Este artículo se publicó hace 5 años.
EdadismoLos náufragos del tercero sin ascensor: la soledad y el maltrato que sufren los mayores
La edad es la tercera causa de discriminación en el mundo, por detrás del racismo y el sexismo. Los mayores españoles se sienten solos, ninguneados y algunos de ellos maltratados: el abandono, el encierro en residencias contra su voluntad, y el maltrato psicológico cotidiano son sus sufrimientos más habituales.
Agnese Marra
Madrid-
La edad es la tercera causa de discriminación en el mundo, por detrás del racismo y el sexismo. Los psicólogos lo llaman edadismo. Ese momento en el que como si de un manotazo, un joven barriera todas las fichas del tablero e hiciera que los mayores desaparecieran del mapa. Ese momento en el que esa persona con esa edad, con esas limitaciones, empieza a ser molesta. Para algunos, directamente, invisible
Jose Hipólito (74) sintió el manotazo en cuanto dejó de trabajar. Fue de un día para el otro. Lo recuerda con todos los detalles, como suele pasar con esos momentos de epifanías. Tenía 65 años y siete meses, había sido administrativo toda su vida. Del trabajo a casa, de casa al trabajo. Muy de vez en cuando una caña con los compañeros al final de la jornada, “pero muy de vez en cuando”, insiste. Y de repente ese jueves, de sol, de frío de enero, después de tomarse su café con una magdalena, se dio cuenta de que estaba solo. Su mujer había fallecido cinco años antes, su hijo mayor estudiando en Alemania y el pequeño en Londres. Y Jose en su apartamento de tres habitaciones, cargadas de pasado y con poco presente que compartir, empezó a dejar de ver su futuro: “Me sentí tremendamente solo. Lo recuerdo y me da un escalofrío”.
Para Mari Carmen Díaz (72) los cambios se sucedieron poco a poco. Una vida entera trabajando en casa. Tres hijos que criar. Montones de ropa que planchar, abastecer la nevera cada semana porque la tropa arrasaba con todo en poco días. Esos pantalones a los que hacer el dobladillo. Y el cocido semanal que no podía faltar porque tanto le gustaba a Antonio. “Ay mi Antonio, él fue el primero en dejarme”, nos dice.
Mari Carmen enviudó cuando tenía 67 años. Dice que ahí fue cuando las cosas empezaron a torcerse. En casa sólo quedaba su hija pequeña, Julia, que aguantó un año más al lado de su madre: “Si yo lo entiendo, los chavales tienen que volar y hacer su vida”, nos dice más resignada que convencida. Los montones de ropa se fueron reduciendo, y ahora “planchar para mí no hace falta, con colgar la ropa bien estirada me vale”, nos explica. El cocido empezó a ser quincenal, después mensual, hoy dice que “uy con suerte” reúne a todos sus hijos cada dos meses. Nos cuenta que las camas siempre están hechas. Los baños limpios. La cocina impoluta. Y el día que peor está hay apenas un plato en el fregadero. Lo que sobran son las horas de televisión en el salón. De encierro. De repente una semana sin salir de casa porque ya no hace falta rellenar la nevera: “Si con un yogur ya he cenado”, dice. El dolor de rodilla que aumenta, y no sabe por qué, si ya no hace nada. Y lo de vivir en un cuarto sin ascensor en el centro de Madrid, y no subir más las escaleras del tirón. “Me da pereza salir, lo reconozco”.
Mari Carmen es lo que el responsable del Departamento de Mayores de la Cruz Roja, Jorge Cubillana, describe como “los náufragos del tercero sin ascensor”, para referirse a las personas mayores que por el mismo transcurso de la vida se han quedado solas. Personas que también son víctimas de barreras arquitectónicas -no disponer de ascensor en su edificio, por ejemplo- que las aíslan aún más, y de las sociales -entorno de amigos y familia- que les hacen sentir como una carga -el 43% de los mayores españoles se siente así, dice el boletín sobre Vulnerabilidad Social de Mayores de Cruz Roja.
“No decimos que sus familiares sean malas personas, sino gente normal que por su día a día casi no ven a sus padres. El modelo de sociedad lo ampara, por eso debemos pensar en otro modelo que no se base en la exclusión y la estigmatización de los mayores”, le dice a Público, Jorge Cubillana.
El estigma
En España hay ocho millones de personas mayores de 65 años. Dos millones viven solos y al menos un millón y medio -uno de cada cinco- declaran sentirse solos, según datos de la ONG Desarrollo y Asistencia. El INE calcula que el porcentaje de población mayor de 65 años dentro de 15 años será un 25% y dentro de 50 años será casi un 40% sobre 44 millones de habitantes. La ONU asegura que España en 2050 será el tercer país más envejecido del planeta por detrás de Japón e Italia. A esas alturas, la soledad ya podría ser una epidemia.
Tres millones y medio de españoles dicen sentirse solos, y aunque la soledad no entiende de edades, según Cubillana, los mayores la sufren con más crudeza porque viven una situación que tiende a cronificarse: “La soledad es causa y efecto de ser mayor. La sociedad los estigmatiza y los aísla. Luego están las circunstancia naturales como quedarse viudo, que los hijos se vayan de casa, o una enfermedad que al final te deja discapacitado, como los ictus. Todo eso son cosas cotidianas de la vejez. Pero el resto de la sociedad mira hacia otro lado como si nunca fuera a envejecer”, nos dice el responsable de Mayores de Cruz Roja.
Por eso además de los proyectos de visitas semanales a las viviendas de mayores, o la llamada periódica para preguntar al anciano “qué tal va todo”, o los talleres de actividades para que vuelvan a tejer una red de amigos con la que sostenerse. Además de la ayuda alimentaria o de los pagos de la luz para el 19,5% de mayores que viven en riesgo de exclusión social y pobreza energética a que atiende Cruz Roja. Además de todo eso, esta organización pelea por acabar con el estigma del ser mayor.
“Si le pedimos a alguien que haga un dibujo de una persona mayor, seguro que le pone un bastón, lo pone medio enfermo, inválido. Eso ya es un sesgo y el primer paso para la discriminación. Los mayores no son un grupo homogéneo porque desde los 65 a los 95 años hay por lo menos dos generaciones. No es lo mismo el que se acaba de jubilar y no tiene problemas cognitivos o de salud, con el mayor dependiente que no se puede levantar de la cama. Son realidades completamente diferentes y ambos son mayores”, dice Cubillana.
Ambos también sufren la discriminación social del “ser una carga”, un concepto que funciona como terminología administrativa: “carga familiar”. Y ambos son víctimas del edadismo que emerge poco a poco en detalles imperceptibles para quien discrimina, pero cada vez más dolorosos para el que los sufre. Un día es el “no te enteras de nada, papá”. Otro día el “deja, deja, que lo hago yo que tú no sabes”. O el “cómo te repites, ya lo has contado un millón de veces”.
Lo resume el sociólogo Arturo Torres en el artículo Edadismo: la discriminación por edad y sus causas: “El edadismo crea amplios grupos de población que se ven alienadas de la toma de decisiones más importantes. Parece que otras generaciones hayan colonizado sus entornos de vida”.
El control de las finanzas en mayores que no tienen ningún problema cognitivo es uno de los síntomas más habituales del edadismo, y del maltrato psicológico. “La mayoría de los que atendemos nos dicen que sienten que no sirven para nada, que ya nadie les hace caso, y eso es consecuencia de infantilizarlos y de tratarlos con condescendencia”, explica Cubillana. Luego están aquellos que no tienen quien les diga nada y que pueden pasar hasta un mes sin cruzar palabra con nadie. A ellos la soledad les arrastra hacia otro tipo de enfermedades.
Así lo afirma un estudio de la universidad de Chicago que advierte cómo la soledad puede aumentar un 26% el riesgo de mortalidad al provocar problemas cardiovasculares, neurodegenerativos, obesidad o depresión. “Lo más duro de todo es cuando mueren solos. No me refiero al momento de morir, sino a todo ese tiempo previo, meses o años que han pasado solos esperando a la muerte”, dice el de Cruz Roja, por eso —insiste— “hay que empezar a pensar en otro modelo de sociedad”.
Sin marco legal para defenderse
La soledad puede llegar por las circunstancias del día a día como Mari Carmen o Jose. O por el abandono intencionado de familiares, lo que entraría dentro de la categoría de maltrato. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) el 10% de los mayores se sienten maltratados, pero advierten que el número podría ser mucho mayor ya que la mayoría por vergüenza o por miedo, ni lo reconoce ni lo denuncia.
Un estudio realizado por la Unión de Pensionistas (UDP) advertía que el 7% de los mayores de 65 años residentes en España afirmaba haber sufrido en el último año algún tipo de abuso, ya sea por privación, maltrato psicológico y verbal, económico e incluso físico y sexual.
Desde Cruz Roja nos reconocen que encontrarse con ancianos semi desnudos, desnutridos abandonados en sus viviendas es una realidad “relativamente común”. Como lo es el timo o el robo, ya no solo de estafadores profesionales, sino por parte de los familiares: “Me acuerdo de una mujer que había perdido su casa porque sus hijos la habían vendido sin su consentimiento. Ella tenía plenas facultades y acabó en una residencia pública porque la dejaron sin hogar”. Mayores —con sus plenas facultades— que son instalados en residencias en contra de su voluntad es otra de los problemas habituales a las que se enfrenta esta organización.
También están los maltratos menores, pero no menos duros. Como la historia de aquel anciano al que se le rompió la dentadura y sus hijos le dijeron que no se la arreglarían hasta que volvieran de vacaciones. Los maltratos más brutales como los de abusos sexuales, que son los más excepcionales. Y luego está el abandono: “Sobre todo en verano. Los familiares no les dan las medicaciones durante un par de días y después los llevan a urgencias, y allí les dejan. Casi siempre es en el cambio de quincena, así se van de vacaciones sin el abuelo”, nos dice Cubillana, recordando las denuncias que hicieron varios hospitales hace un par de años donde advertían que varios mayores habían sido abandonados en urgencias.
Mientras que abandonar a un animal es un delito específicamente penado, no sucede lo mismo con un mayor: “No hay un marco legislativo específico para mayores porque no lo consideran un colectivo especialmente vulnerable. Una de nuestras batallas es que se cree este marco legal que los defienda”, dice Cubillana.
El magistrado José María Gómez Villora, especialista en violencia de género, reconocía en una entrevista en 20 minutos que “se pone énfasis en la protección a los menores y nos olvidamos del otro extremo”. El coordinador del programa Malos Tratos y Abusos a Personas Mayores de la UDP, Javier Álvarez, decía en el mismo diario:"Es como si el 25% de la población española estuviera enferma y necesitara unos recursos y cuidados específicos y no recibiera tratamiento. Están muy indefensos”.
Jose tuvo “la suerte” —nos dice— de que su hijo pequeño volviera a casa: “El pobre está en paro, y los trabajos que consigue no le dan para pagar un alquiler”. Se llevan bien aunque está cansado de que le diga “que no se entera de nada” y cosas por el estilo: “Cuando volvió encontró muy mal. se asustó mucho y me dijo que tenía que salir y hacer actividades. Le hice caso”. Todos los miércoles tiene taller de pintura en su barrio y está pensando en atreverse con Bailes de salón.
Mari Carmen anda con sus antidepresivos, y sale poco: “Igual cuando mis hijos me den algún nieto me animo más. Pero ahora me siento cansada. “Me da pereza salir, lo reconozco”.
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