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Los refugiados devueltos en caliente desde Melilla: "Los españoles nos pegaban de un lado y los marroquíes del otro"
'Público' ha recogido en Casablanca el testimonio de varios de los supervivientes de la tragedia en la que murieron al menos 23 personas. Todos huyeron de la guerra en la región sudanesa de Darfur y llevan varios años tratando de llegar a Europa para pedir asilo. Interior calcula que alrededor de cien fueron "rechazados en frontera"
Jairo Vargas Martín
Enviado Especial A Casablanca (Marruecos)--Actualizado a
Tienen tantas ganas de contar, que no se detienen solo en lo que pasó el viernes 24 de junio en la valla de Melilla. Quieren contarlo todo, porque si no, dicen, no se entiende nada. Hablan de guerras, de familiares asesinados, de torturas y explotación en Libia, del bloqueo de la ruta hacia Italia que les ha obligado a cruzar el desierto argelino, de violencia y persecución en la frontera marroquí.
Público ha recogido más de diez entrevistas con el relato directo de refugiados sudaneses, varios de ellos menores de edad, que aseguran que fueron devueltos en caliente por la Guardia Civil, que lograron superar todas las vallas que cercan Melilla, que tocaron suelo español con sus pies descalzos y heridos, que pensaron que el esfuerzo, los golpes, los gases y las pedradas que encajaron habían servido para algo. Que Sísifo había subido por fin la enorme roca hasta la cima del monte. Pero, una vez más, vieron cómo caía la piedra rodando hasta detrás de la primera valla del lado marroquí, y cómo seguía rodando y rodando hasta acabar en cualquier ciudad lejana del centro de Marruecos. Y vuelta a empezar.
Hablan desde Casablanca, a 600 kilómetros de Melilla, donde cientos de ellos malviven en calles y edificios abandonados de los suburbios hasta que vuelvan a intentarlo y fracasen de nuevo. Marruecos asegura que ha alejado forzosamente de los montes de Nador, a 20 kilómetros de Melilla, a unos 1.500 migrantes desde el día del trágico salto. Fuentes del Ministerio del Interior español calculan que alrededor de cien personas fueron "rechazadas en frontera" y devueltas a Marruecos tras ser contenidas por el cordón policial junto a la valla. Según el balance oficial, 23 personas murieron en el lado marroquí de la frontera. Allí fueron devueltas por las autoridades españolas las personas que hablan en este reportaje.
Más del 90% de los sudaneses que piden asilo en España obtienen la protección internacional
Todos los relatos empiezan en el mismo punto, en alguna aldea remota de la región sudanesa de Darfur o en un campo de desplazados por la violencia de milicias armadas en un conflicto que se remonta a 2003. Ninguno de los entrevistados ha conocido su país en paz, país rodeado casi al completo de otros que también están inmersos en guerras largas y casi desconocidas. "Solo queremos un lugar en el que vivir en paz, en el que haya seguridad", insiste Abdulá Hamal, sudanés de 21 años. Y tiene derecho a conseguirlo, aunque esa paz esté a miles de kilómetros al norte.
Según datos del Ministerio del Interior, más de 90% de los más de cien sudaneses que lograron pedir asilo en España el pasado año obtuvieron protección internacional, por lo que se ha negado el derecho a pedir asilo, y seguramente a obtenerlo, a las más de cien personas que España reconoce que devolvió tras el salto. El asilo, para los subsaharianos, no se pide desde lo alto de valla; para ejercer este derecho hay que sufrir y a veces morir tratando de llegar a la ciudad autónoma de la única forma que existe, y las alambradas españolas son solo el último peldaño de una larga escalera que pasa por Chad, Libia, Argelia y Marruecos.
Por todos esos lugares ha pasado Nurdin Sanusi, sudanés de 24 años que lleva en ruta más de dos años. Antes de empezar a hablar se quita las gafas de sol con una gasa sujeta al cristal izquierdo. Al descubierto queda el derrame que una bala de goma le provocó cuando intentaba cruzar desde Marruecos a Melilla. Dos centímetros más arriba y el impacto le habría dejado tuerto. Asegura que el disparo lo realizó un gendarme marroquí cuando él esperaba, agolpado entre una multitud, a que un compañero lograra forzar la primera puerta de acceso al paso fronterizo. "Me empezó a salir mucha sangre y me vendé el ojo con la camiseta. Tenía que seguir adelante", asegura.
Fue su amigo Nassib quien forzó la puerta con una cizalla, explica. "Le vi morir, fue muy triste. Todo lo que lanzaban los marroquíes iba dirigido a él, porque él abría la puerta, y cuando lo consiguió, le pegaron con palos y le echaron espray. Luego toda la gente le pasó por encima para cruzar", recuerda el chico.
Cuando Nurdin pudo pasar, la segunda puerta también había cedido, pero el despliegue de las fuerzas españolas ya les bloqueaba el paso. Todo era confuso, porque entre los agentes españoles también había gendarmes marroquíes que les contenían y les agredían, confirma. "Intenté avanzar, pero me pegaron con la porra en el pecho y me esposaron las manos a la espalda. Me pusieron de rodillas mirando al suelo. Después, dos policías españoles me llevaron hasta una puerta en la valla y me entregaron a los marroquíes", describe. Según dice, los gendarmes le arrojaron junto a otras decenas de personas y le golpearon durante un rato, no puede precisarlo, solo sabe que pararon cuando vieron que su ojo seguía sangrando. Allí estuvo varias horas, hasta que fue llevado a la fuerza a un autobús que lo alejaría de la valla y los montes más de 600 kilómetros. No recibió atención médica, ni en el lado español ni en el marroquí. "Los agentes españoles vieron que estaba herido, pero devolvieron a gente en peor estado que yo", critica.
Cuando Abdulá llegó a la valla aquel viernes negro, ya habían conseguido forzar una de las puertas del paso fronterizo del Barrio Chino de Melilla. Al quitarse la gorra muestra una enorme cicatriz que surca su frente, recuerdo del porrazo de un guardia civil, dice, cuando intentó el pasado marzo cruzar la misma valla. Entonces fue escalando, pero "esta vez pude traspasarla corriendo", dice.
"Había una avalancha en la segunda puerta, la que da al lado español. Se abrió también, por la presión", describe. Entró en suelo español, pero allí les cerraban el paso el quitamiedos de la carretera y un cordón de agentes antidisturbios españoles. "Habíamos cruzado muchos, más de 20, pero no nos dejaban pasar. Los policías estaban organizados de tres en tres. Uno tenía una porra, otro espray lacrimógeno y otro balas de goma", narra el joven. "Si intentabas salir te golpeaban. Todo era un caos. Nos atacaban los españoles por un lado y los marroquíes desde atrás y desde arriba", dice. Después de un rato, los agentes abrieron una de las puertas y los empezaron a devolver a los gendarmes marroquíes. De dos en dos y con las manos atadas a la espalda.
"Me manché la cara con la sangre de otro para que los marroquíes no me pegaran más"
En el lado marroquí contempló el horror. "Me tiraron entre la multitud. Estaban pegando a todo el mundo. A mi lado murió una persona, sangraba mucho. Yo me manché la ropa y la cara con su sangre para fingir que estaba malherido y para que no me pegaran más", asegura. Después de varias horas, lo subieron a un autobús junto a más de 30 personas, "algunos con heridas, sangrando, o con el brazo roto", apostilla. El vehículo se detuvo a las afueras de El Kelaa Sraghna, una pequeña ciudad marroquí a más de 800 kilómetros al sur. Le llevó varios días llegar a Casablanca. "Los gendarmes nos quitaron todo. Los teléfonos, el dinero. Se lo quitaban del bolsillo hasta a los que estaban muertos", asevera.
Detenido y devuelto decenas de metros después de la valla
Mudasir Mustafa Ibrahim, de 19 años, fue capaz de llegar más lejos que Hamal cuando cruzó la valla, pero tampoco le sirvió de nada, como las más de diez veces que ha intentado saltar la valla de Ceuta, las otras dos que ha intentado cruzar la de Melilla o las cuatro veces que se echó al mar de Libia en una patera con rumbo a Italia. Mudasir lleva en ruta que en 2018 emprendió el viaje desde Sudán, cuando solo tenía 16 años.
Él no llegó a la valla de Melilla al amanecer, como el grueso de la gente que se había organizado para el salto tras violentas redadas y enfrentamientos con los gendarmes marroquíes en los montes de Nador, el día anterior a la tragedia. "Yo llevaba diez días en la montaña. Nadie planeaba saltar el viernes, pero nos atacaron tan fuerte que no tuvimos más alternativa, nos empujaron a hacerlo", afirma. Pasó la noche caminando oculto entre los montes y llegó a la frontera a las 11 de la mañana.
"Vi que había ya una puerta abierta y muchísima gente. Lo lamento, pero tuve que pasar por encima de muchos compañeros para cruzar. No había alternativa, las puertas estaban abiertas", dice. Recuerda desorientarse con cada explosión de las granadas aturdidoras, la asfixia de los gases lacrimógenos que volaban de un lado a otro de la frontera. Pero cruzó también la segunda puerta, "la puerta de la unión", la llama. Ya había decenas de compañeros retenidos, bloqueados por los agentes españoles. "Me mezclé con la muchedumbre, esperé y estuve atento hasta que decidí echar a correr. Corrí y corrí todo lo que pude, llegué a un campo de olivos, ya sentí que estaba dentro, que estaba en Melilla, veía casas, campos de fútbol..., pero no sé de dónde apareció un guardia civil y me pegó con su porra. Me detuve", describe.
A su lado pasaban más compañeros que se había zafado del cordón policial y corrían hacia los olivos. "Sentí una descarga eléctrica y caí a suelo. El agente me ató las manos a la espalda y se fue corriendo a detener a más personas. Yo me quedé seminconsciente, cansado de correr, asfixiado por los gases. Me dije a mí mismo: ríndete, no puedes hacer nada". Cuando había varios detenidos y embridados, los llevaron a la puerta de la valla y fueron entregados a los gendarmes marroquíes.
Interior niega tajantemente que los agentes implicados en este operativo dispongan de medios de reducción por descargas eléctricas. También niega que se realizaran devoluciones de "personas que precisasen atención médica de relevancia" y asegura que estos rechazos están amparados por la Ley de Seguridad Ciudadana y validados por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en una sentencia que generó gran controversia.
"He pensado mucho en volver a Sudán, a pesar del peligro de la guerra", advierte Abdulá Hamal. "Toda esta ruta me ha robado mi juventud, cuatro años en los que no he podido estudiar, ni formarme, cuatro años intentando llegar a Europa", lamenta. "La única alternativa es volver a intentarlo, pero no tengo la misma esperanza. Sé que muy pocos lo consiguen, que regresaré a la valla y me devolverán de nuevo, pero yo seguiré intentándolo. No he sacrificado todo esto para regresar ahora a mi país", concluye.
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