A CORUÑA
Es como un mantra que nadie cuestiona en Galicia pero que pocos se atreven a poner negro sobre blanco, como una de esas leyendas urbanas con vestimenta de postverdad pero cuerpo de certeza periodística, de la que careces de pruebas para convencer a los lectores y mucho menos para responder con contundencia al juez que pudiera llegar a pedírtelas.
A ese mantra y a esos años se refiere la épica historia de Alfredo Bea Gondar, ex alcalde de la localidad pontevedresa de O Grove en los años ochenta, durante años factótum de Alianza Popular (AP) —posteriormente rebautizada como Partido Popular (PP)— en Arousa, en tiempos amigo, protegido y protector de Manuel Fraga, condenado en el 2005 por blanquear dinero procedente del tráfico de drogas y quien acaba de conseguir que un juez secuestre el libro de un periodista que se ha atrevido a glosarlo todo y a relacionarlo otra vez con el narco.
Así lo ha decidido un juzgado de Collado Villalba con Fariña, un inmenso reportaje en el que Nacho Carretero cuenta la historia del narcotráfico gallego y en el que narra buena parte de las aventuras de Bea Gondar, un político de manual de la Transición, de esos que empezaron con la UCD, llegaron a tener mando importante —él lo tuvo al frente del partido en Pontevedra— y se independizaron breve y levemente para cobijarse luego bajo las siglas de la Alianza Popular al ritmo de las tonadillas de Juan Pardo.
Bea tuvo líos casi desde el principio, porque en esa época era difícil tener un cargo público en la zona y no meterse en jaleos, como le sucedía a su amigo Pablo Vioque, presidente de la Cámara de Comercio de Vilagarcía y uno de los principales enlaces entre los narcos, para los que ejercía de abogado, y las élites políticas y económicas de Galicia.
En los setenta Bea ya era alcalde de El Grove, como lo llamaba él, en nomenclatura franquista, al pequeño e idílico municipio-istmo que se abre entre playas al sur de la ría de Arousa. Allí, justo allí, en el corazón del tráfico de drogas hacia Europa, en el lugar desde el que las mafias bombeaban hachís y cocaína hacia todo el continente tras convertir en modernas organizaciones de logística y transporte las artesanales infraestructuras del contrabando de tabaco americano de la zona, allí, decimos, Bea Gondar fue el rey durante años. Sobre todo desde 1983, cuando ganó las municipales y recuperó la Alcaldía que había perdido en 1979.
Incluso cuando sus amistades peligrosas lo alejaron del partido de Fraga, Bea siguió reinando. En mayo de 1991 volvió a presentarse y a ganar las elecciones, esta vez con su Agrupación Vecinal Independiente, que se llevó el 28,3% de los sufragios y que dejó al PP con un pobre resultado de menos de mil votos. Fue una alegría fugaz, porque apenas celebradas las elecciones, el juez Baltasar Garzón ordenó su captura tras recabar indicios de que había alquilado el coche en el que fue detenido un correo de los narcos colombianos con 30 kilos de cocaína en el maletero.
¡Ay! qué duro es manejarse entre ese runrún popular que recuerda que la época dorada del narcotráfico en las rías coincidió con el boom del ladrillo y con la era más turbia de la financiación de los partidos políticos
Pese a todo, a Bea le nombraron alcalde pocos días después como cabeza de la lista más votada, porque los grupos políticos del Ayuntamiento no se pusieron de acuerdo para buscarle sustituto. Ni siquiera pudo tomar posesión, y supo en la cárcel que le habían destituido.
Él se autoinculpó de los hechos durante la instrucción de Garzón, pero en la vista oral se desdijo y lo negó todo. Aun así, la Audiencia Nacional lo condenó, pero el Tribunal Supremo le devolvió la libertad, a él y a otro acusado de la trama, José Santórum, gracias a un defecto de forma en la tramitación de su caso.
Bea vivió entonces algunos años de tranquilidad, incluso de reconocimiento y hasta de honores públicos, como los que en el año 2004 le brindó el entonces alcalde del PP de O Grove, Miguel Pérez, del PP, quien le rindió homenaje en el lujoso complejo hotelero de A Toxa junto a otros ex regidores históricos del pueblo, para conmemorar entre nécoras, albariño e insignias de oro los 25 años de la democracia.
Aunque de nuevo se apareció el fantasma de la justicia con forma de Baltasar Garzón para convertir en efímeras ensoñaciones esos breves momentos de felicidad. El ex alcalde y su amigo Pablo Vioque fueron de nuevo acusados por el juez de colaborar con una banda de afincada en Marbella para alijar más de 2.000 kilos de cocaína en España. La Audiencia Nacional absolvió a Vioque, pero a él volvió a considerarlo culpable, esta vez de un delito de blanqueo, y lo condenó a tres años y seis meses de cárcel. Otra vez hubo recurso, aunque en esta ocasión el Tribunal Supremo no eliminó la pena, sino que la elevó a cuatro años, siete meses y quince días al considerar que en su delito concurría la agravante de pertenencia a una organización criminal.
Ahora Bea Gondar se considera agraviado por lo que Carretero cuenta en su libro y considera una injuria que alguien recuerde aquellos tiempos en los que meterse en jaleos, como hacía él, no era la excepción, sino la norma. Como otros políticos tan populares como su colega Vioque, o como José Ramón Nené Barral, ex alcalde de Ribadumia y padre político del ex presidente de la Diputación de Pontevedra, Rafael Louzán: o Roberto Vázquez, ex alcalde de Portas, condenado hace cinco años por fraude y que hoy da soporte como concejal independiente al gobierno local del PP ; o como Manuel Díaz González, alcalde de A Guarda, o... ¡Ay!, qué duro es manejarse entre ese runrún popular que recuerda que la época dorada del narcotráfico en las rías coincidió con el boom del ladrillo y con la era más turbia de la financiación de los partidos políticos, y que duda de que la conjunción de los tres negocios fuera mera casualidad.
Esa leyenda urbana que cuenta que en Galicia había alcaldes que le hacían la cama a los grandes capos y hasta conselleiros que abrazaban maletines cada semana porque el presidente decía que no se le podían poner pegas a la pasta, aunque trajera olor a batea y a farlopa, vinieran aquellos billetes de donde el mar quisiera que vinieran.
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