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EcofeminismoAlicia Puleo: "El alquiler de úteros es una forma de extractivismo reproductivo"
Ante un planeta finito y desigual, el ecofeminismo se plantea como una respuesta que redefine al ser humano en clave feminista y una alternativa ecológica a la globalización neoliberal.
Lula Gómez
Madrid-
En un tiempo de auge de los feminismos, en los que se discute todavía si tercera o cuarta ola y los partidos políticos se apropian el término para adjetivarlo de “liberal”, el ecofeminismo se define como a la vanguardia de todos ellos y como “una propuesta de resiliencia solidaria”. Lo explica a PÚBLICO la filósofa Alicia Puleo, una de las máximas referentes en esta corriente.
Acaba de publicar Claves ecofeministas. Para rebeldes que aman a la Tierra y a los animales (edición Plaza y Valdés) y con voz pausada y clara cuenta que aspira a un mundo verde y morado, más justo, sostenible e igualitario para animales humanos y no humanos.
Como investigadora en el tema (es doctora en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid y forma parte del Instituto de Investigaciones Feministas de la misma universidad), no tiene dudas: “El ecofeminismo es el que corresponde al siglo XXI, al que llegamos con una crisis ecológica que nos lleva al colapso. Porque aunque no me gusta ser catastrofista, los científicos aseguran que las cosas cambiarán hacía el 2030 0 2050. Y no para bien. Entonces, nuestra propuesta es un feminismo siempre atento a la realidad y a los movimientos emancipatorios, pero también ecologista”, afirma.
“Al ecologismo le falta conciencia feminista y al feminismo le falta conciencia ecologista”
El reto, recuerda Puleo en este libro, es no caer en lo que apuntaba Celia Amorós como “alianzas ruinosas”, es decir, en que las mujeres renunciemos o posterguemos nuestras luchas a favor de otras, como ha ocurrido tantas veces en la historia.
Según la académica, al movimiento que defiende le espera una larga batalla. Entre otras cosas, debe hallar el punto de encuentro entre feminismo y ecologismo, dos movimientos que según ella han caminado y siguen haciéndolo bastante por su cuenta. “Al ecologismo le falta conciencia feminista y al feminismo le falta conciencia ecologista”, subraya.
En ese sentido, Alicia Puleo demanda una cultura que mire de otra forma a la Naturaleza, que entienda que es algo finito, que preserve la Tierra, que sea consciente de que somos dependientes de una red de relaciones entre los diversos seres vivos y comprenda que somos ecodependientes. Eso, por la parte verde. Por la feminista, hace falta repensar cómo queremos que sea esa sociedad del futuro próximo, cómo se deben repartir las tareas del cuidado y no caer en el elogio de esos mismos cuidados, que acaban minando las libertades de las mujeres.
“Cuidado con los cuidados”, alerta repitiendo a otras tantas feministas, referencias constantes en su publicación. Para ella, la ecuación correcta es que todos y todas cuidemos, que no se considere una actividad que solo afecta a la mitad de la población. “Tenemos una tarea de enseñar los cuidados, pero no solo los tradicionales de la familia. Hay que extenderlos al mundo, hacia los animales, los ecosistemas. Porque esta sociedad de papeles tan bipolarizados para hombres y mujeres que ha desarrollado el patriarcado no ha favorecido la preservación de la Tierra como hogar, ¡al contrario! Se habla de conquista, de dominación. Pensar en términos de ayuda es el gran reto que tenemos”, comenta.
No a la mujeres vasija
Un capítulo importante de la publicación es para las libertades con respecto al cuerpo de las mujeres. Puleo es contundente: “Si no detenemos la normalización del alquiler de úteros, estaremos ante una nueva colonización del cuerpo de las mujeres pobres”. La autora, que denuncia el mal uso de expresiones como “maternidad subrogada” o “gestación sustitutoria”, sostiene que el alquiler de úteros es una forma de extractivismo reproductivo. “La llamada maternidad subrogada es una forma de extractivismo devastador, un elemento más de esa constante transferencia de bienes, de ese flujo de mercancías que profundiza y perpetúa la desigualdad entre el Norte y el Sur globales”, escribe en su libro.
Y de ahí, desde esa comercialización y apropiación del cuerpo de las mujeres por parte de la sociedad, bajo la máxima de la libertad, la filósofa distingue entre el patriarcado de coerción y el de consentimiento. El primero se daría en las sociedades que estipulan los roles y ámbitos de hombres y mujeres y castigan a las mujeres que desobecen lo que dictan las normas en cuanto a género, ya sea en cuestión de derecho a un voto, a una educación o a ejercer profesiones liberales.
“La industria del sexo es una realidad del patriarcado y de la economía global que expulsa a las mujeres hacia zonas de comercialización
de sus cuerpos”
El segundo, propio de las sociedades de capitalismo avanzado, mucho más sutil, no amenaza con la represión violenta y directa a las mujeres, pero agrede y afecta a su autonomía y libre elección. “Su mecanismo es el del consumo, el de la invitación al deseo, como puede verse en la publicidad… Nadie nos encarcela si no nos vestimos a la moda, si no tenemos la silueta adecuada… pero existen poderosas incitaciones para que busquemos lo que a menudo nos incomoda o restringue nuestra libertad”, señala en el libro.
Otro de los mandatos a evitar sería el de la intensificación del deseo y de la práctica sexual que lleva a lo que ella denomina una “pornosociedad”. Sería la antítesis del patriarcado de la coerción, donde los deseos sexuales de las mujeres se oprimían. En este esquema manda la hipersexualización, pero no una sexualidad deseable y libre sino, de nuevo, sujeta a unos mandatos impuestos. En esas páginas, y para hablar de libertades, la autora entra también en el debate de la prostitución para recoger las palabras de Rosa Cobo: “La industria del sexo es una realidad del patriarcado y de la economía global que expulsa a las mujeres hacia zonas de comercialización de sus cuerpos”. Es otra forma de perpetuar una “escuela de desigualdad humana”, dice citando a la también feminista Ana de Miguel.
En este volumen, la autora también habla de las relaciones de cuidado y afecto con los animales y sostiene la importancia de la defensa de ello como una forma de transformar los “enraizados estereotipos viriles” de la dominación y la violencia.
Puleo cierra el libro con un epílogo en el que afirma que el presente es ya un anticipo del mundo posthumano. Señala así mismo que la crisis ecológica es una crisis de la democracia que afecta especialmente a las personas que no cuentan con los elementos necesarios para decidir sobre sus destinos. En cuanto al sexismo, advierte también que en épocas de austeridad y miedo, las mujeres pueden convertirse en un instrumento de compensación con empleos precarios, pobreza e inequidad; especialmente las más pobres, las que históricamente siempre han perdido más y siguen perdiendo.
No obstante, ante estas muchas llamadas de atención, Alicia Puleo habla de felicidad, que podría ser una de las palabras que más se repite en su libro, que arranca con el Jardín-huerto de Epicuro, libre, lleno de vida y justo. “Sí, hablo mucho de felicidad porque ante lo que se viene, la gente se asusta y no quiere escuchar cosas preocupantes. Hace falta hablar con alegría para no salir corriendo. No está todo perdido: hay esperanza todavía”, concluye.
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