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Las familias de los desaparecidos, en vilo ante la opacidad marroquí: "Mi hermano no está en Melilla y quiero buscarlo entre los vivos"

Se cumplen siete días sin que Marruecos haya informado de la identidad de los fallecidos y hospitalizados tras el intento de salto en el que murieron al menos 23 personas.

Un joven sudanés en Nador (Marruecos) muestra la imagen que le ha enviado el hermano de uno de los migrantes desaparecidos, Mohamed Saleh, también de Sudán, tras el trágico salto a la valla.
Un joven sudanés en Nador (Marruecos) muestra la imagen que le ha enviado el hermano de uno de los migrantes desaparecidos, Mohamed Saleh, también de Sudán, tras el trágico salto a la valla. Jairo Vargas

Hace ya unos cuantos días que las fotos de Mohamed Saleh llegaron al teléfono de Ali. Él las revisa, pregunta algunos datos en un grupo de Facebook que echa humo, envía algunos mensajes, obtiene o no respuestas y luego se explica. Las caras, casi todas sonrientes, caras dignas y limpias, sin heridas ni barro ni polvo en las comisuras, son, dice, de quienes llevan desaparecidos hace una semana, cuando intentaron cruzar la valla de Melilla desde la ciudad marroquí de Nador en el salto más trágico y violento que jamás se recuerda a ambos lados de la frontera. 

Son los rostros de los que ya no están, como Mohamed Saleh; de los que se ocultan en los alto de los montes hasta que escampe la tormenta de batidas policiales, de los que han sido trasladados, metidos a la fuerza en autobuses, con la cara aún inflamada por los golpes, la sangre aún manando de la herida, y dejados a su suerte a cientos de kilómetros al sur, lejos del alambre y el foso, de los barrotes de hierro azul y de ese trozo de África que para ellos ya es algo parecido a lo que piensan que es Europa. Son las caras —pero con un poco de suerte quizás no lo sean— de los que perecieron en el lance. Son las caras —ojalá que sí, insallah, desean todos los que llaman a Ali— de los 133 que entraron y se quedaron, que no fueron devueltos en caliente y ahora aguardan en el CETI de Melilla una recompensa en forma de asilo, de protección internacional, de permanencia en un mundo rico y en paz.

Ali, nombre ficticio por seguridad, solo puede preguntar y pocas veces responder. Lo hace sentado en el colchón duro de una habitación sin ventanas, un cuarto humilde, sin apenas muebles, en un lugar seguro y confortable. Y precisamente para que siga siéndolo, no puede revelarse el santuario. Pero Ali está en Nador, y es de los pocos migrantes que sigue allí después del salto. Él no participó. No se ha curado aún de la caída que sufrió hace siete meses huyendo de alguien que pensó que le perseguía. Pero sí lo intentó Mohamed Saleh, sudanés de 28 años, marido, padre de dos hijos de dos y cuatro años, hijo de una madre que, en su aldea de Sudán, no sabe nada de la tragedia, y hermano de Jaled, que vive en Francia, donde sí ha llegado la noticia que le mantiene en vilo. Pero Jaled a veces no espera la respuesta a sus mensajes y el teléfono de Ali suena y al cogerlo con el manos libres puesto se oye su voz de metal y angustia.

"Marruecos dice que 23", responden los periodistas. "¿Y España?", añade. "España no dice nada", escucha.

"Ya han pasado muchos días. No es normal. No sé qué pensar. Estoy en shock". La voz Jaled se derrama por el cuarto amarillo. Ali calla. Son de la misma aldea de Sudán, de la misma tribu, dicen, de la misma etnia. Son como familia y se conocen desde siempre. "¿Cuántos muertos ha habido?", insiste Jaled. "Marruecos dice que 23", responden los periodistas. "¿Y España?", añade. "España no dice nada", escucha. "¿No hay muertos en el lado español?", se tranquiliza. Nadie se atreve a decir que varias ONG cifran en 37 los fallecidos en el salto. Es más fácil hablar de los 133 que entraron. Da más esperanzas. "Mi hermano no ha cruzado. Lo sabría. Me habría avisado", sostiene. Jaled no perdió ni un minuto en contactar con su familia cuando fue rescatado en 2016 por un barco de Médicos Sin Fronteras en el Mediterráneo Central. Cuando llegó a puerto le prestaron un teléfono para que pudiera tranquilizarles. Su hermano también estuvo en vilo entonces cuando supo que Jaled se había embarcado en una patera desde Libia. No, él no le haría pasar por lo mismo, está seguro. "Además, Ali ya ha preguntado a la gente que está en Melilla. No está con ellos", incide.

En este caso fue el hermano mayor el que siguió el ejemplo del pequeño. Mohamed tiene 28 años y decidió salir de Sudán rumbo a Italia hace casi un año junto a un sobrino de 27. Su hermano pudo pedir asilo y desde 2018 tiene papeles y trabajo en la región francesa de Burdeos. Si Jaled lo consiguió, también podría hacerlo Mohamed, pensaron. La idea era reunirse en Francia. "Pero ha tenido mala suerte. Las cosas en Italia y Libia han cambiado. Ahora llegar es mucho más peligroso y caro", explica. Y los cambios en las rutas acaban notándose en las rutas secundarias más cercanas.

"En el mar es comprensible que la gente muera [...] Pero en una valla no, no me cabe en la cabeza"

Mohamed pasó algún tiempo en Libia, pero el celo de los guardacostas, equipados y financiados por Roma y Bruselas, es mucho mayor que entonces. También se ha recrudecido la extorsión, la violencia y la explotación contra las personas migrantes. Después de unos meses en Libia, el sobrino desistió y pidió el retorno voluntario en el programa de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Pero Mohamed no quería volver a un país en guerra, no quería que sus hijos y su mujer se resignaran a una vida en conflicto permanente. Decidió cruzar Argelia hacia Marruecos, "pero jamás imaginamos que este iba a ser el desenlace. En el mar es comprensible que la gente muera. La barca se puede hundir, se puede perder el contacto. Pero en una valla no, no me cabe en la cabeza que siga sin noticias de mi hermano".

Ali es su única esperanza de momento. Hace poco ha logrado dar con dos de los migrantes desparecidos cuyos familiares los estaban buscando a través de ese grupo de Facebook. Son dos gotas en el océano de incertidumbre, pero dos gotas sanas y vivas; dos familias que duermen con calma y cierta esperanza. Dos tumbas sin nombre menos en un país hostil y lejano. Mohamed, en cambio, no aparece, y como él hay cientos que se dieron de bruces contra el muro, los gases, los porrazos y las pedradas. Su nombre no figura en la lista de detenidos y acusados por la Fiscalía alauí que ha publicado la Asociación Marroquí de Derechos Humanos (AMDH). No sabe ni puede saber si está en alguno de los hospitales que atienden a decenas de heridos en el salto, en los enfrentamientos previos en los montes marroquíes o en las redadas posteriores. Marruecos no permite el acceso ni a la prensa ni a las organizaciones sociales. No ha facilitado identidades, ni siquiera de los 23 muertos reconocidos oficialmente y que de momento no han sido enterrados en las fosas que se abrieron hace días en el cementerio de Nador, al que no deja ni acercarse a los pocos periodistas que lo intentan.

El cerrojazo informativo es total mientras la ONU exige una investigación de los hechos y la Fiscalía española ya ha ordenado que se realice una de oficio sobre las muertes. Pero antes de saber qué les pasó, los familiares quieren saber dónde están.

"Mi hermano no está registrado en ningún sitio. Le quitaron toda su documentación en una redada en Argelia"

La AMDH de Nador asegura a Público que ocho familias les han contactado buscando a sus seres queridos. Como a Ali, les han enviado nombres, teléfonos y fotografías, pero Marruecos sigue dando datos a cuentagotas y prohibiendo el acceso de la organización a la morgue que aún acoge los cadáveres. "¿Qué podemos hacer los familiares de los desaparecidos?", se pregunta Jaled. Ni siquiera puede contar con el consulado de su país. "Mi hermano no está registrado en ningún sitio. Le quitaron toda su documentación cuando fue detenido en una redada en Argelia", explica. Es como si no existiera de una forma tan literal que a Jaled le aterra.

"Si en unos días no sé nada de mi hermano, pienso seriamente en ir a Marruecos", dice. Solo le costará algo de dinero, ahora que tiene un permiso de residencia que le permite cruzar las fronteras sin riesgo de ser engullido. "Voy a buscarlo entre los vivos. No puedo pensar que ha muerto", insiste. Y los nervios se afilan cada día en el que no hay novedades y aumentan las posibilidades de que los cuerpos acaben bajo una tumba sin nombre.

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