Entrevista a Paula Bonet"Nos han hecho creer que somos responsables hasta de las babas de nuestro agresor"
Madrid-
Paula Bonet nos trae un autorretrato nada complaciente. La autora se mira y remira para encontrar las fisuras que le hicieron ser quien es. Un viaje al centro del dolor con el cuerpo como campo de batalla. La anguila de Bonet se escribe por momentos a brochazo limpio, como en trance, y en otros con trazo ligero, atenta a lo inadvertido. La protagonista-narradora de su primera novela lleva en la piel los desmanes del patriarcado. Tres heridas a cargo de tres hombres. Del Sinnombre, que le mina, controla y agrede desde lo doméstico, del Hombrecito, que se sirve de su cátedra para someter a la alumna, y del Premio Nacional de Poesía, que la viola aprovechando que se siente vulnerable en una fiesta. La anguila (Anagrama) es la historia de un cuerpo magullado por el hombre, pero también del deseo de ser madre y del poder de la sororidad.
Por fin, después de muchos libros ilustrados, una novela. ¿Cómo rompe con esa aparente frontera?
La anguila lleva muchos años gestándose, podría haberla publicado antes pero no lo hice porque quería que mi primera novela fuera una obra digna y para ello necesitaba estar en un lugar de paz, quería hablar sin rabia, ni dolor, sin sentirme víctima, sin gritar, sin ese enfado al que nos hemos visto abocadas muchas mujeres, pero también muchos hombres, que entendemos que ese rol de género que nos legaron no existe.
¿Sintió presión?
Es que a mí se me ha machacado mucho desde los medios, también desde mi propio oficio, y creo que ha sido por el simple hecho de ser mujer, porque considero que mi obra siempre ha sido una obra digna, profunda y coherente. Para mí estar en el punto de mira es algo complicado, digamos que no es lo que más me gusta, por eso he tratado de ser muy prudente con esta novela.
¿Qué denuncia 'La anguila'?
Quería narrar unas agresiones que ahora mismo nos parecen atroces, siniestras, terroríficas, pero que también se han permitido y han estado en las tinieblas y que durante muchos años han sido muy difíciles de señalar, son como esa serpiente de Rebecca Solnit que sabes que está en la hierba pero que no puedes explicar que está ahí porque es muy difícil de señalar...
Cómo nombrar lo innombrable, ¿le ayudó la pintura?
Mucho. Soy consciente de que gracias a mi experiencia como pintora he podido ponerle palabras a ciertos acontecimientos, porque hay muchas palabras que no existen. Ten en cuenta que la experiencia femenina ha sido siempre la alteridad; el canon no contempla la experiencia que podemos tener las mujeres, se ha considerado la literatura escrita por mujeres literatura femenina o literatura de segunda. Esa rabia de la que te hablaba al principio surge en el momento en el que me doy cuenta de que toda mi formación emocional e intelectual parte de la experiencia masculina; yo sé cómo funciona el deseo del hombre, pero no sé cómo funciona el mío, y eso es muy doloroso.
¿Contra quién se revuelve 'La anguila?
Hay una serie de hombres en el libro que toman unas decisiones que, en una edad avanzada, nos hablan claramente de maldad. Son personas que deciden abusar de su poder, de su cátedra o de su género para manipular a alguien que está empezando a vivir, deciden hacer prevalecer su deseo por encima de la salud emocional de esa persona, que arrastrará esa quiebra durante toda su vida.
Se refiere a ellos en el libro como el Sinnombre, el Hombrecito y el Premio Nacional de Poesía, ¿por qué preserva su anonimato?
Porque no quisiera que esto consistiera en señalar a una persona concreta que ha hecho esto o aquello, sino en señalar que existen muchísimas personas que siguen haciéndolo. En un caso desde lo doméstico, en otro desde el seguimiento, y en otro desde un aprovechar una situación de vulnerabilidad de la víctima, son perfiles que se hacen fuertes sometiendo, que se sienten bien aniquilando a una persona.
¿Por qué ha esperado tanto tiempo?
Porque para mí lo importante es que la obra sirva, yo no puedo hacer una obra para ensalzarme y para vengarme, esto sería absurdo.
Estará conmigo que se han escrito grandes obras desde ahí...
Sí, pero a mí la rabia y la venganza no me llevan a ningún sitio. Además, hay otra cuestión importante, la media que tarda una víctima en entender que lo ha sido son ocho años. Trabajos como La anguila deberían servir para que se revisen las leyes, por qué no puedo denunciar a mi violador diez años más tarde sin temor a que haya prescrito, cuando seguramente sea el momento en el que consiga verbalizar lo que me hizo.
¿Hasta qué punto es la ficción una buena herramienta para acercarnos al trauma?
Mi experiencia me dice que la ficción es imprescindible. Yo no hablo de autobiografía, ni de memorias, hablo de novela, y gran parte de esta novela viene de una experiencia real, pero he necesitado determinadas licencias de la ficción para poder perderme, para entrar en ese lugar en el que me meto cuando pinto, donde todo desaparece y todo fluye al mismo tiempo.
¿Cree, como Echenique, que el maltrato es una cosa de votantes de la ultraderecha?
Decir algo así es un absurdo. Me parece incluso que se acerca al insulto. Estoy convencida de que muchos violadores, como el violador de esta novela, no son consciente ni de que han violado. ¿Cómo se puede llegar a pensar que las personas de izquierda no son machistas? Yo soy de izquierdas, soy mujer y soy machista, es algo que tenemos en el léxico, en la manera de relacionarnos, en todo. Me sorprende la reacción de muchos hombres que han leído la novela...
¿Por qué?
Porque están entre devastados y sorprendidos. Y no lo entiendo, si decimos todos los días que nos matan, que nos violan, que no podemos vestirnos como querríamos. Yo tengo un acosador en la puerta y estoy inmersa en un proceso judicial. Hoy mismo he salido a pasear por Barcelona, me he sentado en un banco y he visto que alguien se sentaba a mi lado. De repente me he visto con el gas pimienta en la mano porque se parecía físicamente a esta persona que me acosa. Duermo con gas pimienta y un botón de pánico en mi mesita de noche. Hay mujeres que han estado confinadas con sus acosadores y con sus violadores, y todavía parece que a algunos les sorprenden según qué relatos.
¿Cree que la pérdida de privilegios del patriarcado augura un futuro en guardia para el feminismo?
Puede ser. En todo caso, muchas y muchos ya hemos emprendido una batalla que no vamos a abandonar. Ya está bien de que seamos no sólo las víctimas, sino que también nos responsabilicemos de la acción del agresor, suframos su culpa y nos avergoncemos de ello. Así ha sido por los siglos de los siglos, y ya está bien. Además, sabemos que si nos atrevemos a contarlo probablemente se nos volverá a victimizar y volveremos a vivir lo mismo pero además con público. Se lo cuento a mis alumnas; somos responsables hasta de las babas de nuestro agresor cayéndonos en la cara, somos nosotras las que generamos esas babas, es lo que se nos han hecho creer.
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