue la constante incertidumbre: 'La usaba como un juguete. Venía, apagaba la luz, la violaba, volvía a encender la luz'. Durante los primeros nueve años de cautiverio, Elisabeth vivió en un espacio de 18 metros cuadrados. Allí dio a luz a tres hijos, el primero en 1988. Según Burkheiser, para ese parto contó con 'una manta no esterilizada, unas tijeras sucias y un libro de preparación para el parto'. Fritzl subió a los otros tres niños a la casa y le explicó a su mujer, Rosemarie, que Elisabeth estaba en manos de una secta y los había dejado frente a la puerta.
El abogado de Fritzl, Rudolf Mayer, pidió objetividad al jurado e insistió en que el acusado 'no es un monstruo', ya que bajó un árbol de Navidad al sótano y llevó a su hija Kerstin al hospital cuando estaba enferma, lo que permitió descubrir el caso. Mayer negó que su cliente buscara sólo satisfacción sexual con las violaciones, ya que 'de ser así, no hubiera tenido hijos'.
El acusado contestó a las preguntas del juez con una voz casi inaudible, y según la agencia AP, le dijo a su abogado: 'Tengo miedo, señor Mayer'. El acusado relató su difícil infancia, con una madre agresiva y falta de amigos.
El letrado celebró las estrictas medidas de seguridad durante el proceso, que incluyen la prohibición de vuelo sobre el edificio de la audiencia.
Las autoridades austríacas han restringido el acceso de la prensa a la sala a dos únicos momentos: la lectura del pliego de acusación, hoy, y la lectura del veredicto, al viernes siguiente.
Las medidas de seguridad son tales que 100 agentes de policía, frente a 95 periodistas admitidos en la sala, vigilarán el desarrollo del proceso, se cortará el acceso a los juzgados y se ha decretado el cierre del espacio aéreo en un radio de un kilómetro y hasta una altura de 1.800 metros sobre la ciudad.
Las autoridades austríacas ya han advertido de que tanto la divulgación de detalles de la causa a puerta cerrada como el acoso a cualquiera de las víctimas o sus familiares serán judicialmente perseguidos y penados con hasta seis meses de prisión.
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