'Nos vemos en otra vida': una serie sobre la banalización del mal en la trama asturiana del 11M
Ha pasado casi una década (2016) desde que el periodista Manuel Jabois publicó el libro sobre Gabriel Montoya y otra más desde que una célula yihadista voló los trenes de Atocha (2004). 1.857 personas resultaron heridas y murieron 191, a las que luego se sumaría un GEO después de que se inmolaran siete terroristas en Leganés. Ahora Disney+ adapta en una miniserie el relato del adolescente que se convirtió en el primer condenado por los atentados.
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"La normalidad, cuando no es consciente de su distorsión, lleva al horror de manera natural", relata Manuel Jabois, periodista de El País, en la introducción de su libro Nos vemos en esta vida o en la otra. La obra, publicada por Planeta en 2016, abarca un macro reportaje construido a través del sumario del juicio, con la entrevista que le concedió Gabriel Montoya Vidal―conocido por aquel entonces como Baby― de elemento vertebrador. "Es un libro muy poco literario. Lo escribí a conciencia con un lenguaje muy austero, desprovisto de adjetivos y opiniones y, por eso, el resultado fue tan gráfico, tan cinematográfico como suele decirse", explicaba el autor a Daniel Arjona para un reportaje publicado en El Mundo. Este 6 de marzo, a pocos días de que se cumplan dos décadas desde que se produjeron los atentados, Disney+ estrena una serie de ficción que adapta la obra en seis episodios de entre 45 y 30 minutos. Sin embargo, Jabois está prácticamente desaparecido en la promoción, a pesar de que el tono de su narración lo impregna todo e incluso llega a convertirse en un personaje más de la trama.
"Esta no es una historia de redención, sino un testimonio", anticipan los hermanos Jorge y Alberto Sánchez-Cabezudo, responsables de títulos como Crematorio o La Zona. En esta ocasión, el primero de ellos ejerce como director y juntos comparten la producción ejecutiva de la serie. El viaje comenzó hace tres años. "Estuvimos detrás de la novela casi desde que se publicó y llegamos tarde a las opciones para adaptarlo. Intentamos comprarlas dos veces y las dos nos vencieron otras productoras", cuentan a este periódico en un encuentro que tiene lugar en el Hotel Hesperia, en pleno Paseo de la Castellana ―una de las principales arterias de la capital y centro neurálgico de su actividad empresarial―. La sensación de fracaso se mantuvo unos cuatro o cinco años pero, como se suele decir, a la tercera va la vencida. "La última vez le pedimos a él directamente que, por favor, fuésemos los primeros a los que avisara cuando se liberase y así fue como pudimos hacernos con el proyecto", rememoran.
Esa larga espera no propició una resolución rápida. "Después de tener la historia, hablamos con Manuel. Él nos dio libertad creativa y estuvimos un año dándole vueltas", reconocen. "Alrededor del 11M ha habido siempre un miedo enorme, porque ha generado una de las heridas más potentes que tiene España y es complicado contar un suceso con víctimas a las que todos podemos poner nombres y apellidos, pero hay que hacerlo", defienden. "Nosotros sentimos esa responsabilidad y discutimos mucho de cómo abordarlo, cómo seguir al personaje principal y qué estructura narrativa debíamos utilizar", explican.
Los años de la lepra de Montoya Vidal
Es difícil decidir por dónde comenzar a contar la historia de alguien, tanto más si el protagonista ha dejado tras de sí una estela de destrucción masiva. Por esa razón, su principal quebradero de cabeza era encontrar un modo de acercar al espectador a la cotidianidad de los integrantes de la trama asturiana sin que esa proximidad acabase por aligerar su responsabilidad. Gabriel Montoya podría haber sido un chaval corriente que se buscaba la vida en la calle, aprovechando su conocimiento del barrio del Arbolón (Avilés) pero, como Jabois relata al arranque de su narración, antes de los 10 años le había quitado por la fuerza las huchas del Domund a unas niñas y la recaudación a un ciego de la ONCE. Antes de los doce fue detenido por tratar de robar un coche. Con esa trayectoria no parecía que fuese para cirujano, como reza una de las líneas de guion de esta ficción, pero tampoco entraba en las quinielas que antes de los diecisiete participase en el mayor atentado terrorista de Europa, que causó la muerte de 191 personas en Atocha, y de un inspector de Policía semanas después, en el atentado suicida de Leganés.
"Es muy difícil empatizar con alguien que ha provocado todo ese dolor", admiten los Sánchez-Cabezudo y, de hecho, el propio Baby define la etapa posterior al 11M como sus "años de la lepra". El estigma le persiguió hasta el centro de menores Los Rosales donde pasó seis años interno. Allí se negó a participar en los actos de solidaridad con las víctimas que se celebraron en el primer aniversario del atentado y amenazó a un vigilante diciéndole que le daban lo mismo 192 que 193. Total, ya estaba encerrado. "Gabriel no lo tuvo fácil y puede ser que esa precariedad que vivía a diario acabara desembocando en una desvinculación más fuerte sobre tus actos y cómo afectan a la sociedad, pero hubo otras personas de su círculo que decidieron no intervenir, como El Koala", valora Quim Ávila (Girasoles silvestres) que lo interpreta en su edad adulta, justo después de haberse convertido en el primer condenado por los atentados y en una pieza clave en el macro juicio que tuvo lugar en 2007.
La mirada de Jabois
Los hechos expuestos en su causa demuestran que participó en el traslado hasta Madrid de los explosivos robados en Mina Cochita que se usarían en los atentados. Él mismo lo reconoció tanto ante la juez como ante el periodista, no sin aclarar que se arrepiente de lo que pasó, no de lo que hizo. Es en ese punto donde la ficción carga todo el peso de la historia. ¿Podía Montoya Vidal escapar de su biografía? Los productores ejecutivos optaron por tomar distancia y evitar sentar cátedra alrededor de esta cuestión. "No estábamos haciendo un documental, intentábamos levantar una ficción con referencias de los diálogos de Gabriel que aparecen en el libro y queríamos desarrollarlos de forma que resultasen muy rigurosos con lo que pasó, pero tampoco nos podíamos permitir que eso nos obligase a representarlo todo con exactitud", introducen los dos hermanos. Para lograrlo, se apoyaron en un recurso tan viejo como eficaz. "Convertimos a Jabois en un personaje más y su mirada como periodista se refleja en la voz en off que nos permite dar continuidad a la historia y al mismo tiempo, provoca que las consecuencias de lo que hicieron estén siempre presentes", aclaran.
La obsesión de ambos fue siempre que los afectados se sintieran tratados con respeto. "Nos reunimos con la asociación e hicimos un pase con las víctimas que aparecen representadas en el capítulo cinco. Después del visionado, una de ellas nos comentó que una de las cosas que más le había impactado era ver en manos de quienes estaban sus vidas y darse cuenta de la banalidad de lo cotidiano. A veces mistificamos mucho el mal y puede que el trabajo más sucio sea despojarlo de todo ese artificio", concluye el director.
Una revisión de la teoría de Hannah Arendt
La filósofa y teórica política alemana de origen judío, Hannah Arendt, acuña la expresión "banalidad del mal" en su libro Eichmann en Jerusalén. En 1961 fue enviada por la revista The New Yorker a Israel para cubrir como corresponsal el juicio a Adolf Eichmann por genocidio durante la Segunda Guerra Mundial. Al terminar el proceso, Arendt concluyó que el acusado no poseía una trayectoria antisemita ni presentaba los rasgos de una persona mentalmente inestable. En su opinión, los actos del genocida fueron resultado del cumplimiento de órdenes de superiores y su deseo de ascender en su carrera profesional. Era un burócrata, tan simple y terrorífico como eso.
Aquí, Baby aparece retratado como un soldado de Emilio Suárez Trashorras, un delincuente de la zona al que conoció casualmente en una de esas jornadas inagotables en la calle. Entonces tenía 26 años y hacía tiempo que había abandonado su trabajo en la mina por un diagnóstico de esquizofrenia. Eso no evitó que el adolescente viera en él a una especie de figura paterna que le daba la oportunidad de hacer con su vida algo más que perder horas jugando a la consola o hacer trabajos eventuales en la obra. "El personaje ya está muy bien escrito en la obra. Jabois da muchas pistas, deja entrever su comportamiento y concede un lugar al observador para que pueda reflexionar sus intenciones o las posibles motivaciones que tenía para actuar de esa manera", desliza el actor que le da vida en la serie, Pol López (Suro).
Jabois lo dibuja sirviéndose del relato de Gabriel Montoya, pero durante el proceso de escritura nunca contó con su narración en primera persona. En cambio, cuando El Minero vio su libro publicado, escribió una carta desde prisión al periodista para confesar que lo había leído y aseguraba que todo lo que le atañe es verdad. Actualmente cumple la pena de reclusión más larga que se ha impuesto a un reo en nuestro territorio: 34.715 años y seis meses de cárcel por facilitar, a cambio de hachís, la dinamita que hizo explosionar los trenes en Atocha, El Pozo y Santa Eugenia. Estos días vuelve a estar de actualidad porque ha solicitado acogerse a la ley de eutanasia en lo que ha definido como un gesto de protesta. Alega que carece del tratamiento adecuado para su salud mental y dice no poder soportar su condena. La sentencia le imponía el cumplimiento de al menos 40 años y, a sus 47 años, Trashorras lleva ya dos décadas de internamiento en las que ha ido arrastrando "una mochila que pesa mucho", según las palabras de Marco Suárez, su abogado.
Razones para hablar del horror
"No me preocupa si verá la serie o no. No he pensado en eso en ningún momento", reconoce López, que desarrolla un personaje que difícilmente podrá dejar indiferente al público. "Lo que sí tengo en mente es que muchas personas de las que verán la serie no habían nacido cuando sucedió esto y no puede quedar en el olvido. No solo por entender lo que sucedió, sino también porque traerlo a colación 20 años después ya es tiempo suficiente como para que podamos naturalizar que hablar del horror tiene que ser útil. En estos sucesos trágicos tendemos a repensar los acontecimientos centenares de veces, sobre todo los más difíciles y violentos, pero tenemos que confiar en que el propio ejercicio de hablar sobre ello nos va a servir para ser una sociedad mejor", reflexiona el intérprete galardonado con el Premio Gaudí 2023 al Mejor Actor Protagonista.
Roberto Gutiérrez no cuenta con su veteranía, pero mantiene las tesis de López. Su versión adolescente de Baby se ha convertido en su puerta de entrada al mundo de la actuación. El equipo de casting lo descubrió a la salida de un McDonald's en Oviedo, después de entrevistar a 200 jóvenes, y no lo dudaron. Era él. Gutiérrez cuenta que "estaba en la barriga" de su madre cuando se produjeron los atentados y ha crecido bastante ajeno a los acontecimientos. "Somos una generación que tiene un gran vacío sobre episodios de la historia más reciente de España que son muy significativos. No nos los explican en los institutos y las redes desinforman. Una serie como esta puede tener un alcance mucho más mediático que un documental porque no se queda en el titular. Explica la trama asturiana desde un lugar que no es ni un informativo ni una clase de historia", defiende.
Los hermanos Sánchez-Cabezudo eran conscientes de ese potencial y se apoyaron en Pablo y Daniel Remón (Intemperie), Roberto Martín Maiztegui (La ruta) y Guillermo Chapa para la escritura del guion que aspiraba a ser profundamente naturalista. "Esta historia se fraguó en la calle y tenía que sonar a eso. Era muy importante que los chavales se vistieran y hablaran como si todo estuviera improvisado", explican. Nada más lejos de la realidad. Esos diálogos fluidos y llenos de expresiones que podrían formar parte del argot 'faltón' de cualquier adolescente, fueron fruto de un trabajo minucioso que incluyó un coach para pulir el acento asturiano. "Buscábamos una manera de hablar muy próxima, que nos pudiera llevar a un barrio que reconociéramos y que respondiera a algo de verdad", detallan.
El periodista de Sanxenxo ya había andado por esa senda. "Me iba a Bilbao a hablar con Baby y luego picaba las grabaciones cada vez más emocionado al ir cotejando su testimonio costumbrista con los hechos del juicio. Quería saber cómo iba vestido tal día, cómo estaba su habitación, si llovía", contaba a El Mundo cuando se publicó. "En historias tan grandes como esta busco que el lector conozca los detalles más pequeños para que se sienta parte. Nunca perseguí un libro de investigación, sólo mostrar cómo fue la vida de unos quinquis de Avilés durante cuatro o cinco meses", resumió entonces. Ahora ya nadie llama Baby a Montoya Vidal, pero las consecuencias de lo que hizo siguen tan vigentes como entonces.