Este artículo se publicó hace 5 años.
PiniRebelión en el matadero: violencia y esclavitud en la factoría polaca que ha llegado a España
La mafia, explotación laboral, agresiones a trabajadores y explotación a los trabajadores son sólo algunas de las claves de esta historia.
Madrid-
"La noticia nos ha satisfecho como no podía ser de otra manera", aseguraba en agosto de 2017 el presidente aragonés, Javier Lambán, a propósito de la creación de un macromatadero propiedad del grupo italiano Pini en la población oscense de Binéfar. Para añadir a renglón seguido: "La empresa tiene a su disposición las ayudas para el sector agroalimentario que este año se han convocado ya". Todo fueron parabienes en el nombre del progreso, el empleo y la castigada demografía. "Pini ha decidido trasladar su matadero desde Polonia a Binéfar, gracias a las excelentes dotaciones humanas y de infraestructuras que esta zona le ofrece", repetía Lambán, defendiendo el proyecto con el mismo entusiasmo del que había hecho gala algunos años antes el alcalde de la ciudad polaca de Kutno.
Los mil seiscientos empleos que prometía crear el italiano en el macromatadero más grande de Europa no eran moco de pavo y el proyecto fue alentado —con no pocas objeciones—, incluso por los socios de gobierno locales de los socialistas en el Ayuntamiento de Binéfar, una coalición de la que forman parte, entre otros, ediles de formaciones como Podemos e Izquierda Unida. Hace ahora cuatro días, el concejal de Podemos Carlos Arroyos confesaba que, de haber conocido las informaciones divulgadas por Público acerca de las supuestas actividades criminales que Pini desarrolló en Polonia, "muy probablemente, se hubiera pronunciado de otro modo". Bastante más explícito, el secretario general de Podemos Aragón, Nacho Escartín, aseguraba en Twitter hace dos semanas: "Que vengan delincuentes con trabajos de mierda, no deberíamos permitirlo".
De héroe a villano
Del mismo modo que sucedió en Polonia, el héroe se ha convertido en un villano y una pregunta insidiosa se ha extendido entre los socios de Gobierno del alcalde socialista Alfonso Adán y entre la propia población. ¿Por qué el Gobierno aragonés ocultó los antecedentes policiales y delictivos que precedían al italiano? ¿Acaso lo ignoraban? El director general de Fomento, Enrique Novales, admitió a este periódico que habían hablado de ello con Piero Pini durante las negociaciones. Al parecer, el italiano les dijo que de ahora en adelante pensaba "hacer las cosas bien", lo que venía a ser un asunción implícita —y grotesca— de sus errores del pasado. De momento, el alcalde de la población sigue negándose a dar explicaciones acerca de la clase de empresa y de empresario que ha ayudado a traer desde Polonia.
La antigua factoría de Pini en Kutno es hoy propiedad de una Corporación china, y todo lo que el italiano ha dejado tras de sí son los recuerdos de los horrores laborales que llevó hasta el Este y un expediente judicial que podría estar a punto de conducirle a la cárcel, donde, de hecho, ya estuvo. La última vez que abandonó su factoría polaca lo hizo esposado por la policía, tras una espectacular operación en la que intervinieron doscientos agentes de la Oficina Central de Investigaciones, acompañados por oficiales de la Guardia de Fronteras, inspectores de la Oficina de Control Fiscal y la Inspección Nacional de Trabajo. Pini había sido liberado de su arresto, tras el previo pago de una fianza de diez millones de zlotys (alrededor de 2.231.000 euros).
Los capos "de este grupo criminal" habían creado treinta compañías ficticias en Polonia "
Después del operativo, la oficina del fiscal regional de Lodz que dirigía las operaciones emitió un comunicado en el que afirmaba que el matadero de Kutno que Pini ha trasladado a Binéfar era el centro neurálgico de una red de empresas dedicadas a actividades delictivas. Según las autoridades que realizan la investigación, los capos "de este grupo criminal" habían creado treinta compañías ficticias en Polonia" con el fin de generar enormes cantidades de facturas falsas relacionadas con el presunto empleo, capacitación, comidas y alojamiento de los trabajadores". Estas facturas fueron utilizadas para inflar los costos de las operaciones del matadero, "lo que se tradujo en un fraude al fisco polaco de no menos de 35 millones de zlotys (8.159.000 euros) desde que la empresa inició su actividad en 2011".
A día de hoy, la fábrica binefarense de Don Piero está a punto de abrir en su nueva ubicación española y todavía se desconocen las condiciones laborales en las que serán contratados esos supuestos 1.600 trabajadores que prometió crear. Las que sí se conocen son las de sus antiguos obreros polacos y ucranianos. Y el término más acertado para describirlas rima con servidumbre. "El propio Piero Pini nos llamaba los esclavos blancos", aseguraba uno de los empleados subcontratados en el matadero húngaro del italiano entrevistados en 2014 por el periodista Matkovich Ilona. Acababa de quebrar una de esas falsas cooperativas que subcontrataba Pini —András-Metal Kft., de András László Andro— para mantener "la rentabilidad de su negocio" y comenzaron a conocerse las condiciones esclavistas sobre las que se sostenían sus plantas de matanza. "Tenía razón", añadía el trabajador. "Éramos esclavos. No había tiempo para mirar atrás en la cadena. Jamás se detenía la carne que llegaba por la cinta. Cuando venían visitantes, reducían la velocidad de la correa a doscientos cerdos por hora, pero en condiciones normales, iba mucho más rápido. Y cuando alguien se ponía extrañamente nervioso, lo tirábamos".
Contrataban gitanos
Gracias a las revelaciones realizadas por el subcontratista –a quien Pini pateó sin contemplaciones–, se supo que buena parte de sus trabajadores eran gitanos romaníes. Habían pactado un precio fijo y András no fue capaz de hacer frente a sus compromisos empresariales con el dinero que le pagaba el italiano. Un día vino Pini y les mandó a casa "de vacaciones". Literalmente. Quienes le han tratado hablan a menudo de los ademanes autoritarios que dejaba entrever tras su apariencia fríamente educada.
Las empresas de András habían trabajado para la compañía húngara del italiano –Hungary-Meat Kft– durante cinco años, mediante la clásica fórmula de subcontrata. Era un verdadero chollo para Pini que la directora de la planta del italiano –Katalin Szakácsné Bajnóczi– explicaba con una confusa jerigonza en el intento de exculpar a su patrón. "El contrato entre Hungary-Meat Kft. y Andrási ya se ha establecido. Ha confiado a su empresa como subcontratista el uso de indicadores cuantitativos y cualitativos para el desempeño de las tareas contractuales", afirmaba Szakácsné. ¿Cómo?
Lo que en realidad quería decir es que las condiciones de los trabajadores del subarrendatario, o las responsabilidades derivadas de su gestión, no eran problema suyo. Allá László Andro si el dinero no alcanzaba, o si los trabajadores se partían en diez trozos. Para eso estaban esas subcontratas, para eludir responsabilidades sobre las condiciones de abierta esclavitud en las que prestaban sus servicios los trabajadores del sector cárnico. Cuanto más extranjeros, romaníes y vulnerables, menos afectos a los sindicatos y más incapaces de hacer valer sus derechos si es que en verdad los conocían. Eso es lo que sostuvo parte de la prensa húngara. De modo que, definitivamente, era un chollo para el italiano y su compañía, Hungary Meat.
"En el matadero no había tres turnos oficiales, ni asignaciones nocturnas, ni subsidios por enfermedad, prestaciones sociales o vacaciones pagadas"
La primera disputa con András se produjo en 2008, pero les siguieron otras muchas. Y en efecto, las condiciones de trabajo en aquella planta hungara eran, según la prensa del país, ES-CLA-VIS-TAS. "En el matadero de Kiskunfélegyháza no había tres turnos oficiales, ni asignaciones nocturnas, ni subsidios por enfermedad, prestaciones sociales o vacaciones pagadas", escribía Matkovich Ilona en el Magyar Narancs tras la quiebra de la cooperativa. "Algunos se preguntan por qué las autoridades o los sindicatos no intervenían para proteger los derechos de los trabajadores. Lo cierto es que no había nada que una cena y un club nocturno no arreglaran. Y en cuanto a los trabajadores, guardaban silencio, porque a cambio les dejaban doblar el turno y ganarse, de ese modo, entre diez y quince mil forintas diarias (entre 30 y 45 euros)".
Tras su quiebra cuádruple, el subcontratista András László Andro se quejaba de que el dinero que Pini le pagaba era completamente insuficiente. “Prometió una cantidad, pero comenzó a multarnos por todo pese a que los empleados realizaban su trabajo correctamente. Cuando nos mandó de vacaciones, recurrió a otras dos subcontratas y se quedó con parte de mis hombres”. La mayoría de ellos no cobraban más de 300 dólares al mes, lo que explica, entre otras cosas, que la empresa del italiano se convirtiera con rapidez en una de las más poderosas y rentables de Hungría.
Una mano lava la otra
"La planta, creada en octubre de 1997, hace gala de una producción moderna y actualizada, una calidad de confianza, una gran gestión económica y una mejor gestión del personal", reza todavía hoy la página promocional de la firma italiana. Por alguna razón, al empresario de Valtellina le complace subrayar el gran tamaño de sus mataderos. El que está a punto de abrirse en Binéfar se publicita ya como el mayor de España, y uno de los tres, sino el mayor, de Europa. En realidad, la Prensa italiana aún va algo más allá, y apunta a que será "il più grande" del mundo.
Grande, grande, grande... como las mansiones de don Piero y los coches de lujo con los que, según la prensa eslava, se movía, y todavía se mueve, por Varsovia. En Binéfar también se está construyendo una bonita casa. Presumiblemente, será para alguno de sus tres hijos, dado que las autoridades polacas lo tienen retenido en el país hasta que no se esclarezcan sus responsabilidades en la organización supuestamente criminal que lideraba. El fiscal desea a toda costa que se le condene duramente porque no alberga ni la más mínima duda acerca de su culpabilidad y de lo deplorable de los crímenes que cometió contra la Hacienda del país y sus trabajadores. Así lo hizo saber a este diario.
En torno a 2010, y deslumbrado por la modernidad de la gestión y los éxitos económicos de Pini —uno de los empresarios extranjeros del momento gracias, entre otras cosas, a un anuncio de pasta que le hizo popular—, el propio alcalde de Kutno se dirigió al italiano para pedirle que invirtiera en su ciudad. Al igual que sucedió algo más tarde en Aragón, donde Lambán se apresuró a declarar el proyecto de interés económico, los polacos se postraron a sus pies y a los de su suculenta oferta de empleo. Cientos, miles de trabajos prometía por doquier el italiano. Y Don Piero invirtió. Hubo discursos y cortes de cintas y celebraciones del progreso, de ese modelo de progreso que tanto seduce también al presidente del Ejecutivo aragonés, y que vienen a encarnar esas cintas infinitas que se precipitan como bucles hacia el infierno de los cerdos y a menudo, también, de sus trabajadores. "Nos trata como a basura", se quejaba amargamente uno de ellos poco después de que abriera la planta de Kutno.
"Humillaciones, palizas e insultos en el puesto de trabajo", rezaba en el titular un digital polaco, pocos meses más tarde de que echara a andar el macromatadero de Kutno. La historia volvía a repetirse, pero ahora en una pequeña ciudad industrial polaca de 50.000 habitantes. A unos pocos kilómetros de sus viejas jrusovas de aspecto ceniciento y soviético, y pocos meses después de que la factoría de carne se pusiera en marcha, una sección entera de trabajadores se había detenido. Oficialmente, no era una huelga, sino una pequeña, digamos, algarada laboral. "No pagan, no toleran objeciones, ignoran los principios básicos de seguridad", escribía un periodista local. No hacía ni seis meses que los digitales del condado habían dedicado al italiano parecidos epítetos laudatorios a los que ahora se repiten en España.
El honor no es algo que va y viene
Es un "tsunami de la carne", "un guepardo de los negocios", "un Mesías del porcino"... aseguraban los periodistas del terruño, a la caza de una analogía aguda que supiera captar el entusiasmo con el que había sido recibido aquel mecenas italiano, aquel varón de mediana edad, impecable y de aspecto agraciado. Don Piero encarnaba los estereotipos italianos como un guante. Muy elegante, un hombre de honor. "Soy un empresario honesto", se apresuró a decir tras su detención. Inocente, por supuesto. El honor no es una cosa que va y viene.
Todo fue perfecto en Kutno hasta que el matadero abrió sus puertas y algunos de esos empleados de la sección de corte, igualmente subcontratados mediante cooperativas interpuestas, comenzaron a contar historias terroríficas sobre sus empleos. "A veces trabajamos hasta la una de la madrugada y debemos regresar el sábado a las cuatro de la mañana. Si no vienes te despiden, así que uno trabaja intimidado por las amenazas permanentes de perder tu puesto de trabajo".
"El copropietario Pini tomó un cuello de cerdo y golpeó con él a una empleada de la sala de embalaje"
En una crónica de TVP, firmada por AP y ASL, en enero de 2011, se aseguraba que el dueño de la fábrica había atacado a los empresarios con los puños. "El copropietario Pini tomó un cuello de cerdo y golpeó con él a una empleada de la sala de embalaje", se decía en el artículo. En junio de ese mismo año, los empleados de una sección entera de la factoría se detuvieron para exigir el pago regular de sus salarios por parte de la empresa subarrendataria a quien Pini había contratado sus servicios. A las cuatro de la madrugada, los cerdos sacrificados habían comenzado a deslizarse por la cinta, pero los trabajadores polacos y ucranianos se habían ido para casa, en protesta por sus condiciones laborales. Oficialmente, nunca hubo una huelga. Según la directora de la planta, Anna Siwiak, se había producido un fallo en la correa transmisora. Lo llamaban así. De ese modo silenciaban los ejecutivos "las rebeliones en la granja".
"Nadie trabaja en Pini ocho horas", se quejaba en 2013 otro empleado. "Todos hacen doce o más, a cambio de los diez zlotys que te pagan por las extras (unos dos euros y medio). Eso sí, no te los abonarán hasta que el propietario del negocio te las firme, lo cual no es del todo seguro. Esto es como China". Por esas mismas fechas, la esposa de uno de los trabajadores de la planta se quejaba de que su marido había perdido 15 kilos tras trabajar un año en esa planta. "Ya no tenemos sexo duro como antaño", lamentaba.
"¿En verdad sabe Pini cómo estamos trabajando así?", se preguntaban otros, como si Dios, en las alturas, se mantuviera al margen de lo que urdían sus lugartenientes abajo, en el averno de la carne. Lo sabía. No había duda de ello. A mediados del pasado año, cuando estaba a punto ya de consumarse la venta de su factoría polaca a una corporación china, otro viejo empleado de la fábrica aseguraba en un foro de opinión que aquel enorme matadero había sido para él un gran campo de concentración donde se sentía tratado "como un perros sarnoso". "Pienso en mis tiempos allá, y sólo puedo decir que aquello era una masacre".
"Más y más trabajadores demandan a Pini Polonia y a las falsas cooperativas a las que recurría para cubrir sus objetivos", escribía la periodista Dorota Grabczwwska en un digital del condado de Lodz. Según una de las empleadas a las que la polaca entrevistó, Agnieszka Gorecka, Pini era un empresario "extremadamente malicioso". "Incluso a los administrativos se les pone la piel de gallina ante la idea de trabajar en ese matadero", decía la reportera. Gorecka ya había perdido la cuenta de los días y los festivos que había pasado en la factoría, "la piu grande e bella", a cambio de un misérrimo salario. Una de las testigos a las que el tribunal de Lodz, Alicja M., citó a declarar, aseguró ante el juez: "Nos trataban a todos igual [de mal]. Teníamos tanto trabajo que a menudo habíamos salido a las 13 horas y los contratistas de la empresa nos llamaban a las 23 para que volviéramos. Dábamos por hecho que nos pagarían horas extras, pero eso nunca sucedió".
Las condiciones esclavistas de trabajo llegaron a ser tan abominables que los empleados de las cooperativas comenzaron a tomar nota en un papel de toda la barbarie que les rodeaba en aquel oscuro entorno humano. "El dueño siempre estaba insatisfecho y nos desafiaba e insultaba. Te decía algo por la mañana, y lo contrario por la tarde. Pensábamos que quizá tuviera algo que ver con el temperamento de los italianos".
"El propio hermano del empresario vino a por nosotros con los puños mientras nos gritaba algo en italiano"
Escandalizado por lo que sucedía en esa fábrica, otro periodista polaco de un programa de televisión de TVP Lodz conocido como la Ambulancia del Reportero consiguió infiltrarse en el matadero. "El propio hermano del empresario vino a por nosotros con los puños mientras nos gritaba algo en italiano", explicaba una de las víctimas de Pini. Ese era el tugurio polaco que se han traído hasta Binéfar, según aquellos primeros auxilios periodísticos de una cadena local de televisión. Fue en ese mismo programa donde volvió a decirse sin citar su nombre que el propio dueño del matadero había golpeado a una mujer con un cuello de cerdo. "Signor giudice, questa è una guerra di scoraggiamento", parecía estar diciendo. No hacía ni siquiera un año que había abierto el matadero -el 27 de marzo de 2010- y se diría que Don Piero había puesto ya toda sus cartas sobre la mesa de despiece. "A strada è du cu sa' la pigghia!".
Avalancha de denuncias
Fue también por aquel entonces cuando empezó a llegar a la oficina del fiscal de Lodz una pequeña avalancha de denuncias que anticipaban su detención, en 2016, bajo la acusación de fraude. A día de hoy, el fiscal polaco considera al italiano como uno de los mayores estafadores de la historia de Polonia. Y a las repudiables condiciones en las que la plantilla desempeñaba su trabajo, se sumaban las demandas por el deterioro mediambiental que su actividad había originado. "Nos sorprende la falta de diligencia con la que la Administración ha respondido a nuestras quejas sobre el modo en que la empresa está gestionando los residuos, la manera deficiente en que elimina —o no elimina— los excrementos y las tripas, en varios lugares de los poviats de Kutno y Leczyca", se quejaban ya en 2011 tres ediles de la Corporación local, menos entusiasmados con el desembarco de Pini que su alcalde. El primer editl de Kutno había vendido la llegada del italiano como un acierto de su gestión. También la historia ha vuelto a repetirse en la Litera.
¿Pero de dónde había salido este italiano cuyas manos estrecharon cordialmente el presidente del Ejecutivo aragonés y el alcalde de Binéfar? Piero Pini, Don Piero, es originario de una población italiana conocida como Valltelina. La empresa familiar fue creada en Grossoto por su padre, pero no se convirtió en industria hasta 1982. A partir de 1997, comenzó a operar en Hungria, con la citada Hungary Meat KFT y en 2010, se instaló en Polonia. Dicen que lo primero que hizo fue instalar un contador en su oficina para cuantificar el número de cerdos producidos: 4.522, 4.523 y así hasta que le echó la policía polaca... En Binéfar, el contador partirá de cero y los salarios, se da por hecho, no llegarán a los mil euros, ni aun haciendo horas extras.
Fue efímera aquella aventura. Durante al menos algún tiempo, el italiano consideró la posibilidad de volver al plan original de construir la planta aragonesa en su Italia natal. Incluso llegó a comprar un terreno en Manerbio, en la Baja Bresciana, pero fue tal la oposición de sus paisanos, antes y después, que al final desistió. La plataforma logística de Monzón que Lambán halló tan oportuna no hubiera sido un argumento suficiente para esos italianos que se echaban las manos a la cabeza ante la mera perspectiva de tener que soportar diariamente el tránsito de cientos de contenedores, cargados con los cadáveres de millares de cadáveres de cerdos.
En su día, Podemos peleó para que se agilizaran los trámites de construcción de una remodelación de la variante de Binéfar que alejara el tráfico de las travesías urbanas, pero para eso, hasta la fecha, no ha alcanzado el presupuesto. No se tiene conocimiento tampoco de que la Administración haya hecho gestiones para anticiparse a la flagrante falta de vivienda en alquiler para los empleados, pese a que no hay pisos en el mercado. Salvo que cuente como actividad institucional las llamadas realizadas por una empresaria socialista local a las inmobiliarias de la zona.
En Polonia, los trabajadores se hacinaban a menudo en pisos-patera. Hasta cinco o seis personas vivían en las jrusovas de los aledaños de la factoría, cuando no tenían que realizar un largo viaje en autobús desde ciudades situadas a más de treinta kilómetros. ¿Fletarán en Binéfar autobuses desde Lleida para hacer aún más penosas las jornadas laborales? Curiosamente, muchos de los argumentos esgrimidos por los italianos para rechazar un proyecto así fueron utilizados por las administraciones autonómicas y locales, de Aragón y Binéfar, para justificar su desembarco. La basura de unos es el tesoro de otros.
El alcalde socialista de la población se ha negado hasta la fecha a responder a una única pregunta: "¿Por qué tanto el Gobierno aragonés como el equipo que él preside ocultó a los binefareneses y a los españoles la investigación criminal y las actividades supuestamente delictivas del italiano mientras se ponía el acento en los centenares de empleos que traería, a sabiendas del terrible pasado laboral de sus empresas? Parece que los noventa y cinco millones de euros del ala que el italiano ha prometido invertir han sido más que suficientes para acallar cualquier rumor acerca de su pasado público, y notorio. En esto Binéfar, se parece a Hungría. Ni a Javier Lambán ni a Alfonso Adán le preocupó mucho fotografiarse junto al mismo señor italiano que algunos meses antes había salido esposado de su fábrica polaca.
Rumor xenofóbico
Paradójicamente, entre la población de Binéfar se extendió en su día de forma preocupante un rumor de tintes xenofóbicos. A algunos les inquietaba el perfil de los trabajadores foráneos que cubrirían los 1.600 empleos que el italiano prometió. En realidad, nada es más sencillo de saber. La mayoría de esos trabajadores serán honrados extranjeros pobres acuciados por la necesidad y por la precariedad.
Cuando transcendió la operación policial llevada a cabo por los polacos, incluso los productores italianos montaron en cólera con Pini, quien poseía en su país el matadero Ghinzelli de Mantua (conocido y mentado en los populares papeles de Panamá). Tras saber que su compatriota había sido inculpado por fraude, lavado de dinero, evasión del IVA y por emplear trabadores sin papeles, las federaciones italianas de productores recordaron que decenas de miles de patas de cerdo polacas sacrificadas en la planta de Kutno habían cruzado durante años las fronteras italianas todos los días para llegar a algunas fábricas de carne cortadas y curadas. "El problema era que estas patas de cerdo a precios extremadamente competitivos estaban sacando del mercado a compañías italianas que compraban a proveedores que sí cumplían con la ley y pagaban sus impuestos", se quejaba en diciembre de 2016 el secretario de la FLAI, Umberto Franciosi.
Definitivamente, los compatriotas de Don Piero no estaban dispuestos a hacer la vista gorda con las supuestas actividades criminales de Pini y de sus factorías. Se da por hecho que fue la Guarda de Finanzas italiana la que puso a Pini en el visor de la fiscalía de Lodz, mientras investigaba el fraude de la carne de la mafia de Milán y las prácticas de 44 evasores de impuestos, y 59 empresarios de Modena, que también explotaban, como Pini, según la fiscalía polaca, a extranjeros ucranianos sin papeles, entre una larga lista de delitos.
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