Este artículo se publicó hace 3 años.
Cuando salir del armario (en Honduras) significa rechazo, violencia, ruptura con el hogar y muerte
Desde 2009, se han contabilizado cerca de 400 asesinatos del colectivo LGBTIQ+ en Honduras. Con motivo del Día del Orgullo, el 28 de junio, una persona trans, una gay y otra lesbiana cuentan cómo viven en el país centroamericano.
Javier Sulé / Marta Saiz
Jlou Córdova se define como una mujer trans empoderada. Tiene 30 años y la mitad de ellos los ha pasado luchando por los derechos del colectivo trans en Honduras, dentro de la Asociación Arco Iris, como coordinadora del grupo Muñecas. Durante este tiempo ha visto morir a muchas compañeras, a otras migrar, y vive en sus propias carnes la discriminación en uno de los países más peligrosos para ser persona trans: "Estamos trabajando para que las mujeres trans tengamos espacios, un trabajo, una educación y una vivienda digna. Y que no nos miren solo como si fuéramos a tener sexo con hombres, sino como personas que tenemos capacidades de llegar tan lejos como queramos", asegura.
Con los años, Córdova se ha ganado el cariño de sus compañeras, que ven en ella un ejemplo de lucha y superación. Se acercó a Arco Iris porque se sentía sola, sin el apoyo de su familia. Necesitaba identificarse con sus iguales, buscar la tranquilidad de un hogar, no sufrir burlas ni maltratos y poder compartir experiencias y un plato de comida. Y así ve a las mujeres que siguen llegando a la organización, con los mismos miedos e inseguridades: "Necesitan sentirse seguras con su expresión de género y tener ese apoyo psicológico, pues muchas llegan golpeadas y con pensamientos de quitarse la vida".
Honduras es un país patriarcal y confesional donde se manifiesta una desmedida discriminación hacia la población homosexual, bisexual, y trans. Con altísimos niveles de violencia y asolado por la injusticia social, la comunidad LGBTIQ+ está siempre en la diana de una gran parte de la sociedad que considera la homosexualidad una conducta inmoral. Los prejuicios sociales se hacen latentes en el amarillismo de los medios de comunicación, los discursos de políticos, la actitud de policía y militares o el fundamentalismo religioso de los sermones de pastores evangelistas, convertidos en azote particular de esta comunidad.
La discriminación del colectivo es estructural. Nace en las familias, prosigue en la escuela y se manifiesta en casi todos los escenarios de la vida cotidiana; en lo laboral, en la salud o en el acceso a la vivienda. Lo constatan decenas de informes de organismos internacionales y ONG, como el de Honduras, en peligro constante, realizado por Brigadas Internacionales de Paz y Mundubat, o el más reciente de Human Rigths Watch. Y lo viven y testifican a diario personas gais, lesbianas o trans del país que, como Córdova, sintieron el rechazo y el odio cuando descubrieron su identidad. "No podía hablar con nadie sobre cómo me sentía y recibía burlas en la escuela. Sufría maltratos en la calle y golpes en mi vida diaria". Jlou se tuvo que hacer a sí misma.
Pero más allá de esta discriminación diaria, están los atentados contra sus vidas. Córdova acudió a socorrer a una compañera cuando la tirotearon. A otra la raptaron y se ensañaron con violencia extrema, quemándola viva. Porque la peor cara de la realidad que vive la población LGBTIQ+ es la de los crímenes de odio. Entre 2009, año del golpe de Estado en Honduras, hasta el día de hoy, ha habido 381 muertes violentas, según el Observatorio de la Red Lésbica CATTRACHAS.
Entre 2009, año del golpe de Estado en Honduras, hasta el día de hoy, ha habido 381 muertes violentas: 217 de la población gay, 43 fueron lesbianas y 121 transexuales
Del total de asesinatos, 217 fueron de la población gay, 43 mujeres lesbianas y 121 personas transexuales, de las cuales 58 eran trabajadoras sexuales. Honduras sería así el país con el promedio más alto de asesinatos cometidos contra personas trans en el mundo. Son las más vulnerables, por lo que implica estar en la calle a altas horas de la noche expuestas a agresiones. El 92 por ciento de las muertes violentas están en la impunidad, según el Comisionado Nacional de los Derechos Humanos (CONADEH).
Desde Arco Iris, acusan directamente a la policía de muchas de las amenazas y tratos que reciben. "Nosotras hacemos el señalamiento a la policía militar. Como organización hemos hecho todo lo posible por educar a la policía hacia el trato a una mujer trans u otra persona del colectivo, pero nunca cambian". Córdova también señala que en muchas ocasiones son los mismos policías quienes se hacen pasar por falsos clientes en los trabajos sexuales, amenazándolas con llevarlas a la cárcel si no hacen lo que les piden. Y al denunciar, crece el riesgo de ser nuevamente amenazada y violentada psíquica y sexualmente.
Además, durante la pandemia muchas de ellas se vieron forzadas a transportar droga, bajo la amenaza de muerte de los grupos narcotraficantes. "La mayoría son asesinadas antes de cumplir los 34 años", afirma Córdova, quien no esconde tener miedo: "A veces pienso que puedo ser la siguiente. He visto enterrar a mis compañeras. Hasta aprendí a prepararlas para sus funerales".
Un caso emblemático fue el de Vicky Hernández, una mujer trans activista y trabajadora sexual asesinada en 2009. Más de diez años después, a finales de 2020, la Corte Interamericana de Derechos Humanos llamó a audiencia al Estado por su presunta responsabilidad en la ejecución extrajudicial de Hernández. El Gobierno negó la acusación y todavía no hay fallo.
Arco Iris, un oasis
Angie, Paola, Estefanía, Henry, Josselin, Janet, Violeta o Sherlyn también son algunas de las personas que ya no están. Pertenecían a la Asociación Arco Iris, que desde 2003 defiende los derechos LGBTIQ+ en Comayagüela, pegado a la capital, Tegucigalpa. Un oasis para esta población que vive en un clima de hostilidad, violencia e inseguridad permanente. "La persona que se acerca a la asociación es porque está en una situación extrema, busca protección y acompañamiento. Este es un lugar de acogida cuando nos sentimos solos y solas, sin necesidad que te señalen ni te insulten", dice Donny Reyes, director de Arco Iris.
Esdra Sosa está también en Arco Iris. Llegó hace 12 años siendo universitaria, cuando todavía tenía dudas sobre su orientación sexual, a escondidas de su familia. "Mi papá decía que si tenía un hijo maricón o una hija marimacha los mataba. Gracias a Arco Iris pude educar a mi familia para que no rechazara a las personas homosexuales. Me enorgullece haberlo conseguido y seguir luchando para que la ideología cambie y la sociedad tenga un poco de respeto hacia las personas LGBTIQ+", explica. Hoy, a sus 39 años, Sosa es una reconocida defensora de derechos humanos y coordina el grupo de mujeres lesbianas Litos dentro de Arco Iris, una asociación en la que, dice, siempre hay gente dispuesta a escuchar. "Somos una familia que nos ayudamos mutuamente a no desmayar. Hay personas que solo necesitan desahogarse, que les abraces o les digas: aquí estoy, yo también pasé por esto. Este es nuestro trabajo".
Migrar para sobrevivir
Córdova también ha vivido varios intentos de asesinato a lo largo de su vida. Y las cicatrices de las balas se lo recuerdan cada día. No quiere salir de Honduras, aunque para muchas sea la única salida ante la presión de lo que viven. Pero sí lo intentó en una ocasión. Una mala experiencia que la marcó para siempre: "En el tren fui golpeada, intentaron abusar de mí entre 13 personas y tuve que tirarme del convoy porque una compañera cayó y no podía dejarla sola. La cargué hasta el hospital más próximo, nos trataron y nos deportaron".
"Decidí irme a los 15 años a EEUU de manera ilegal. No importaba si moría o me mataban, prefería eso antes de que mis padres se avergonzaran"
En el caso de Reyes, él abandonó su casa porque se sentía diferente. "Decidí irme a los 15 años a Estado Unidos de manera ilegal. No importaba si moría o me mataban, prefería eso antes de que mis padres se sintieran avergonzados. Por fortuna, mi madre comenzó a entender que ser gay no le hacía menos hijo de ella".
Reyes tuvo que exiliarse dos veces más. La primera por seis meses a Nicaragua por un atentado directo que sufrió en 2012. La segunda a Alemania en 2014 bajo un fuerte clima de amenazas, intimidaciones y persecuciones por su identidad y el trabajo que hacía en Arco Iris. Aún con todo, reitera su decisión de quedarse y trabajar en Honduras.
Por su parte, en 2019 Sosa tuvo que bajar su perfil de directora de Arco Iris por las amenazas y cambiar de ciudad de residencia. "Otras compañeras que ejercieron la coordinación del grupo están aisladas en Estados Unidos o fueron asesinadas", destaca. Para ella es un as que siempre tiene bajo la manga. De hecho, ya le han ofrecido varias veces el asilo, pero nunca ha pensado en migrar. "Algún día sé que veré un cambio en la situación de las personas LGBTIQ+. Honduras es mi país y donde me gustaría morir". Y aunque tiene miedo, más por su familia que por ella misma, afirma que siempre ha sido 'berrinchuda', "como esas guerreras que no pierden la batalla".
En Arco Iris no desfallecen ni bajan los brazos. Saben que ser activista LGBTIQ+ es un acto casi heroico que se hace en condiciones de riesgo extremo, pero siguen luchando por conseguir su espacio y una ley de identidad de género. "Eso es lo que queremos y vamos a lograrlo", afirma convencida Córdova.
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