Roma
Italia apuesta por un verano que conviva con el coronavirus. Lo que se está debatiendo estos días es cómo se puede hacer eso, exactamente. Se apunta a mantener la distancia interpersonal de un metro, en unas vacaciones de "kilómetro cero": cuanto más cerca de casa, mejor. La principal ventaja, si es que así se puede llamar, es que los transalpinos llevan ya entre cinco y ocho semanas de confinamiento y todavía quedan dos meses para prepararse, en plena crisis sanitaria por Covid-19, a un atípico verano italiano.
En lo técnico, está todo en el aire. Pero la esperanza del sector turístico es que la temporada vacacional sea larga, de junio a octubre, y que impulse el mercado interno. Lo cierto es que la próxima temporada estival en Italia no va a ser como siempre. Los transalpinos tendrán que mentalizarse que, de poder ir a la playa, tendrán que hacerlo siguiendo el mismo esquema de vida de las últimas semanas, pero estando de vacaciones: quedarse en casa, salir sólo para lo estrictamente necesario, teletrabajar, usar vehículos privados en la medida de lo posible, mantener al menos un metro de distancia entre personas, evitar aglomeraciones. De querer sol y arena, habrá que tratar de ir a la playa más cercana. Con mascarilla.
El proyecto más extravagante citado en los últimos días en la prensa del país es la presencia de cabinas de metacrilato en las playas italianas este verano de 2020. El proyecto consistiría en que, por ejemplo, un conjunto de dos tumbonas y una sombrilla, estén rodeados por paneles de metacrilato, dejando abierto por arriba y con una salida, en cualquiera de las dos esquinas orientadas hacia la orilla, para permitir el tránsito individual. La idea, lanzada por una empresa italiana, ha sido criticada porque los 4 metros cuadrados en cuestión podrían provocar una suerte de "efecto invernadero" para los veraneantes. El dueño de la empresa, Claudio Ferrari, sin embargo, asegura que ha llegado a tener "300 pedidos pedidos en un solo día, con llamadas procedentes también de Francia y España".
Algunas regiones italianas, como Véneto, Emilia-Romaña, Friuli, Liguria y Abruzzo ya están haciendo los preparativos para la temporada estival. Días atrás, el presidente ligur, Giovanni Toti, firmó un decreto que da luz verde para reiniciar la temporada turística y de playa. Sin embargo, muchos socorristas de la Costa Adriática se niegan a trabajar sin una vacuna disponible. Atendiendo a esa condición, en la conocida Rímini (Emilia-Romaña), este año, previsiblemente, no deberían verse tumbonas.
Si el Gobierno italiano aprobara la apertura de las playas del país, los veraneantes, igualmente, van a tener que seguir las actuales medidas de seguridad. Atendiendo a las informaciones ofrecidas por la prensa transalpina, se barajan distintas opciones: accesos organizados, repartición de las multitudes, colas ordenadas, túneles de duchas con productos higiénicos, entrega de comidas y bebidas directamente a las sombrillas y presencia de personal encargado de hacer respetar las medidas de seguridad.
Aunque en plena alerta sanitaria por la Covid-19 las playas italianas pudieran ser mínimamente accesibles este verano, de aquí a dos meses habrá muchas dudas de carácter técnico. ¿Tendrán los italianos que llevar un justificante? ¿Los vigilantes de la playa podrán seguir rescatando? Francesco, empresario de un establecimiento marítimo en la costa de Lazio, la región de Roma, admite: "Por el momento estamos esperando a que haya novedades concretas desde el punto de vista legal, no sólo desde el Gobierno, sino también desde la región de Lazio", explica Francesco, quien mientras tanto se pregunta: "Aun pudiendo ofrecer nuestros servicios en la playa ¿cómo podremos evitar que los niños se junten? Desde luego, este verano no organizaremos ni fiestas, ni concursos deportivos. Nuestra actividad se centrará en las tumbonas, en las sombrillas y en los accesos ordenados a nuestro restaurante". Y remarca: "Aplicando las actuales medidas que distancia interpersonal".
Está todo en el aire acerca de cómo afrontar exactamente este verano, pero la cuestión, antes o después, tendrá que ser afrontada. "Nadie podrá asegurar cómo será el próximo verano en Italia, es difícil poder hacer previsiones. Lo ideal sería que el número de casos descendiera tanto, que se pudiera garantizar un cierto nivel de movilidad. Con el objetivo de que el aparato económico vuelva a arrancar", explicó estos días a los corresponsales extranjeros en Italia Andrea Crisanti, uno de los virólogos más conocidos del país al ser regularmente citado en prestigiosos periódicos transalpinos como Corriere della Sera y La Repubblica.
El verano, para muchos, no es sólo una franja del año, sino un concepto de libertad, que se verá afectado por el coronavirus. "No habrá planes.Disfrutaremos del verano en casa y cerca de ella, a kilómetro cero", aseguró La Repubblica estos días en un editorial: "Estaremos sin todos esos accesorios que son la verdadera esencia del verano, que no es sólo un tramo de tiempo. El verano es su propio contenido". Y añade: "Hay quien quiere llamar el verano de 2020 segundavera o preotoño. Esta no estación podría incluso implicar una subversión del orden establecido, con ligas de fútbol que siguen el año solar y alegres viajes en noviembre", escribe en sus páginas La Repubblica haciendo una lectura filosófica de las consecuencias de un verano distinto, marcado por primera vez por los efectos del coronavirus.
La anécdota curiosa de estos días, en relación a las playas de Italia en plena crisis sanitaria por Covid-19, la ha protagonizado Domenico Finazzo, siciliano de 62 años, está muy decidido a seguir visitando las playas de Palermo: "No quiero renunciar al sol y al mar", ha asegurado estos días en las páginas de la prensa italiana. Para él, el coronavirus "ya ha sido derrotado" y no le importa en absoluto la idea de no respetar la ley y las medidas de confinamiento. Los carabinieri y la Policía de Estado italiana ya lo han multado en la arena, en el coche camino de la playa e incluso le han llamado la atención desde un helicóptero. Hace unos días, llegó a acumular cinco multas en cinco días, de 300 euros cada una. No quiere respetar la cuarentena, pero está dispuesto a pagar por ello todas las veces que haga falta porque "me lo puedo permitir": "Soy un hombre libre y quiero seguir haciendo lo que me da la gana. Cuando miro el mar me relajo", admite, aun siendo propietario de una villa. Y añade: "En ningún momento he querido rebelarme contra las fuerzas del orden, simplemente sé que el día siguiente voy a intentarlo de nuevo".
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