Este artículo se publicó hace 4 años.
Coronavirus comida casera MadridEn la cocina más grande del corazón de Madrid: comida vecinal digna para los vulnerables por el coronavirus
Una iniciativa vecinal consigue alimentar diariamente a 250 personas afectadas por la emergencia de la covid-19. Cada mañana, los vecinos llegan a la plaza del barrio con ollas llenas de comida elaborada por ellos
Murad Odeh
Madrid-
Desde hace más de cuarenta días, un establecimiento del barrio madrileño de Malasaña atiende a los ciudadanos que se hayan visto afectados por la emergencia de la covid-19, gracias a una iniciativa vecinal basada en la colaboración. El cierre de algunos comedores sociales y la falta de alimentos calientes han empujado al barrio a idear un sistema de ayudas que asegure una alimentación completa y digna para grupos desfavorecidos.
En la calle Espíritu Santo 28, el chef Adrián Rojas ha mantenido subida la persiana de su antiguo restaurante Casa 28 para convertirlo en un pequeño campamento de guerra, donde atiende diariamente a 250 personas. Entre ellas, vecinos con pocos recursos y otros grupos vulnerables que llegan derivados por organizaciones como Cruz Roja. "En los dos comedores sociales que quedan abiertos solo les dan bocadillos fríos", asegura Adrián. Su principal preocupación es que toda la gente "pueda alimentarse de forma saludable y equilibrada".
Para poder abastecer las necesidades de aquellos que esperan cada mañana a sus puertas, Adrián cuenta con la ayuda de Lola Beneyto, propietaria de otro restaurante de la zona, que sube todos los días la cuesta que lleva al corazón de Malasaña cargada con cajas de fruta y verdura para el chef. Ha conseguido que una de las fruterías de su calle traiga sus pedidos directamente desde Mercamadrid, con la recaudación que recibe diariamente de los vecinos. Es conocida en el distrito y a cada paso que da alguien grita su nombre con intención de saludarla o lanzarle una muestra de cariño. Mientras tanto, ella va pensando en toda la gente a la que van a tener que alimentar hoy: "Vienen muchos migrantes que no tenían contrato y que ahora no tienen ayuda, personas que viven en la calle o incluso algunos que estaban de vacaciones y que no han podido volver a su país de origen".
A las 11.00 de la mañana, Adrián y Lola reparten té caliente, acompañado de un sándwich y un yogur. Pronto llega una vecina con dos grandes termos de café y leche, que ha conseguido gracias a una recogida de donaciones para los desayunos y las meriendas. Se llama Yolanda y trae con ella las provisiones que ha comprado junto a su amiga: galletas, yogures, cruasanes y todo tipo de dulces. Aunque pueda no parecer importante a simple vista, "el café caliente es necesario para un desayuno digno", comenta Yolanda. Las muestras de solidaridad se suceden durante el día, en forma de carros de la compra llenos de alimentos y depositados a las puertas del número 28 de esta calle.
A eso de la una del mediodía, por la plaza comienzan a aparecer otros vecinos ataviados con sus mascarillas y guantes, portando entre las manos ollas y todo tipo de recipientes rebosantes de comida casera. Respetando la distancia de seguridad con el resto, tocan al portón de metal de Casa 28 y alguien del equipo de Adrián se asoma para recoger el avituallamiento. "¿Mañana qué toca?", le pregunta una mujer que acaba de dejar dos fiambreras de patatas guisadas. "Mañana ya tenemos donaciones de sobra, pero espera que te preparo lo de pasado mañana y así ya lo tienes", contesta Eloísa, una brasileña de 36 años, que llegó hace dos a España y que decidió unirse al proyecto de Adrián nada más enterarse.
Después de consultar el planning de comidas de la semana, sale con una cubeta llena de garbanzos, zanahorias, espinacas, puerro, tomate y cebollas. "Pasado mañana toca potaje de garbanzos con espinacas, muchas gracias", le dice a la vecina mientras le entrega todo con una sonrisa escondida bajo la mascarilla. Hasta cien vecinos se acercan al local de Adrián, que, bajo sus directrices, elaboran los mismos platos "para que todo el mundo pueda tener una alimentación digna". Las recetas se transmiten a viva voz entre los interesados y viajan por grupos de WhatsApp y cuentas de Instagram, a pesar de la reticencia expresa que muestra Adrián hacia las redes sociales, "que dejan de lado a un gran sector de la población: los abuelos".
Poco a poco, el equipo de voluntarios va conociendo las particularidades de cada persona y adaptan las elaboraciones del día a sus necesidades. Vegetarianos, musulmanes, celíacos o incluso personas que siguen una dieta sin sal. A través de la cocina, Lola y Adrián piensan en todos ellos y les transmiten la humanidad y el respeto que no han recibido en otros lugares.
A las dos de la tarde, la cola de personas que esperan impacientes la comida cocinada por el chef se pierde cuesta abajo. Entre ellos, los hay que llevan años en la calle y a los que les cuesta comprender las medidas de prevención. Ante esto, Lola sale del local preparada con guantes y mascarillas para todos, marcando las distancias mínimas de seguridad con una idea suya de andar por casa: calcetines enganchados a los bolardos de la calle. Miguel es uno de los que lleva viniendo varios días y constantemente se muestra agradecido por la gran labor de los vecinos. "Todos los muchachos que hay ahí dentro son unas grandes personas y gracias a ellos puedo comer", comenta sonriendo mientras aguarda el primero en la cola.
Según la red de apoyo vecinal Red de Cuidados Madrid Centro, "la atención se dificulta enormemente para aquellas personas que no dominan el castellano y para las que el acceso a alimentos y otros bienes básicos es nulo". En la cola también hay vecinos para los que el estado de alarma ha sido el verdugo de un sustento económico que nunca pensaron que desaparecería tan rápido. Encontramos incluso a una directora de arte que ha tenido que dejar a medias el atrezo de la última película en la que trabajaba, esperando a que la vuelta a la normalidad le permita retomar sus labores.
Con la emergencia desatada por el coronavirus, en Madrid han surgido numerosas redes solidarias de colaboración ciudadana que buscan atender las necesidades de cada barrio a través del apoyo mutuo. Según la Red de Cuidados Madrid Centro, "en la actualidad, su entramado reúne a más de 400 personas que desarrollan tareas de todo tipo", como el sustento a familias y colectivos vulnerables, personas mayores y enfermos. Les hacen la compra, les ofrecen acompañamiento telefónico, confeccionan mascarillas e incluso recogen material informático como ordenadores para los estudiantes que no tienen acceso a ellos.
Irónicamente, hace dos días, el local en el que se encuentran Adrián y Lola fue multado por la policía, debido a que sus esfuerzos por mantener las distancias de seguridad en la cola no eran suficientes. Tras tres días buscando un nuevo lugar desde el que repartir las comidas y donde se puedan controlar las aglomeraciones de gente, se han visto obligados a cesar la labor que realizan para el vecindario. Lola ha recorrido las asociaciones del barrio, colegios, institutos y los centros de ayuda social, pero desgraciadamente, este viernes 23 es el último día que, por el momento, ofrecerán comida caliente. Entre lágrimas de impotencia reflexiona: "Me doy cuenta de que el gran número de personas necesitadas ha saturado las instituciones públicas y cualquier organización que pudiera ofrecerles ayuda. No comprendo que se anteponga la burocracia a la salud de otras personas".
Red de Cuidados Madrid Centro asegura que "los recursos públicos no son en absoluto suficientes para afrontar esta crisis", mientras que fuentes del Ayuntamiento de Madrid afirman que "diariamente se reparten, en los 21 distritos, aproximadamente 9.213 comidas diarias a domicilio para las personas afectadas por la emergencia, aparte de las colaboraciones realizadas con entidades como Caixabank para entregar a 2.000 familias vulnerables tarjetas prepago para productos de primera necesidad". Cualquier persona que presente una situación vulnerable puede solicitar apoyo a través del teléfono 010. Sin embargo, fuera del alcance de las ayudas quedan muchas personas que no disponen de hogar o incluso de un teléfono desde el que solicitarlas. Por el momento, los vecinos de este céntrico barrio madrileño seguirán trabajando contra viento y marea por mantener a flote la cocina más grande que nunca ha tenido el barrio de Malasaña.
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