Este artículo se publicó hace 8 años.
Incógnitas resueltas en la nueva biografía del poeta Miguel Hernández
Con tan solo 31 años, en su mayor efervescencia, Miguel Hernández murió cubierto de llagas en el penal de Alicante el 28 de marzo de 1942. José Luis Ferris rescata testimonios, diarios y documentos en su nueva biografía sobre el poeta ‘Miguel Hernández. Pasiones, Cárcel y muerte de un poeta’ (Fundación José Manuel Lara). En ella aclara parte de aquellas terribles vivencias que llevaron a Hernández hasta una enfermedad incurable por las malas condiciones que vivían los presos vencidos del régimen de Franco.
María Serrano
SEVILLA.— “Un corazón enorme, ciegamente generoso, latidor en su poesía entera”. Miguel Hernández no pasó desapercibido en la vida y trayectoria del resto de poetas coetáneos de su generación. Amado por Vicente Aleixandre, como muestra la descripción, Pablo Neruda… pero también apartado de muchos círculos por los recelos de Federico García Lorca y la influencia de Rafael Alberti, que no le ofreció salir, de forma fácil, de aquel Madrid asediado al final de guerra. Sin garantías ni pasaporte, Miguel llegaría a su casa, situada en aquel entonces, en Cox (Valencia), andando a pie. Más de 300 kilómetros de camino.
La nueva biografía de José Luis Ferris Miguel Hernández. Pasiones, Cárcel y muerte de un poeta añade aportes imprescindibles a las vivencias del poeta alicantino. Tras la primera versión, publicada en el año 2002, Ferris retoma, en este nuevo volumen, publicado por la Fundación José Manuel Lara, incógnitas no resueltas. Uno de los más importantes centrado en los amores del poeta. Hablando de las musas que inspiraron su obra amorosa El Rayo que no Cesa, así como la tragedia y desdén vivido al final de la guerra civil por parte de Rafael Alberti y su mujer María Teresa León. La paralización de su traslado al sanatorio Porta Coeli ocupa otro de los interrogantes que imposibilitó para siempre su recuperación, llevándolo hasta una muerte segura en el penal de Alicante en 1942, con tan solo 31 años. “La influencia de su mentor en la infancia Luis Almarcha tuvo que ver mucho en aquella decisión para no trasladar al preso, siendo uno de los peores golpes en el destino de Miguel”, apunta Ferris a Público.
No era de extrañar ver al poeta oriolano ataviado con ropa humilde, sin corbata. Ya en plena contienda, con la ropa de soldado en la retaguardia del frente
Desmontar mitos no es fácil y más de un personaje tan emblemático como el del poeta Miguel Hernández. Ferris destaca cómo el joven llegó a fastidiarle la expresión de “poeta cabrero” por llegar a comprometer su obra. “Los aires de poeta pastor, rural ayudaron a Miguel en su entrada a aquel Madrid republicano de antes de la guerra, pero al avanzar dentro de aquel mundillo fue un apelativo que lo categorizó y que incluso llegó a molestarle”. No era de extrañar ver al poeta oriolano ataviado con ropa humilde, sin corbata. Ya en plena contienda, con la ropa de soldado en la retaguardia del frente. Y es que así lo definían sus amigos como Pablo Neruda. Como alguien humilde, llano, sin maldad en una etapa de la historia demasiado difícil. “Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y conserva su frescura subterránea”.
La llegada a Madrid de Hernández fue para su obra y su personalidad toda una etapa de efervescencia. “Cuando el poeta llega a la capital en 1935 y se rodea de nuevas amistades y de un ambiente de libertad, termina por distanciarse de su novia Josefina Manresa con quien había iniciado un noviazgo tan solo unos meses antes”. Ferris apunta que la “religiosidad, el puritanismo y la castidad de Manresa terminaron por distanciar a Hernández de su novia de toda la vida”. Ya, entre mayo y octubre de 1935, viviría un fugaz noviazgo con la pintora Maruja Mallo. “Con ella descubrió otra forma de vivir y sobre todo la libertad sexual que Hernández anhelaba y le serviría como todas sus experiencias de una fuerte inspiración”.
“Miguel era tan campesino que llevaba un aura de tierra en torno a él. Tenía una cara de terrón o de papa que se saca de entre las raíces y conserva su frescura subterránea”
¿Cómo no reconocer en los versos del Rayo que no cesa a la pintora Maruja Mallo? Fueron largos años de ocultamiento los que tuvo Manresa sobre esta historia y con la verdadera identidad de aquella musa. “En las visitas que recibió Josefina de hispanistas como Gabriele Morelli o Danilo Puccini, terminó reconociendo que ella no era la destinataria de aquellos versos”, a pesar de que el poeta le dijera en la reconciliación, que “esa obra la había escrito pensando en ella”. “Nunca llegué a reconocerme. La obra está inspirada en una mala mujer pintora”, sentenciaría, muchos años después, en las entrevistas que concedía en su casa de Elche.
Desencantando por la falta de compromiso de la pintora Maruja Mallo y buscando formar una familia, Hernández decidió pedir de nuevo la mano de Josefina en busca de estabilidad. “Primero le escribió una carta al padre y en ella le daba el consentimiento para retomar relación con su hija, que seguía enamorada de Miguel”, apunta Ferris.
A partir de entonces, Josefina se convertiría para siempre en la mujer única de su vida. “Con ella tuvo a sus dos hijos Manuel Ramón, que falleció a los pocos meses de nacer y Manuel Miguel, que murió ya en los 80”.
Llegando a la etapa del final de la guerra, Ferris retrata la terrible soledad que le sobrevino a Hernández y la poca ayuda de aquellos que creía sus amigos. Ferris recuerda, a través de los diarios del chileno Carlos Morla Lynch, la falta de sensibilidad y de apoyo que el poeta tuvo en los últimos días de guerra, donde había servido como miliciano en el V Regimiento. Deambulando, perdido por las calles bombardeadas, “Hernández acudió a la sede de la Alianza antifascista. Allí se encontraban Rafael Alberti y María Teresa León”. En sus posteriores autobiografías, Alberti afirma que el poeta “no quiso marcharse con él y su esposa para continuar en las líneas del frente”. Sin embargo, los datos históricos apuntan que “a finales de febrero de 1939 la línea defensiva no existía”, desmintiendo el dato aportado por Alberti.
Siempre fue “tratado como un poeta soldado, un poeta de la retarguardia, como de otra clase”
A pesar de que fue la influencia de Rafael Alberti la que permitió a Hernández entrar en las filas del Partido Comunista, Ferris destaca que siempre fue “tratado como un poeta soldado, un poeta de la retarguardia, como de otra clase”.
El 27 de febrero de 1939, María Teresa León y Rafael Alberti partieron rumbo a Elda. Nada le dijeron a Miguel sabiendo la escasa distancia de su ubicación con el domicilio de su mujer, Josefina, y su hijo Manuel Miguel. Carlos Morla relataría en su diario en esa jornada. “Me cuentan que María Teresa León y Alberti ya han salido de Madrid sin acordarse de Miguel. El pasaporte se lo dan a millares pero no a los que están en edad militar. Así es la vida”, escribiría el 28 de febrero. Lynch insistió al poeta, antes de su marcha, para que se refugiara en la embajada de Chile, pero Miguel no sabía vivir con miedo y decidió partir a pie hasta Cox (Valencia) en busca de los suyos por lo que pudiera pasar, encontrándose en la peor de las miserias.
El período carcelario de Miguel Hernández comienza en abril de 1939 hasta el año1942. Ferris apunta que “la tuberculosis contraída por Hernández en el reformatorio de Adultos de Alicante no le permitió ya seguir con fuerza aquel terrible tiempo”. En febrero de 1942, cuando Miguel se encuentra gravemente enfermo, recibe la visita de Luis Almarcha.
A once días de su muerte no se llevó a cabo ningún movimiento por la falta de esperanza y el avance de la tuberculosis
En ninguna biografía anterior se habla de la influencia que tuvo Almarcha en el destino final de Hernández. Ferris sentencia la enorme influencia del vicario de la catedral de Orihuela en aquella etapa, “nombrado por designación directa del Caudillo”, un cargo que le hubiera permitido hacer importantes gestiones a favor del traslado del poeta al sanatorio Porta Coeli. La idea falsa de que este eclesiástico cursara su traslado, previamente a la fecha que aparece en prisión, da a entender la “nula misericordia” que tuvo de Almarcha en los peores momentos de la vida de Miguel.
Ferris destaca que “la orden de traslado se produjo el 17 de marzo de 1942 como muestra el documento urgente rubricado por el director”. A once días de su muerte, no se llevó a cabo ningún movimiento por la falta de esperanza y el avance de la tuberculosis. Con llagas por todo el cuerpo, sin apenas habla y una ronquera profunda, Miguel Hernández siguió respirando hasta la madrugada del 28 de marzo. El poeta moría demasiado temprano y sin querer dejar la vida a los 31 años. Con los ojos muy abiertos. Sin querer descansar, a pesar del infierno.
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