Este artículo se publicó hace 8 años.
Orwell cogió su fusil
El autor de 'Homenaje a Cataluña', 'Rebelión en la granja' y '1984' da nombre a una ruta por las trincheras del frente de Aragón y en Huesca preparan una exposición para 2017. Este reportaje es la tercera entrega de la serie 'Senderos Públicos' , que recupera rutas que merecen ser recordadas como memoria histórica.
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ALCUBIERRE (HUESCA).- El invierno de 1937 fue muy frío en la línea del frente en Aragón. En esa época llegó Georges Orwell (Eric Arthur Blair, India 1903- Londres 1950), autor de Homenaje a Cataluña, a España para escribir una serie de reportajes para publicaciones británicas de izquierdas sobre la Guerra Civil española. Entró por Portbou y en Barcelona se alistó en la milicias del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), organización troskista con mucha implantación en la capital catalana. Con una instrucción mínima y con un pañuelo negro y rojo partió en tren hasta Barbastro y en camión hasta Alcubierre, el pueblo más próximo a la serranía que en dirección norte-sur separa las provincias de Huesca y Zaragoza. A unos cinco kilómetros hacia el oeste, las trincheras de Monte Pucero.
A medida que la columna caminaba hacía su destino, el entorno fascinó a Orwell “las montañas de esa región española tienen una forma peculiar, como de herradura, con la cumbre llana y pendientes muy pronunciadas que se unen formando enormes barrancos. En las laderas más empinadas no crece más que brezo y algunos arbustos, y la piedra caliza asoma por todas las partes como sí fuesen huesos blanqueados”.
Un terreno imposible para una línea de trincheras. El frente era puestos fortificados en las cimas que culebreaban al capricho de la orografía y conocidos como posiciones. De lejos, el escritor vio su destino: “Nuestra posición se divisaba a los lejos, en lo alto de la herradura: una triste barricada de sacos terreros, una bandera roja ondeando y el humo que salía de los refugios”. Al acercarse, la primera sensación fue “un repugnante olor dulzón” que salía de un barranco tras la posición. Tras medio año de combates en la zona y la presencia continua de soldados, la hondonada se había “un lecho profundo y putrefacto de mendrugos de pan, excrementos y latas oxidadas”.
Tras descubrir el olor de la guerra. El capitán al mando saludó a la columna, “salió arrastrándose del refugio, para darnos la bienvenida”. La posición de Monte Pucero era “un recinto semicircular de unos cincuenta metro de diámetro con un parapeto hecho en parte de sacos y en parte de bloques de caliza. Había unos treinta o cuarenta refugios excavados en el suelo como ratoneras”.
Delante, protegiendo la posición había una trinchera con montones de piedra apilada, un poco más abajo una alambrada “y más allá la pendiente se precipitaba hacía un barranco que parecía no tener fondo; al otro lado había montañas peladas, en algunos sitios meros peñascales grises e invernales, totalmente yermos, donde no se posaban ni los pájaros. Me asomé con cuidado a una de las troneras tratando de localizar la trinchera fascista”.
Con un gesto, el capitán les señaló donde estaba el enemigo. Orwell había estado en el ejército y calculaba que los franquistas debían estar a cincuenta o cien metros. Ahí, él no veía nada “luego, con enorme decepción, vi lo que me indicaba Benjamín: en la mitad de la montaña que había enfrente, a setecientos metros, como mínimo, se distinguía el vago perfil de un parapeto y una bandera roja y amarilla: la posición fascista”.
Los enemigos eran figuritas minúsculas y a esa distancia “nuestros fusiles eran completamente inútiles”. “Los fascistas pululaban tras su parapeto tan diminutos como hormigas y a veces se veía asomar una cabeza que que se exponía impúdicamente” y escritor relata su primer disparo, pese al escepticismo que tenía el el arma que llevaba: “por fin ajusté el alza a setecientos metros y disparé. El punto desapareció. Ojalá la bala la bala impactara los bastante cerca para darle un buen susto. Era la primera vez en la vida que disparaba contra otra persona”.
Los inviernos cambian las prioridades en las guerras de trincheras: la leña, la comida, el tabaco, las velas y el enemigo. “En el frente de Zaragoza, eran importantes en este orden y el enemigo ocupaba un triste último lugar”, una rutina casi de oficina “guardias, patrullas, cavar; cavar, patrullas, guardias... En la cumbre de cada cerro, ya fuese fascista o republicano, un puñado de hombres sucios y harapientos tiritaban en torno a su bandera y se esforzaban por entrar en calor. Día y noche, las balas perdidas vagaban por los valles despoblados y solo por una rara y remota casualidad hacía blanco en una persona”.
En la Sierra de Alcubierre se combatió duro hasta octubre de 1936, pero la falta de recursos humanos y bélicos en ambos bandos, sobre todo artillería, hizo imposible una operación a gran escala y los dos ejércitos se atrincheraron en las cimas que habían conseguido tomar. Cuando llegó Orwell, el frente “zigzagueaba de aquí para allá con un trazado que habría sido incomprensible si en cada posición no hubiera ondeado una bandera... El paisaje era impresionante, siempre que uno lograra pasar por alto que estaban ocupadas por soldados y, por tanto, cubiertas de latas e incrustadas de excrementos”. Las banderas rojas del Partido Socialista Unificado de Catalunya (PSUC) y el POUM marcaban la zona constitucional, la roja y gualda, la de los sublevados.
Desde la posición de Monte Pucero y en las patrullas nocturnas, Orwell descubrió en la mitad del llano el pueblo de Robres que le pareció “unos cubos diminutos como una tirada de dados” y que estaba en el lado republicano. A veces, había mar de nubes sobre el que “asomaban montes romos y azulados”. Y hacia el norte Huesca, sublevada y casi cercada por las milicias, más allá las sierras del Prepirineo y en la distancia “los formidables picos de los Pirineos, con sus nieves perpetuas, parecían flotar en el vacío”. Al sur, pudo ver Zaragoza: “distinguía la propia ciudad, que parecía una fina sarta de luces como los ojos de buey iluminados de un barco”
A las tres semanas, destinaron a Orwell a la posición de Monte Irazo defendida por una treintena de milicianos ingleses cuya misión era vigilar el tránsito de la carretera cruza la sierra. Ahí el enemigo estaba a unos trescientos metros y tenía un nido de de ametralladoras, los fascistas no usaban los fusiles, solo usaban la ametralladora, “no obstante, hasta pasados diez días o más no tuvimos nuestra primera víctima”.
El invierno de 1937 fue muy frío “a veces soleado a mediodía, pero muy frío. Aquí y allá, en las faldas de las colinas, empezaban a asomar las hojas verdes de los lirios y el azafrán silvestre, era evidente que se acercaba la primavera, aunque muy despacio”. A Orwell no le gustaban las montaña, tampoco ver amanecer después de una noche de patrulla “pero a veces merecía la pena contemplar el despuntar del día por detrás de las cumbres que había a nuestra espalda, con los primeros rayos dorados, que parecían espadas que sajan la oscuridad, la creciente luz y los mares de nubes de color carmín que se extendían hasta distancias inconcebibles, a pesar de que uno tuviera las piernas entumecidas de rodilla para abajo y que no probaría bocado hasta pasadas otras tres horas”.
A mediados de febrero, las unidades del POUM de aquel sector fueron enviadas a trincheras situadas a cuatro kilómetros de Huesca. La ciudad le pareció “clara y diminuta, como una ciudad de muñecas”. Unos meses antes, después de que las milicias recuperan varios pueblos al este de la ciudad, un mando republicano aseguró: “Mañana tomaremos café en Huesca”. Y aunque hubo sangrientos ataques, la ciudad no cayó y la frase de mandamás se convirtió en sarcasmo. “Si algún día vuelvo a España, me aseguraré de ir a tomar un café en Huesca”, aventuró
En marzo, estuvo ingresado unos días en el hospital de sangre de Manflorite por una infección en la mano y participó en algún asalto a trincheras franquistas. A los 115 días de llegar al frente tuvo su primer permiso. Fue a Barcelona cuando los sucesos de mayo de 1937, cuando la gresca entre CNT y la UGT, cuando POUM y PSUC, del brazo en el frente, resolvían sus diferencias a tiros en las calles y cuando la sombra de las purgas estalinistas nublaba el sol en las Ramblas. Volvió al frente de Huesca, el 20 de mayo recibió un balazo en el cuello y fue evacuado a Barcelona. Al poco de llegar al hospital, el POUM fue ilegalizado y sus militantes encarcelados. En junio, a la fuga, acusado de traición y espionaje, cruzó a Francia por Portbou.
Orwell no tomó ese café, ni volvió a la Sierra de Alcubierre. Pero, la huella del británico se puede seguir hoy por un sendero señalizado en el Monte Irazo, la ruta Orwell, y en Robres hay un Centro de Interpretación de la Guerra Civil. En los alrededores de Huesca, también hay un camino por posiciones de los milicianos, ruta de las Trincheras. Para febrero de 2017, varias instituciones están preparando una gran exposición para reivindicar el legado del periodista, novelista, ensayista y político británico.
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