madrid
"Llegaron dos, uno por cada lado. Me di cuenta cuando ya estábamos rodeados porque yo estaba jugando con el teléfono. Llevaban máscaras blancas y un remo de plástico cada uno. No sabía qué pasaba. Uno dijo “hola”. Yo respondí igual. Me puse nervioso. Entonces me quitó el móvil. Pregunté que por qué. “¿Quieres el móvil?”, dijo. Y entonces empezaron a pegarnos". Hakim, nombre ficticio, asegura a Público ser uno de los dos chavales migrantes agredidos recientemente por dos enmascarados en una parada de autobús del barrio de Hortaleza, en Madrid.
El vídeo de la agresión comenzó a circular por redes sociales hace más de una semana. No está claro cuándo se grabaron esas imágenes ni quién lo hizo ni por qué. Hakim tampoco puede precisar el día con exactitud. "Creo que fue un jueves, hace ya más de una semana", dice mientras apura una colilla que ha recogido del suelo y que le ha pasado su amigo Hassán —también nombre ficticio—. Ambos son marroquíes, dos chavales migrantes que pasan la tarde a la sombra de un pequeño parque infantil del barrio, no muy lejos del Centro de Primera de Acogida de Menores Isabel Clara Eugenia, donde Hakim, que no llega a los 16 años, reside desde hace unos dos meses, asegura.
Ante el apaleamiento y ataque a menores migrantes en #Madrid anunciamos que el Servicio de Delitos de Odio gestionado por nuestra entidad ha asumido el caso interponiendo una denuncia ante Fiscalía.
— Red Inmigración (@redinmigracion) October 3, 2019
Pedimos maxima condena a este ataque racista. pic.twitter.com/dUw5oJK0XJ
A Hakim y a Hassán seguramente se les ubique mejor bajo las siglas de MENA, Menores Extranjeros No Acompañados. Sinónimo de problemas en cada noticia, reportaje o declaraciones de políticos ultraderechistas. Tanto estigma cubre este acrónico que incluso el Gobierno se plantea cambiarles el nombre administrativo.
Despacio, tranquilo, serio y a trompicones, Hakim chapurrea español con cierta soltura. Viene de Tetuán, ha pasado cerca de un año esperando en el puerto de Ceuta para colarse en los bajos de un camión y embarcarse en un ferry con destino a la Península. Después estuvo retenido varios días en una comisaría del Algeciras, pasó por un centro de acogida para menores migrantes en Arcos de la Frontera (Jerez) que, asegura, ya está cerrado. Después estuvo seis meses en Huelva, “en casa de una amiga de mi madre”, y ha ido probando suerte en ciudades andaluzas hasta que decidió que en Madrid tendría más oportunidades.
Se hace entender, aunque sea con los gestos que le permite su brazo derecho. Con el izquierdo encajó algún golpe aquella tarde, dice que no puede moverlo mucho ni apoyarlo. "Me duele bastante", afirma, arrugando sus ojos marrón claro. También le duele un chichón ya venido a menos detrás de su oreja derecha. "Me pegaron fuerte, los dos", rememora. En el vídeo casi no se aprecia porque él está en segundo plano mientras su amigo, el otro agredido, huye despavorido por la calle Mar de las Antillas. "Ahora está en Italia, tenía miedo de seguir aquí y allí había familiares suyos que le han comprado un billete de autobús para que se vaya", explica. Él intentó recuperar su móvil, pero al final también se marchó. “Una señora que lo vio todo me preguntó si quería que llamara a la Policía. Le dije que no. Quiero denunciar pero tengo miedo de que me peguen otra vez si lo hago y no me fío mucho de la Policía”, afirma. Quizás lo haga próximamente, aún no lo sabe.
"Nos insultan, nos tiran colillas encendidas, piedras y cosas desde los coches"
“Es normal que peguen a los chavales del centro, casi todos los días le pegan a alguno en la calle, pero nunca con máscaras y palos”, confiesa. El cree —“seguro, seguro”, incide— que los agresores eran gitanos, “por cómo hablaban y porque había varios gitanos del barrio grabando y riéndose cuando nos pegaron”, sostiene el joven. “Los gitanos siempre nos insultan, nos tiran colillas encendidas, piedras y cosas desde los coches”, afirma, mirando alrededor. En el centro, asegura, tampoco le hicieron mucho caso. “Les conté que me habían pegado y los educadores sólo dijeron que por qué iba yo por las calles de los gitanos. Los vigilantes también saben que nos pegan y nos insultan en la puerta del centro, pero no hacen nada”, esgrime.
¿Por qué le pegaron? Hakim cree que por enfado, por el hartazgo de parte del barrio ante los robos y agresiones de algunos menores migrantes que se hacinan en los centros de la zona y deambulan por las calles a cualquier hora del día, sin nada que hacer más que matar el tiempo. Un periodo indeterminado, de meses o, incluso, más de un año, hasta que la Comunidad de Madrid los deriva a otros centros o a pisos tutelados por alguna ONG, aunque nunca hay plazas suficientes. “Muchos roban, es verdad. A mí no me gustan los problemas. Vine a España para aprender, para trabajar y ayudar a mi madre. Somos pobres, mi familia puede ayudarme. Por eso no quiero volver a Marruecos”, dice. Pero la realidad está siendo más dura de lo esperado. “En ningún centro me han ayudado. Ni con papeles ni con permiso de residencia ni estudiar. Aquí no nos dan ni para el abono de transportes, ni calzoncillos ni calcetines. Ni una pastilla por la noche para el dolor de muelas. Somos muchos, dormimos en colchones en el suelo, en los pasillos”, lamenta. Lleva años ocurriendo lo que describe.
"No es la primera agresión a los chicos que vemos en el barrio"
“No es la primera agresión a los chicos que vemos en el barrio. Esto lleva pasando años, aunque hasta ahora no había un vídeo donde se viese”, afirma Lourdes Reyzábal, presidenta de la Fundación Raíces, ubicada unos 15 minutos andando del centro donde reside Hakim. Por el camino es frecuente cruzarse con los chavales magrebíes. Unos pasean cabizbajos, cobijados bajo la capucha de la sudadera o una gorra estilo hip-hop. Otros se tumban en el césped del parque, otros escuchan música sentados en las escaleras del Carrefour del barrio.
Dejación de funciones
“No tienen proyecto en este centro ni en esta Comunidad que ni siquiera cumple sus obligaciones legales. No ejerce la guarda y custodia a la que están obligado, no investiga las más de 40 denuncias que hemos puesto por agresiones y humillaciones a los menores dentro del propio centro. La Fiscalía ha advertido ya en una nota interna que se denuncie a las regiones que no tramitan los documentos legales de estos chicos, lo que prueba el maltrato institucional cotidiano en el que viven”, expresa Reyzábal, que no justifica ni oculta los problemas. “Hay vecinos que han entendido la situación de los chicos porque se han acercado a ellos y les dan comida o mantas a los que duermen en la calle. Han buscado las razones de lo que pasa. Otros no lo han hecho y sólo ven adolescentes que van en pandilla y les colocan a todos la etiqueta de delincuentes. Cuando ellos se sienten dentro de esa etiqueta actúan desde ese prejuicio que les colocamos, aunque sean buenos chicos”, apunta. “No se está haciendo bien el trabajo, ya no hablo de recursos y presupuesto, que también, sino de las mínimas obligaciones legales de la Administración, y el resultado es éste, un barrio polarizado que pone en el centro del problema al otro, al diferente”, critica.
En el local de Raíces, cuatro adolescente magrebíes pasan la mañana navegando en Internet. Uno ve vídeos de Cristiano Ronaldo en Youtube, otro habla con sus amigos en Marruecos a través de Facebook. En silencio absoluto, otro joven, algo más mayor, espera encorvado con la vista puesta en su teléfono a que dos mujeres terminen de hablar sobre permisos de residencia que no llegan tras cumplir los 18 años, de programas de inserción que funcionan, de otros que han fallado. En Raíces se respira cierta paz, los chicos se entretienen, no sienten miradas desconfiadas ni rechazo. Quizás sea el único lugar santuario en la zona. Pero no está siempre abierto, no es una casa, es sólo un pequeño refugio durante una pequeña parte del interminable día del nada que hacer.
Un viejo y enquistado problema
El cansancio de los vecinos se respira en cada bar del barrio. Muchos no han visto el vídeo de la agresión, otros sólo han oído hablar de él. A poca gente le extraña, aunque los remos y las máscaras …“Eso da un poco de miedo”, afirma a Marta, treintañera, vecina del barrio, mientras se toma un tinto en la puerta del restaurante Lobato, a escasos 200 metros del centro de menores.
"hay grupos que hablan de hacer patrullas ciudadanas para vigilar y limpiar el barrio”
“A mí, de momento, no me han robado, pero sabes que puede pasar cualquier tarde. Es un problema que viene de años y al que ningún Gobierno ha puesto solución. Si los tienes hacinados, sin nada que hacer en todo el día, es normal que ocurran estas cosas”, opina. Ella es asistente social y ha trabajado en centros similares a éste en la región. “Unos están mejor que otros, pero hay pocos medios para atenderlos. No son tantos. Esto se podría solucionar pero no se quiere y al final pagamos todos, ellos y los vecinos”, critica. Marta no sabe quién se oculta detrás de las máscaras. “Pueden ser chavales del barrio, puede ser la extrema derecha, aunque aquí son cuatro gatos. Hace poco pusieron pancartas en el centro diciendo que ahí vivían MENAs peligrosos y delincuentes”, recuerda, en referencia a la acción del grupo neonazi Hogar Social Madrid el pasado verano. “En los grupos de Facebook del barrio y por WhatsApp llevan tiempo apareciendo mensajes de puro odio contra los chavales. Algunos hablan de hacer patrullas ciudadanas para vigilar y limpiar el barrio”, asegura Marta.
No es la única vecina que los ha leído. Y la idea no disgusta en absoluto entre un vecindario donde las noticias de los robos de estos chavales se amplifican por redes, se comparten en Facebook —sean ciertas o no— se comentan en los bares y se mezclan con los ya habituales discursos inflamados de algunos políticos, los bulos y el absoluto desconocimiento de las circunstancias por parte de la población.
“A mí me parece bien que les peguen. Están todo el día robando, da miedo salir a la calle. Hace 15 días me robaron de un tirón la cadena de oro del cuello, casi me tiran al suelo. Pregunta en cualquier sitio y encontrarás a alguien a quien le ha pasado”, sentencia visiblemente enfadada Justa Aranda, de 81 años. Ella es vecina de la UVA (Unidad Vecinal de Absorción) de Hortaleza, una zona del barrio donde se realojó en viviendas sociales en los años 60 a más de mil familias que vivían en chabolas, expropiadas del extrarradio de la capital para construir la M-30 y otros proyectos de la época. Muchos de los realojados son gitanos que han convivido en armonía con los vecinos payos y ahora lo hacen con familias rumanas, musulmanas o dominicanas que han ido llegando en las últimas décadas. “No pueden venir aquí a robar, encima que les damos ayudas. No sé qué les enseñan en el colegio ese en el que están”, esgrime. Por colegio, Aranda se refiere al centro de menores. No sabe lo que es. Tampoco le interesa, sólo tiene claro “de allí no sale nada bueno”.
Del hastío al odio
La misma idea se repite en el interior de la UVA. Se habla de robos, de impunidad, de ayudas y de pagas públicas a los extranjeros que roban y nada para los niños del barrio, “más pobres que ellos”, vocifera un vecino. Un discurso fácil, que cala hasta huesos entre los menos pudientes y que la extrema derecha sabe cuándo, cómo y dónde colocar. “Yo soy gitano, español, y aquí estoy con un payo arreglando el choche. ¿Racismo? No es racismo, lo que ha pasado es normal, porque la gente está cansada de ellos,” vocifera un vecino mientras sus colegas asienten en un viejo descampado donde tratan de reparar el maletero de un antiguo Mercedes. Aquí nadie da nombres porque la conversación sube de tono por momentos.
"¿Racismo? No, lo que ha pasado es normal, porque la gente está cansada de los robos"
Todos hablan de “la banda del remo”, de la agresión, la justifican, algunos la aplauden. Nadie parece preocupado en el solar, nadie sabe quiénes son los agresores. Unos dicen que vecinos hartos, otros que es un “montaje de los menas para ir de víctimas”, otros que no son gente del barrio. “La prensa no pregunta por otra cosa, tampoco es tan grave y esto no ha acabado. Segurísimo que vuelve a pasar porque la Policía no puede hacer nada para que no roben”, sentencia otro de los reunidos. “Aquí desde luego no entran los menas porque saben lo hay”, advierte otro moviendo la mano en señal de gresca.
A pocos metros del solar-taller-plaza de la UVA se encuentra el Centro Asociativo Hortaleza Boxing Crew, un proyecto de intervención e integración social para alejar a los jóvenes de las drogas y los diferentes conflictos en el vecindario a través del boxeo. La pasada semana, poco después de que el vídeo de “la banda del remo” se hiciera público, una de las máscaras de los agresores apareció colgada del pomo de la puerta, pintada de verde. En el mismo color, una pintada rezaba “todos remamos juntos”. En color rojo, otra pintada decía “viva España. Todos remamos”, junto a una bandera de España.
Julio Rubio, el entrenador de boxeo y educador social de este centro, no quiere hacer declaraciones al respecto. Los ánimos están caldeados. Los exaltados vecinos del descampado no tienen una buena palabra para él y su proyecto, a pesar de que lleva años dando clases gratis para los chavales del barrio. “Defiende a los menas y encima les enseña a boxear para que sepan cómo pegarnos”, dice uno de los vecinos, también bajo anonimato. El clima de odio mezclado con hartazgo es tal que cualquier persona o entidad relacionada con los menores migrantes o, simplemente, que no comparta las noticias de supuestos robos o agresiones que cometen, se pone en la diana; y la agresividad, sobre todo en los foros de Internet y los grupos de WhatsApp, no hace pensar precisamente a la calma.
El gimnasio de Rubio publicó el martes un comunicado en su web para desmentir una noticia falsa que circulaba acusándole de amparar a los menores migrantes del centro de Hortaleza o a los que prefieren dormir en los parques aledaños. “La foto de la noticia que nos vincula a una agresión no es ni del barrio ni de España (no por ello no dejamos de reconocer que hay agresiones y robos en el barrio). Desde nuestro proyecto no se están dando clases a los chicos de la calle, pues están demasiado deteriorados para aguantar una clase, su vida es demasiado inestable como para cumplir unos horarios y una disciplina como el boxeo. Muchos no tienen donde dormir, o mudas limpias para cambiarse después del entrenamiento ni duchas donde lavarse”, explica el comunicado.
"Hay una campaña mediática y política irresponsable, sensacionalista con los menores migrantes"
“Este es el resultado claro de la campaña de criminalización y odio de los últimos meses, tanto de la extrema derecha como de muchos medios de comunicación, que sólo hablan de robos, violaciones y delitos vinculados a los chavales migrantes en todo el país”, explica por teléfono Juan González, vecino de Hortaleza, miembro de un grupo de residentes que intenta echar un cable con comida y ropa a los menores extranjeros que viven en el parque. “Es una campaña mediática y política irresponsable, sensacionalista. Ver a políticos de Vox en la puerta del centro azuzando el odio contra los chicos es muy peligroso”, sentencia.
Reyzábal no puede decir mucho sobre la agresión, “todo es muy confuso y no sabemos nada más que lo que dice la prensa, pero es cierto que otras veces ha habido quedadas de vecinos para ir a por los menores migrantes, que el centro ha tenido que avisar a la Policía para que esté atenta y que los educadores han comentado a los chicos que no salieran determinados días para evitar incidentes”, señala.
Su organización ha puesto la agresión en conocimiento de la Unidad de Gestión de la Diversidad de la Policía Municipal de Madrid, que se encarga de investigar delitos de odio. Le confirman que se ha abierto una investigación para identificar a los agresores. La Red Española de Inmigración y Ayuda al Refugiado denunció los hechos ante la Fiscalía especial de delitos de odio la pasada semana, instándole a investigar las grabaciones de las cámaras de seguridad de la zona para localizar a los responsables. Todos tienen claro que ya no se puede mirar hacia otro lado ante un problema que menores, vecinos y trabajadores del centro tienen delante.
Reyzábal sólo espera que la nueva consejería de Políticas Sociales, Familia y Natalidad de la Comunidad de Madrid, dirigida por Alberto Reyero (Ciudadanos) encare el asunto con urgencia. Tiene confianza, le han dicho que es un “objetivo prioritario”. Y sobre todo, deposita todas sus esperanzas es Ana Sastre, nueva directora general de Infancia, Familias y Natalidad de la Comunidad, quien fuera hasta su nombramiento directora de Sensibilización y Políticas de Infancia en Save the Children.
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