washington
La economista danesa Inger Andersen asumió la dirección del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) en junio del año pasado tras la dimisión por un escándalo de su predecesor, el exministro de Medio Ambiente noruego Erik Solheim: una auditoría interna reveló que había viajado durante 529 de los 668 días auditados, en los que gastó casi 490.000 dólares al margen de las reglas internas de la organización.
El pasado 18 de octubre, Andersen participó Washington en la cumbre anual del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional. Por cuestiones de agenda, la entrevista no se pudo celebrar en la capital norteamericana en persona, pero Andersen aceptó recibir un cuestionario y responder a las preguntas por escrito. "No podremos afrontar un aumento de las temperaturas por encima de esos 1,5 grados", alerta.
El pasado mes de junio usted tomó posesión oficialmente como directora ejecutiva del Programa de la ONU para el Medio Ambiente. Sustituyó a Erik Solheim, quien tuvo que dimitir el 20 de noviembre de 2018. ¿En qué situación encontró el Programa a su llegada?
Asumí el cargo y encontré una organización con una plantilla comprometida con un futuro sostenible junto a unos socios colaboradores, unos Estados Miembro y unos donantes con voluntad de colaborar para el futuro del planeta. Vivimos un tiempo sin precedentes en la historia. Mientras que la triple crisis de degradación de la tierra, el cambio climático y la pérdida de la biodiversidad se muestran abrumadoras y casi insuperables, vivimos también un tiempo en el que la agenda medioambiental se encuentra más en la mirada pública que nunca antes. Junto a esto, los jóvenes están haciendo que mi generación rinda cuentas sobre estos asuntos.
¿Cuáles son los retos a corto plazo para PNUMA y sus principales objetivos como directora del Programa?
Desde las salas de juntas de accionistas hasta las urnas, el medioambiente y el futuro de la humanidad se están votando cada día en todas partes del mundo. De este modo, los desafíos centrales de PNUMA se centran en cómo poder apoyar esta mayor conciencia de los problemas ambientales y cómo garantizar que esta mayor conciencia esté informada y basada en la ciencia, para que conduzca a decisiones políticas acertadas. Finalmente, en cómo esta mayor conciencia puede conducir a cambios significativos hacia un futuro más sostenible.
El actual sistema económico globalizado, basado en el crecimiento y el consumo infinitos así como en la mercantilización cada vez mayor de la naturaleza, ¿es compatible con el futuro del planeta? O, planteado de otro modo: ¿necesitamos otro modo de crecimiento o de medir el progreso económico?
El informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, en inglés) en cuanto a los impactos del calentamiento global por encima de 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales ha hecho sonar todas las alarmas. No podremos afrontar un aumento de las temperaturas por encima de esos 1,5 grados. Y para lograr esta transformación necesitamos descarbonizar nuestras economías, apostar por la economía circular y valorar la naturaleza.
"No podremos afrontar un aumento de las temperaturas por encima de los 1,5 grados"
No podemos seguir pensando en la naturaleza como una fuente infinita de recursos. Al contrario, hay que dirigirse hacia modelos que valoran los recursos naturales, incluyendo nuestros ecosistemas, nuestra atmósfera, nuestras cuencas, etcétera. La Plataforma Intergubernamental Política-Científica sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas nos dice que el valor económico de la naturaleza terrestre para las personas en las Américas es de 24,3 billones de dólares, lo que equivale a el PIB de la región completa.
Sin embargo, dos tercios de esos ecosistemas están en declive. En nuestra deriva hacia el crecimiento y el desarrollo, no hemos valorado adecuadamente el rol que juega la naturaleza en regular el agua, fertilizar nuestros campos, polinizar nuestras cosechas y reponer nuestros acuíferos. Al contrario, hemos degradado nuestro recurso más preciado: los sistemas naturales que nos dan el aire que respiramos, los alimentos que comemos y el agua que bebemos.
¿Cuál es, por lo tanto, la consecuencia directa de esta degradación?
La severidad creciente de las riadas, las tormentas de una intensidad cada vez más grande, unas olas de calor más extremas y unas sequías más frecuentes y más feroces incendios forestales. En cierto sentido, hemos estado gravando los bienes, nuestra producción, y externalizando lo malo (Andersen hace aquí en inglés un juego de palabras intraducible entre goods, que en inglés significa tanto bienes como buenos, y bads, literalmente, malos), la degradación de los recursos, la contaminación, etcétera, dejando que las sociedades en general lo aborden. Así, para darle la vuelta a esto, necesitamos entender el valor que alberga nuestro capital natural. En definitiva, hay que reconocer los límites planetarios y avanzar hacia el consumo y la producción sostenibles. Estos cambios tienen el potencial de alejarnos de la sobrepesca, del uso insostenible de la tierra y de una economía caracterizada por los desechos, para llevarnos hacia soluciones basadas en el mercado pero que contribuyan a la sostenibilidad y la conservación.
Los EEUUde Trump anunciaron en 2017 que abandonarían el Acuerdo del Clima de París, lo que puede ser una realidad en noviembre del próximo año. Aún así, ¿hay razones para ser optimistas? ¿Es usted optimista?
Soy optimista porque cuando uno trabaja dedicado a la naturaleza, cuando uno ve el enorme potencial de la naturaleza y llegas a ver la intrincada red de vida en la tierra, llegas a ver que la naturaleza se recuperará si le damos la oportunidad. Recientemente (en septiembre) he estado en Nueva York para asistir a la Cumbre de Acción Climática y a la Asamblea General de Naciones Unidas. Ambos eventos dejaron claro que el mandato sobre el medio ambiente es el mandato más importante en este momento de la historia. En la Asamblea General, 179 jefes de delegación mencionaron el cambio climático en sus declaraciones en el debate general. Y lo bueno es que el sector privado, los gobiernos locales, los jóvenes, la sociedad civil, los grupos indígenas, todos, están presionando para la acción climática. Lo vimos claramente en Nueva York y lo estamos viendo en los Estados Unidos y en todo el mundo.
La lucha contra la crisis climática y la preservación de la naturaleza, ¿podrá ser una oportunidad también para reducir desigualdades y la pobreza y extender el progreso a lo largo y ancho del mundo o se crearán nuevas desigualdades?
Tomemos un desafío medioambiental como la degradación de la tierra. Según el IPCC, la degradación de las tierras afecta hasta a 3.200 millones de personas en todo el mundo, muchas de ellas, las personas más pobres y vulnerables. Por lo tanto, si logramos que esa tierra prospere, el resultado también será que reduzcamos la desigualdad y la pobreza.
"Al abordar la degradación de la tierra y restaurarla, veremos cómo se logrará mitigar la pobreza"
La gestión racional de la tierra es clave para los objetivos de desarrollo sostenible, la prosperidad y la inclusión. Al abordar la degradación de la tierra y restaurar esa degradación, veremos cómo se logrará mitigar la pobreza, los efectos del cambio climático y un retorno a la biodiversidad y al bienestar general. En este contexto, es importante reconocer el papel fundamental que juegan las comunidades indígenas y locales en la preservación y protección de nuestras tierras y nuestra naturaleza. Por ejemplo, según el IPBES (la Plataforma Político-Científica Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de Ecosistemas), la degradación de la tierra es más lenta en áreas administradas o pertenecientes a comunidades indígenas.
Para restaurar los ecosistemas y las tierras degradadas, necesitamos tomar un horizonte a más largo plazo que vaya más allá de los ciclos políticos y electorales. Pero la buena noticia es que cuando hacemos esto, los beneficios son inmediatos. Adoptar soluciones basadas en la naturaleza para la acción climática, por ejemplo, puede reducir hasta 12 gigatoneladas de CO2 (una gigatonelada equivale a mil millones de toneladas métricas), aproximadamente igual a lo que emiten todas las plantas de carbón del mundo. Restaurar 350 millones de hectáreas de paisajes degradados para 2030, por ejemplo, puede generar 9.000 millones de dólares en servicios ecosistémicos.
Más allá de nombres particulares, ¿cómo valora el movimiento de jóvenes por el clima en general?
Los jóvenes continúan sosteniendo un espejo para el mundo y nos recuerdan lo que se debe hacer para revertir la crisis climática global. Como dijo el Secretario General de la ONU, António Guterres, a principios de este año sobre los fuertes mensajes que los jóvenes de todo el mundo están enviando: "Estos escolares han captado algo que parece escapársele a muchos de sus mayores: estamos en una carrera por nuestras vidas, y estamos perdiendo". Esta oleada de concienciación sobre cuestiones medioambientales es un hecho positivo y desde Naciones Unidas estamos aprovechando los aspectos positivos de ese movimiento.
¿De qué manera?
Desde el multilateralismo, que debe desempeñar su papel adaptándose a las nuevas realidades mundiales. En ese sentido, es la ONU la que une al mundo en marcos globales para la acción, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo del Clima de París. Es a través de tales mecanismos que el mundo ofrecerá el mejor futuro por el que todos nos estamos esforzando.
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