Este artículo se publicó hace 7 años.
100 años de la Revolución Rusa¿Está Rusia rehabilitando a Stalin?
La presencia nostálgica del dictador soviético convive con el recuerdo a las víctimas del totalitarismo bolchevique, una doble mentalidad que mantiene buena parte de la población rusa y que el gobierno de Putin intenta gestionar con cautela.
Moscú-Actualizado a
En Rusia conviven dos memorias: la del régimen soviético y la de las víctimas que se llevó. Una de las mejores maneras de captar esta coexistencia es caminar hasta la plaza Lubianka de Moscú, donde veremos un enorme edificio de paredes amarillo cremoso, que podría pasar por museo o edificio de la administración. Pero si nos acercamos más veremos que decenas de hoces y martillos de color negro todavía decoran su fachada (como sucede en muchos edificios de la Rusia actual).
Dentro de estas paredes la policía secreta soviética -que tuvo varios nombres, empezando por Cheka y acabando por KGB- encerraba, interrogaba y torturaba a sus detenidos políticos. Su cenit represor se produjo durante el Gran Terror de Stalin, entre 1936 y 1938, cuando ejecutaron a más de 750.000 personas en toda la URSS.
Si cruzamos al pequeño parque enfrentado a este gran edificio, encontraremos una gruesa base de piedra en la que se eleva una gran roca, traída de las islas Solovetsky, situadas a la altura de Finlandia, donde había uno de los gulag más importantes y helados de toda Rusia. Esta piedra es el monumento en recuerdo a las víctimas del régimen soviético. En este mismo lugar, antes que se erigiera este homenaje, dominaba la plaza una estatua del fundador de la Cheka, Felix Dzerzhinsky, que fue derribada en 1991. Ahora mismo la entrada al parque está bloqueada por obras, pero un activista me cuenta que cada 30 de octubre acuden allí decenas de personas, y leen durante horas y horas los nombres de algunos de los asesinados por el gobierno comunista. También dejan ramos de flores, en honor a los fallecidos.
Stalin sigue presente
Pero los homenajes no sólo van en una dirección. Cuando visito el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja de Moscú, me sorprende ver -a pocos metros de distancia- a una señora de mediana edad dejando flores frente a un busto de Stalin. Varias personas han hecho lo mismo: una decena de flores rojas están colocadas cual ofrenda ante el dictador soviético más sanguinario. Durante los días que llevo en Rusia, la presencia de Stalin se me hace habitual y deja de sorprenderme. No está en ninguna placa o estatua pública, pero sí en los centenares de postales, pegatinas o pines que se venden en los mercadillos, tiendas o puestos de souvenirs. Algunos taxistas o conductores de autobuses públicos llevan su retrato en un rincón de su vehículo. Incluso en los grandes museos nacionales uno puede encontrar imanes de nevera de Stalin junto a los de escritores o monarcas famosos. En las librerías conviven las biografías elogiosas del líder soviético con aquellas que documentan sus crímenes de Estado.
Una pregunta habitual es: ¿qué postura tiene el gobierno de Putin ante todo esto? Y la respuesta es: condena los crímenes, minimiza el debate y permite su apología. El actual gobierno ruso ha construido monumentos en recuerdo a los asesinados por la maquinaria represora soviética. Cualquiera puede visitar el Museo del Gulag de Moscú, de propiedad estatal, y leer sobre las atrocidades que allí se cometían, o sobre los siniestros recuerdos que dejaron por escrito algunos de sus prisioneros.
Si uno escucha las declaraciones de Putin sobre la época estalinista nunca oirá un elogio al dictador georgiano. Pero eso no significa que el debate esté vivo, sino más bien lo contrario. Para Nikita Petrov -historiador que trabaja en la organización Memorial, la más importante difusora de la memoria histórica de la represión soviética- “el conocimiento de la población rusa sobre la época y los crímenes de Stalin es insuficiente, y el estado ruso no hace nada para difundir información sobre las acciones criminales específicas del régimen soviético”. Petrov critica, por ejemplo, que en los libros de texto apenas se dedique un breve párrafo a las ejecuciones en masa del Gran Terror, o que el estado no aliente un estudio sistemático de la historia de la represión soviética.
La posición de minimizar el debate tomada por Putin puede ser entendida como una manera de evitar la crispación social, en un país donde una parte importante de la población, sobre todo la de edad más avanzada, todavía ve con buenos ojos la época soviética. En el terreno político, por ejemplo, el segundo partido con más representación parlamentaria en la Duma rusa son los comunistas (con 42 escaños, muchos menos que el partido de Putin, Rusia Unida, que cuenta con 340). El partido de Guennadi Ziugánov siempre se han negado a condenar los crímenes de Stalin, y en sus mitines y manifestaciones se exhibe con orgullo los retratos del dictador georgiano, y se enaltece su dirigencia militar y política. El gobierno ruso, ante esta apología, tiene una posición de no prohibición, a pesar de no compartir los elogios.
¿Y qué piensa el pueblo?
Esta doble convivencia entre una memoria soviética y una de las víctimas está también presente en la mentalidad de la población. Es muy interesante, por ejemplo, un estudio de opinión que el centro ruso Levada publicó en 2016. Un 54 % de los encuestados atribuían un rol histórico positivo a la figura de Stalin. Pero, a la vez, convivían dos percepciones: un 62 % de los encuestados lo consideraba un “tirano inhumano y cruel, culpable de la muerte de millones de inocentes”, al mismo tiempo que un 57 % creían que Stalin fue “un líder sabio que trajo grandeza y prosperidad a la URSS”. Eso sí, el 60% afirmaba que no le gustaría vivir bajo un líder como Stalin.
También es relevante un informe del Carnegie Endowment for International Peace de 2013, que alertaba de la resucitada y creciente admiración por Stalin, precisamente, justo después de la caída de la Unión Soviética, con toda la inestabilidad, debilidad nacional y crisis económica que acarreó este período.
Ante esta mentalidad, es difícil que el gobierno ruso aplique medidas como las que propone Petrov, de Memorial: abrir los “archivos con documentos sobre la represión” a los historiadores o, incluso, tirar adelante procesos penales contra “ex funcionarios del Partido y de la KGB, culpables de violaciones masivas de los derechos humanos”. La actitud del gobierno de Putin se mueve en otra dirección, hacia dejar pasar el tiempo y que la gente olvide esa cruenta etapa. El ya mencionado estudio de opinión del centro Levada acerca del dictador daba, en este sentido, un dato significativo: al ser preguntados sobre cuál era su actitud hacia la figura de Stalin, un mayor porcentaje de rusos respondía que les generaba “indiferencia”.
Esta actitud neutra está todavía más extendida entre los jóvenes, que no mitifican la figura del dictador pero tampoco tienen asumida como principal la crueldad de su régimen. El papel de Stalin durante el 'Gran Terror' contrasta con el orgullo que muchos rusos sienten por la victoria obtenida en la Segunda Guerra Mundial (Guerra Patriótica, la llaman ellos), donde -precisamente- fue el georgiano el artífice de la derrota nazi. El recuerdo sobre Stalin sigue siendo doble y, por eso mismo, es tan difícil de enterrar dejando a todo el mundo satisfecho.
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