Madrid
Actualizado:¿Quien es Gustavo Petro? Permítanme robarle al escritor colombiano Ivan Olano Duque algunas de las reflexiones que hacía en un artículo en CTXT.
El 2 de marzo de 2018 atentaron contra su vida. El vehículo blindado en el que se dirigía a un acto de campaña recibió varios impactos de bala. Muchos sentimos ese día el escalofrío de un "eterno retorno", la sensación de estar condenados, en Colombia, al dolor y la frustración política. En 1948 asesinaron a Gaitán, el gran símbolo de la reivindicación de las mayorías sociales y referente colombiano de un proyecto nacional popular; en 1987 asesinaron a Jaime Pardo Leal, quien había sido el año anterior el candidato presidencial de la Unión Patriótica. Y entre 1989 y 1990 asesinaron a tres candidatos presidenciales en plena campaña.
Por fortuna Petro salió ileso; ningún proyectil atravesó el blindaje. El atentado no sólo quedó registrado en vídeo, sino que estaba siendo transmitido en vivo desde el interior del vehículo. Es un documento que vale la pena ver, porque creo que da algunas claves sobre el carácter de Gustavo Petro: enérgico y locuaz en la plaza pública, pero taciturno el resto del tiempo. En él hay una curiosa mezcla de determinación y melancolía. Lo vemos en el vídeo: mientras casi todos los demás pasajeros de la camioneta estaban comprensiblemente alterados, él estaba en silencio, mirando fijamente las marcas de los impactos en el cristal.
Gustavo Petro nació en Ciénaga de Oro, un pueblo del caribe colombiano, en 1960. Entró a estudiar en el mismo colegio público –de curas franquistas– en el que había estudiado Gabriel García Márquez, prohibido por esos mismos curas por "comunista". Esto es algo más que una simple coincidencia. Gustavo Petro siempre ha repetido que su inquietud política surgió a partir de dos hechos fundamentales: el golpe de Estado contra Allende en 1973 y la lectura de García Márquez.
Como Pepe Mujica, como Dilma Rousseff, como miles de líderes latinoamericanos, Petro vio en la lucha guerrillera la única salida a un régimen de exclusión social e injusticia estructural. Fue, para él, como encontrar agua fresca en medio de una izquierda estéril, paralizada por su propia incapacidad. El Movimiento 19 de Abril (nacionalista, bolivariano, con vocación democrática) fue para Petro la irrupción de una izquierda diferente, ligada al pueblo, ambiciosa, audaz, con el foco puesto al fin sobre la sociedad colombiana, con un gran potencial comunicativo y de organización popular.
Del proceso de paz surgió la Alianza Democrática M-19. Era tal el apoyo popular de la antigua guerrilla, que el nuevo partido fue la lista más votada en las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991. En el mismo año de la nueva Constitución, Gustavo Petro fue elegido representante a la Cámara. Fue elegido de nuevo representante en 1998. Es entonces cuando su nombre empezó a sonar con más fuerza en toda Colombia. Petro se fue perfilando como el parlamentario más incómodo para la clase dirigente.
Empezó por un conflicto puntual: ¿Quiénes eran los propietarios de tierras de la periferia de Bogotá, interesados en que la capital se siguiera extendiendo de un modo descontrolado? El futuro alcalde no tardó en descubrir que detrás había cargos públicos del ejecutivo nacional, dueños de medios de comunicación e incluso la mafia de los territorios vecinos. Inmensas fortunas detrás de la recalificación de la tierra.
La reacción de los poderosos intereses que se vieron amenazados por ese debate determinó su futuro como parlamentario. Alguien entró a su despacho y le informó: habían interceptado unas comunicaciones de radio en las que el jefe de la Fiscalía le pedía al comandante paramilitar Carlos Castaño asesinar a Petro.
Bien documentado, riguroso, gran orador, Petro llegó a ser considerado el mejor congresista del país, un bastión de resistencia en medio de un gobierno mafioso, pero también –como era de esperar– se ganó los enemigos más poderosos. Y le tocó soportar todos los ataques. El nuevo siglo reafirmaba la vieja certeza: la catástrofe colombiana es estructural. Y quienes promueven la narrativa de los ejércitos paramilitares de extrema derecha como la reacción a la existencia de las guerrillas, están falseando la realidad.
Petro lo fue dejando claro en sus investigaciones y denuncias: el corazón del proyecto paramilitar eran el despojo y la acumulación de grandes extensiones de tierra, acaso el problema central de la violencia histórica en Colombia, pero esta vez con un detalle adicional: en las últimas décadas la tierra se convirtió en la caja de ahorro del narcotráfico. Se vuelve indispensable hacer un comentario sobre otra de las características de Gustavo Petro: su tendencia –al mismo tiempo admirable y desconcertante– a multiplicar sus adversarios día a día. Es una dicotomía que siempre está ahí, en discusión. Hay quienes dicen que en política es necesario saber medir la fuerza, la relación entre lo deseable y lo posible, el margen real de acción.
Pero también hay quienes asumen la actitud contraria, como si su vida dependiera de ello, como si toda concesión se convirtiera en una traición a sus principios, y están por ello siempre dispuestos a abrir todos los frentes de lucha. Estos son los que más fracasan. Pero también son los que, en contadas excepciones, lideran las grandes transformaciones. Gustavo Petro pertenece a este segundo grupo. Quizás se deba a su militancia temprana y a su formación política en medio del riesgo, siempre al borde del peor de los escenarios; unas condiciones que sólo podían ser compensadas por un carácter romántico, casi insensato. Hoy Gustavo Petro es el Presidente de Colombia.
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