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Nunca Máis: el antecedente del No a la Guerra y del 15M cumple 20 años
Una reunión el 21 de noviembre de 2002 en Santiago dio origen al movimiento contra el Prestige que diseñó la contestación social en la España de principios de este siglo.
A Coruña--Actualizado a
Si redujéramos la superficie de Galicia a la que tiene una moneda de un euro, se podría situar el lugar del hundimiento del Prestige a una distancia de la costa similar a la del diámetro de otra moneda del mismo valor. La extrapolación puede parecer una memez, pero sirve para hacerse una idea real de las consecuencias de la peor catástrofe ambiental de la historia de España. Aquel petrolero que el Gobierno paseó hace veinte años por las costas de Galicia, y que yace en el fondo del mar a una profundidad equivalente a un tercio del grosor de una moneda de un céntimo de euro, en nuestro ejemplo contendría una carga contaminante proporcional a la cantidad de tinta de un bolígrafo recién estrenado.
El 21 de noviembre de 2002, dos días después de que el Prestige se partiera en dos a un euro de distancia de la costa gallega, una treintena de representantes de cofradías de pescadores y mariscadoras, sindicatos, asociaciones profesionales, organizaciones ecologistas y partidos políticos se reunieron en la sede del Bloque Nacionalista Galego (BNG) en Santiago. Allí acordaron celebrar una gran manifestación en protesta por el vertido, ante la inacción de las autoridades gallegas y españolas y contra lo que consideraron como una campaña de mentiras auspiciada por el Gobierno de Aznar a través de los medios públicos de comunicación.
Lo que parecía una pequeña protesta sectorial de gentes del mar acabó convirtiéndose en la acción transversal colectiva de mayor calado en la historia de Galicia. Una marea de solidaridad y reivindicación del orgullo nacional ciudadano que por primera vez en cientos de años puso contra las cuerdas al Gobierno de España desde las calles de un pequeño país en el el extrarradio de Europa. Para muchos y muchas, otros movimientos como el No a la Guerra de Irak, la contestación social por el 11M y la Spanish Revolution, que se puso en marcha con el 15M tras el crac financiero de 2008, no podrían entenderse sin aquel antecedente.
"Nos planteamos que la marea negra no era sólo un problema de los trabajadores del mar, ni sólo un problema medioambiental, ni sólo una reacción al menosprecio de un Estado centralista. Lo era todo. Un problema de dignidad nacional, de un país al que se le negaba la capacidad para gestionar la peor catástrofe ecológica de su historia y al que se intentaba engañar sobre lo que estaba pasando", recuerda Anxo Quintana, entonces coordinador nacional del BNG y más tarde vicepresidente de la Xunta en el Gobierno bipartito con el PSOE.
Quintana explica que el lema de aquella manifestación pretendía alejar cualquier posicionamiento político para recabar, sin que se identificara con posiciones partidistas, la indignación ciudadana por la gestión de la crisis. También por la constatación de que la costa de Galicia se estaba convirtiendo, con la aquiescencia del Estado, en sumidero de chapapote y cementerio de petroleros. Primero el Polycommander (1965), luego el Urquiola (1976), después el Mar Egeo (1992)... "El Prestige no era un problema coyuntural, sino el ejemplo de un déficit estructural de medios en un país que no tenía y que sigue sin tener competencias en materia de salvamento marítimo para hacer frente a catástrofes de ese tipo", añade Quintana.
"El lema de Nunca Máis ya se había utilizado en la manifestación por el Mar Egeo", recuerda el fotoperiodista Xurxo Lobato, autor de una de las fotos más icónicas del naufragio del Prestige. En ella se advierte la proa del buque a punto de hundirse como si fueran las fauces de un escualo que no se sabe si se sumerge en el mar o más bien emerge de él para devorar a quienes han aparcado en sus orillas su modo y herramientas de vida.
"En un viaje a Euskadi esos días alguien me dijo en un batzoki de Gernika que el problema del Prestige era que los gallegos éramos un pueblo sumiso. Se me quedó grabado que tuvieran esa imagen de nosotros", dice Lobato. "Nunca Máis acabó para siempre con esa etiqueta", rememora el fotoperiodista, cuya foto del Prestige ha recibido varios premios de periodismo, como el Ortega y Gasset, y ha formado parte de decenas de exposiciones, entre ellas la que estos días se muestra en el Museu Marítim de Barcelona.
El 1 de diciembre de 2002, con la icónica foto de Lobato como fondo de los carteles llamando a la convocatoria, más de 200.000 gallegos se reunieron en Santiago para expresar su repulsa al enésimo atentado a sus costas, aquellas sobre las que construyeron durante milenios el armazón de su identidad su cultura y su idioma. Fue, y sigue siendo, la manifestación más concurrida de la historia de su país, que cuenta con 2,7 millones de habitantes y cuya capital apenas supera los 90.000. Portando la pancarta, en la cabecera de la protesta, no había políticos, sino pescadores, intelectuales, artistas, activistas de la defensa del medio ambiente y líderes vecinales.
Pasada una hora de la protesta, el Consello de la Xunta que presidía Manuel Fraga, presidente de honor del PP, se reunió de urgencia en Santiago para anunciar un plan de ayudas a los afectados por el chapapote, al que el Gobierno de Aznar se sumaría pocos días después. "Nunca Máis tuvo dos efectos", recuerda Bieito Lobeira, uno de los participantes en la reunión del 21 de noviembre en Santiago y hoy miembro de la ejecutiva nacional del BNG. "El primer efecto fue material e identificable. El segundo, y que no se puede cuantificar, resultó fundamental para la reivindicación de la dignidad de un pueblo", resume.
En medio del desconcierto del Gobierno de Aznar, la manifestación del Prestige convocada por Nunca Máis se elevó a la categoría de paradigma de la emergencia de la cultura popular. Aún no existían las redes sociales, pero los memes ya se escribían sobre pancartas de cartón a la manera en que luego se articularon en el 15M - PP-troleiro [PP-mentiroso, en español, jugando con la palabra "petrolero"], Fraga-gá, en referencia a la edad del presidente de la Xunta-. También se enarbolaron símbolos e iconografía que luego se reproducirían en los movimientos estatales: maletas de emigrantes como metáfora de negro porvenir; cormoranes petroleados clavados en cruces de petróleo...
"Fraga decía que Galicia era geológicamente conservadora y Galicia se rebeló contra esa imagen geológicamente triste. El pueblo recuperó para sí los símbolos de los que el PP se había apropiado y se rebeló contra el capitalismo sucio", señala el escritor y periodista Manuel Rivas, que leyó el manifiesto final de la concentración del 1 de diciembre.
Rivas enlaza el espíritu del Nunca Máis con la situación de dependencia y opresión que sufre Galicia desde los centros de poder y recuerda que Galicia era el lugar desde donde el Gobierno conservador menos podía esperar una contestación social ambientalista, humanística y transnacional frente al establishment en la era contemporánea. En el siglo VI, el obispo Martín de Braga redactó su De correctione rusticorum, en la que anunciaba enormes castigos a quienes consideraran a la naturaleza como una entidad objeto de derechos tan elementales como el de no ser agredida.
"Nunca máis representó la negación de aquella tesis que se había solidificado con el lema de Fraga de que éramos una comunidad geológicamente conservadora", explica Rivas. "Esa tristeza geológica secular se terminó con Nunca Máis", asegura Rivas.
Dos meses después de la manifestación en Santiago, Nunca Máis llegó a Madrid en otra concentración que se celebró el 23 de febrero, coincidiendo con el 22 aniversario del golpe de Estado de 1981. El lema de la protesta, que secundaron un cuarto de millón de personas, fue "Por el mar, por la paz y por la democracia".
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