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Actualizado:En la Galicia de 1920, la crisis económica se hacía cada vez más palpable, y ante la falta de oportunidades, muchos hombres tomaban la dura decisión de embarcarse rumbo a América, en busca de un trabajo más próspero que les permitiera enviar dinero a sus familias en la distancia.
Los emigrantes partían de las costas gallegas en barcos que los llevaban hasta la bahía de Cádiz, donde un imponente buque transoceánico los conduciría a diversos destinos en América Latina. Entre aquellos barcos se encontraba el Santa Isabel, que a pesar de su envergadura, era un barco de personas humildes. "Solo dos de los 155 pasajeros eran de primera clase y seis, de segunda. Todos los demás viajaban en tercera", contabilizaba el diario La Voz de Galicia, antes de que el barco hiciera su parada en A Coruña.
Los pasajeros del buque veían en ese viaje la esperanza de encontrar un futuro mejor para sus familias. Sin embargo, esa ilusión se convirtió en una terrible pesadilla la madrugada del 2 de enero de 1921, cuando la lluvia y la niebla envolvieron la bocana de la ría de Arousa, haciendo que el Santa Isabel perdiera el rumbo y naufragara contra las rocas que custodian la isla de Sálvora, en la provincia de A Coruña, pasadas las 2 de la madrugada.
Tomás Pagá, el farero de la isla, fue el primero en dar la voz de alarma. Al principio, al escuchar los gritos que rompían el silencio de la madrugada, pensó que eran los niños jugando. Las fiestas de fin de año acaban de terminar, y ese bullicio no le parecía extraño. Sin embargo, su perro, inquieto, lo alertó de que algo andaba mal. Fue entonces cuando Pagá, con el corazón encogido, divisó al buque encallado sobre las piedras. Sin perder un segundo, emprendió el camino hacia el centro de la aldea, a unos tres kilómetros de distancia. Llegó a las cinco de la madrugada, agotado y desesperado, para avisar a los vecinos y organizar el rescate de los náufragos.
La vida en Sálvora siempre había transcurrido en una serena monotonía. Esta pequeña y aislada isla rural gallega era el hogar de apenas unas 60 personas que dependían de la ganadería y la pesca como sustento. No solían recibir visitas ni pasaban grandes cosas, por lo que rápidamente todos salieron de sus casas ante la llamada de socorro.
"Ese día en la aldea solo estaban los más viejos y los más jóvenes, porque la mayoría de las familias habían salido a celebrar las fiestas de fin de año con sus parientes en tierra firme y no habían podido regresar debido a la cerrazón del mar", explica Xosé María Fernández Pazos, periodista, historiador y autor de Sálvora, memoria dun naufraxio. A traxedia do Santa Isabel.
Cipriana Oujo, Josefa Parada y María Fernández no dudaron en salir al mar a rescatar supervivientes
Mientras dos hombres salieron a dar la voz de alarma al pueblo de Ribeira, Cipriana Oujo Maneiro, Josefa Parada y María Fernández Oujo, de 24, 16 y 14 años, respectivamente, no dudaron en salir al mar en plena oscuridad y arriesgar sus vidas para rescatar al mayor número de supervivientes posible. En varios viajes en un pequeño bote, consiguieron salvar a más de 20 pasajeros de los 55 supervivientes de la tragedia. Mientras tanto, una cuarta mujer, Cipriana Crujeiras, de 48 años, les esperaba con ropa y comida a su llegada a la aldea.
Esa noche perdieron la vida 213 personas de las 256 que viajaban a bordo del Santa Isabel, convirtiéndose en el segundo peor naufragio en número de víctimas civiles de la historia marítima de Galicia. La prensa de la época no tardó en bautizar el suceso como el "Titanic gallego", subrayando la magnitud de la tragedia, y las cuatro mujeres fueron consideradas las heroínas de Sálvora.
Perdieron la vida 213 personas de las 256 que viajaban a bordo del Santa Isabel
"Eran mujeres con unos valores muy claros, que pusieron por delante su vida para salvar a esas personas. Estaban muy seguras de su capacidad física y de su conocimiento sobre el medio, y eso es apasionante, porque eran mujeres que tenían la misma capacidad que un marinero actual", explica Paula Cons, directora de La isla de las mentiras, inspirada en el naufragio.
Ellas tuvieron que gestionar un shock postraumático tras vivir todo aquel horror. "La más joven de ellas nunca quiso volver a hablar del tema; sería recordar ver niños y bebés muertos, un montón de cadáveres y gente luchando por su vida", apunta Cons.
De hecho, se realizaron muchos homenajes como heroínas, por su valentía y solidaridad. Aunque ellas siempre quisieron estar lejos del foco, fueron condecoradas en Vigo con las medallas de Salvamento de Náufragos.
Víctimas de calumnias
Sin embargo, semanas más tarde de recibir las condecoraciones comenzaron a surgir habladurías que acusaban a los isleños de "raqueiros", ladrones que hundían y robaban lo que transportaban las embarcaciones. Estos rumores, teñidos de celos y envidia, alimentaron una leyenda negra que perdura hasta el día de hoy, explica Fernández Pazos. A pesar de que la Justicia -junto con los testimonios de los oficiales y el capitán- desmintió estas acusaciones, el daño ya estaba hecho, manchando el nombre de los habitantes de Sálvora.
Así, las valientes mujeres pasaron de heroínas a villanas en tan solo unos días debido a las calumnias y decidieron no hablar más del tema. "Sufrir esas acusaciones fue durísimo para ellas. Arriesgaron su vida. Había gente de la isla que les decía que no fuesen al naufragio porque era muy peligroso. Se ganaron un trauma para toda su vida, y aun por encima las acusan de ladronas, a ellas y a los isleños", señala Paula Cons.
Los héroes dentro del Santa Isabel
Dentro del barco también se gestaron varios héroes que evitaron que la tragedia fuese aún mayor. El segundo oficial del Santa Isabel, Luis Cebreiro, quedó en la memoria de la comarca por salvar vidas aquella noche. Este ferrolano, que se convirtió en el oficial más condecorado de la Marina civil española en la primera mitad del siglo XX, evitó que el número de víctimas fuese mayor al retener un bote con veinte pasajeros hasta que amaneció, para que de esta forma con la luz del día pudiesen evitar las rocas, ya que mucha gente murió por el choque de los botes contra las piedras.
Además, Cebreiro se negó a subir al bote porque era muy corpulento -de hecho, era más conocido como El Toneladas, por su complexión- y temía hundirlo. "Para sobrevivir, nadó durante dos horas hasta Sálvora, agarrado a una de las embarcaciones. Tenía 26 años por aquel entonces, pero después de vivir este naufragio también intervino en el rescate de la tripulación de un submarino alemán y de un velero británico, lo que le llevaría a alcanzar la medalla de plata de la Sociedad Española de Salvamento de náufragos", apunta Fernández Pazos. El capitán Esteban García Muñiz fue el último en abandonar el barco. Él logró sobrevivir sujetándose en el mástil hasta que apareció el vapor O Rosiña, un barco procedente de Ribeira que ayudó en el rescate de supervivientes y cadáveres.
Otro acto heroico fue el del primer maquinista Miguel Calvente y el fogonero Manuel Flores Martínez, quienes fallecieron sosteniendo las válvulas de seguridad del barco, lo que evitó que el barco explotara por los aires.
Con el tiempo, la isla se fue despoblando y el naufragio cayó rápidamente en el olvido, y con él la heroicidad de Cipriana, María y Josefa. El último habitante de Sálvora dejó la aldea en 1972, cuando la isla era propiedad del terrateniente Joaquín Otero-Goyanes. Años más tarde, en marzo de 2007, la isla fue comprada por el banco Caixa Galicia, aunque a finales del mismo año fue adquirida por el Ministerio de Medio Ambiente y desde entonces la Xunta de Galicia es su responsable.
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