Este artículo se publicó hace 9 años.
El cambio climático provoca una sequía en el Ebro en pleno invierno
La cuenca del Ebro atraviesa un inquietante cuadro de sequía que, en pleno invierno y apenas nueve meses después de la mayor riada en medio siglo, incluye ríos faltos de agua para garantizar su equilibrio ambiental, cumbres sin nieve, suelos con extrema sequedad y cuatro semanas seguidas de merma de las reservas embalsadas
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ZARAGOZA .- La cuenca del Ebro presenta, en pleno invierno y nada más finalizar la época tradicionalmente más húmeda del año, unos inquietantes registros hidrológicos que perfilan una situación de sequía: dos de sus principales afluentes, el Aragón y el Gállego, no alcanzan el caudal ecológico en sus desembocaduras en Caparroso y Zaragoza pese a tratarse de cauces con embalses; otros ríos, como el navarro Irati, el burgalés Bayas, el riojano Najerilla o el alavés Zadorra, llevan días registrando picos por debajo del nivel necesario para garantizar la supervivencia de sus ecosistemas; algunos, como el oscense Ésera y los turolenses Híjar y Martín, llevan días al límite de sus necesidades ambientales, y los hay, por último, que bajan secos en diciembre, caso del Cidacos en Arnedillo.
Y este cuadro, ratificado por los datos del SAIH (Sistema Automático de Información Hidrológica) de la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y que incluye que el río pasara por Zaragoza hace unos días con un margen de solo 13 metros cúbicos por segundo sobre el caudal ambiental, no tiene visos de mejorar. Al menos a corto plazo.
Mientras las previsiones apuntan a que esta semana pueden caer leves precipitaciones, los datos que maneja la Comisaría de Aguas de la CHE indican que no hay reservas de nieve en las cumbres de Cantabria, Euskadi y Navarra, que en Huesca y Lleida queda un tercio de la que sería normal por estas fechas -133 hectómetros cúbicos por 387- y que, como consecuencia de esa escasez, los ríos han aportado en cuatro meses apenas la mitad de los recursos que en un año medio -856 millones de metros cúbicos por 1.432-.
Paralelamente, el descenso de las reservas embalsadas, que encadenan cuatro semanas de mermas; el hecho de que los suelos de más de un tercio del territorio de la cuenca prácticamente carezcan de reservas de humedad, especialmente en la cabecera y en la semidesértica margen derecha, aunque también en áreas del Pirineo como la del río Irati, y, también, la situación formal de emergencia de varios afluentes, han comenzado a activar las alarmas.
En el plano económico, algunos sistemas de regadío, como Riegos del Altoaragón –el segundo de Europa por extensión-, han dado un turno de riego de emergencia para intentar evitar que la sequía malogre sus siembras. Y, desde el punto de vista ambiental, la falta de escorrentías por la escasez de las precipitaciones de agua y nieve hace prever que en enero se intensifique y extienda el nivel de incumplimiento de los caudales ambientales.
La cuenca del Ebro está a punto de cerrar un año natural en el que los principales síntomas que los expertos atribuyen al cambio climático se habrán dejado sentir con una claridad tan inusual como inquietante: sequedad generalizada al comenzar el invierno del segundo año más caluroso desde que existen datos y que, al mismo tiempo, incluyó la mayor riada en medio siglo –inundó decenas de miles de hectáreas- y registros desconocidos en más de ochenta años en riberas como la del Jalón.
Los efectos que el cambio climático va a tener en la cuenca del Ebro preocupan desde hace años a los expertos y a los responsables de las políticas del agua.
De hecho, las previsiones de la Oficina de Planificación de la CHE invitan a dejar de mirar al Pirineo como la gran reserva de caudales para la costa mediterránea, al tiempo que pronostican nuevos retos en materia ambiental: la alteración de la meteorología restará 600 hectómetros cúbicos anuales de agua a la cuenca, que pasará a tener más déficit hídrico que todo el arco mediterráneo, mientras se abre un debate sobre la construcción de un cinturón litoral para proteger el estuario de la desembocadura.
Esa reducción del régimen de precipitaciones hará que la cuenca del Ebro, al añadir esa merma de 600 hectómetros cúbicos a los más de 900 de desequilibrio interno que ya arrastra, pase a sufrir un déficit de 1.500, mayor que el que soporta el litoral en su conjunto: 400 en el Segura, 300 en la zona oriental de Andalucía, 245 en el Júcar y 78 en Catalunya, según señalan sus respectivos planes hidrológicos.
De manera simultánea, el calentamiento global provocará un aumento del nivel del mar de entre 15 y 100 centímetros que ha puesto sobre la mesa el debate sobre la conveniencia de construir un cinturón litoral para salvar de la inundación al Delta del Ebro.
Sobre la mesa hay también otras alternativas, como la creación de barreras de dunas de arena o de masas de vegetación costera para reducir los efectos de esa elevación. Un estudio de la Generalitat apunta a que el aumento del nivel del mar pueda engullir hasta 700 metros de litoral y provocar la inundación de grandes áreas de cultivos y zonas habitadas, en el peor de los escenarios de calentamiento global, en lo que queda de siglo.
La cuenca del Ebro se enfrenta a cuatro grandes cambios como consecuencia del cambio climático, según explica Miguel Ángel García Vera, técnico de la Oficina de Planificación de la CHE (Confederación Hidrográfica del Ebro): el descenso de la aportación de los ríos, un aumento de la demanda por el incremento de la evapotranspiración –el agua que las plantas extraen del suelo y envían a la atmósfera en sus procesos naturales- y la intensificación de los procesos de aridificación -desertización- por la subida de las temperaturas, además, del riesgo de inundación del Delta por la elevación del nivel del mar.
Esa caída de las aportaciones está cuantificada. "Varios estudios la sitúan en el entorno del 5% en el horizonte del año 2040, y algunos hablan de un 20% en el 2070, aunque en este segundo caso hay más incertidumbre", explica García Vera. De hecho, sus efectos "ya se notan en algunas áreas" –señala-, básicamente en los afluentes de la margen derecha, a partir del Jalón, donde la reducción de los caudales alcanzará una horquilla del 10% al 15% en los próximos 25 años.
El Plan Hidrológico del Ebro (PHE) señala que el desplome también alcanzará el 5% en algunos ríos del Pirineo, como el Gállego y el Cinca.
El descenso del 5% supondrá una disminución de recursos de en torno a 600 hectómetros cúbicos –algo menos de los casi 700 que consume la industria en toda España- en una cuenca que, el pasado año hidrológico, tuvo una aportación de 11.906 y a la que el PHE atribuye, en función de la serie histórica que sirva de base, unos recursos medios de 14.579 y 16.393. Más de la mitad de ese volumen no fue aprovechable este año por llegar en riadas.
Los estudios que manejan los responsables de la CHE también apuntan a una serie de cambios en el régimen de precipitaciones que harán que nieve menos y que esas reservas se fundan en menos tiempo –aumenta la temperatura invernal y primaveral en el Pirineo-, lo que reducirá las posibilidades de aprovechar esos recursos.
"Necesitamos aumentar la eficiencia de las infraestructuras que transportan el agua, reducir el consumo del regadío e incrementar la capacidad de almacenamiento", señala el técnico, que llama la atención sobre otras iniciativas como la aplicación de sistemas reversibles en las centrales hidroeléctricas que permitan aprovechar más de una vez el agua embalsada, además de instalar turbinas en los pantanos que carecen de ellas.
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