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De la República al franquismoMemorias de un soldado republicano yonqui
Juan Alonso Pérez narra su doble derrota, ideológica e intravenosa, en un diario que se revela como una metáfora de la historia contemporánea de España. El historiador Jorge Marco analiza la singularidad de las confesiones de un médico enganchado a la morfina, a las anfetaminas y al alcohol durante la Segunda República, la guerra civil y el franquismo.
Madrid--Actualizado a
"Comienzo a tener miedo. ¿Seré un toxicómano nato? Me aterra caer en las garras de un tóxico; pero con él he vuelto a la alegría que me era desconocida desde mis dieciséis años. Cuando me falta la cocaína vuelve mi desánimo y pienso que la vida no vale la pena. Es preferible ser un toxicómano feliz y morir joven a vegetar una vida desdichada y morirte a los ochenta años". Juan Alonso Pérez (Cieza, 1912) ha conocido a Gloria en el taxi-girls Florida de Valencia, una academia de baile donde la joven se prostituye. Es una "chica monísima", aunque también adicta a la farlopa "para soportar la vida que lleva".
No tienen relaciones sexuales. Enamorado hasta las trancas, le mortifica que se vaya con otros y que se niegue a acostarse con él. "Ella estaba convencida de que yo la quería de verdad, que jamás hubiera esperado de mí semejante proposición. Estoy triste y decepcionado". Y comienzan a inyectarse juntos cocaína. Juan Alonso tiene veintidós años, estudia quinto de Medicina y es interno agregado a la cátedra de Farmacología y al Hospital Clínico. El "chiquito guapito y triste", como lo conocen las asiduas del Tabú, apunta en su diario el 9 de diciembre de 1935: "Día de mi calvario como toxicómano".
El universitario da el salto a la morfina. Él y unos compañeros tienen un examen a la mañana siguiente y deciden comprobar los "efectos euforizantes y la exaltación intelectual". Todos se quedan dormidos menos él, quien describe la sensación: "Noté que por mis venas comenzaba a circular una oleada de sangre joven, tibia, vigorizante [...]. Era inmensamente feliz. Como jamás lo había sido [...]. Me puse a estudiar unos temas muy áridos que, hasta entonces, no había logrado comprender. Con sorpresa vi que la lectura me apasionaba de tal manera que cabalgaba sobre las páginas como potrillo salvaje [...]. Aquella noche se inició mi calvario de toxicómano".
Juan Alonso había sido un chaval feliz y optimista, pero la huida de su padre —quien abandonó su hogar para irse con otra mujer, con la que tendría una hija, para escarnio de la familia— le provocó un "grave trauma", confiesa en una carta. Tenía diecisiete años y logró terminar el bachillerato para, recién proclamada la Segunda República, matricularse en Medicina. Sin embargo, aquel niño burgués —su progenitor era un próspero exportador de frutas y hortalizas— se había vuelto un mozo taciturno y pesimista con frecuentes depresiones. Para amortiguar su angustia, practicaba deporte y se afilió a la izquierdista Federación Universitaria Escolar (FUE), que le valió una detención en 1934 por participar en una huelga revolucionaria.
Sin embargo, sus camaradas y el ejercicio físico no impidieron que siguiese inyectándose dos ampollas de morfina diarias. Esperaba que el verano, lejos del botiquín del hospital, ahuyentase su adicción, pero al poco padeció un mono insoportable que lo postró en la cama durante una semana. Cansado y rendido, no era capaz de nadar ni de remar, si bien el síndrome de abstinencia fue remitiendo y ya conciliaba el sueño durante un par de horas, hasta que el 18 de julio de 1936 comenzó otra pesadilla. Al revés de sentirse ignorado por su padre, instalado en el extranjero, se sumaría la guerra y, sobre todo, la caída de Madrid. Un doble perdedor.
"Yo diría que hasta triple, pues a su dependencia y a su derrota ideológica, porque era una persona comprometida con el progresismo y la justicia, habría que añadir su declive económico. Con los años, la dictadura de Franco crea nuevos ricos, mientras que él se convierte en nuevo pobre, porque se queda sin propiedades y pasa a depender de su trabajo", explica Jorge Marco, autor del prólogo de Salida de las tinieblas. Memorias de un toxicómano en la República, la guerra y el franquismo, publicado por Juan Alonso Pérez en 1976 y reeditado por Comares.
El historiador madrileño señala en su estudio que se enrola en la Columna Uribes, "integrada por soldados, guardias civiles y milicianos voluntarios, la mayoría de ellos simpatizantes socialistas y comunistas". En el frente de Teruel es asignado a la enfermería del batallón y pronto llega el desencanto, pues se atrincheran en Bezas, donde "el caos y la indisciplina eran inmensos", se lamenta el médico, quien pediría su ingreso en los Grupos de Asalto. Después de un período de instrucción en Alicante, lo destinaron a Madrid —donde fue testigo de la batalla del Jarama— y luego se habilitó como teniente médico provisional tras un cursillo en la retaguardia de Valencia.
Terminaría en la Cuesta de la Reina, cerca de Aranjuez, en cuyo puesto de socorro había una abundante provisión de morfina. "Me hice el firme propósito de no usarla jamás en mí. Había pasado por la pérdida de queridos compañeros; pero la guerra nos iba endureciendo, nos hacía hombres". En cambio, Juan Alonso no pudo soportar ver la cabeza destrozada del Chiquet, su amigo desde la infancia. "De pronto, con impulso irreprimible cogí tres ampollas de morfina y me las inyecté (era la mayor dosis de mi vida). Con sorpresa vi que comenzaba a ser dueño de mí mismo. El ánimo y las energías me volvieron con rapidez. Horrorizado, comprobé que mi agudo dolor me hacía feliz".
Paradójicamente, quien se había confesado como un miedoso se convierte en un insigne soldado. El frente había sido roto por los flancos y las tropas republicanas, sometidas por una artillería incesante, estaban cercadas. Durante tres extenuantes días, atendió junto a su equipo a centenares de heridos. Cuando cesó el fuego, fue ascendido a capitán. "Estaba convencido de que el proyectil que me pudiese matar aún no se había fabricado", escribía eufórico. "Yo, ¡el gran cobarde!, convertido en héroe gracias a mi brutal borrachera de morfina". Seguiría consumiéndola durante los dos años que restaban de guerra.
Juan Alonso fue hecho prisionero y a mediados de abril fue liberado gracias a las amistades entre la burguesía valenciana de su familia, que a su vez había refugiado en su casa a perseguidos y potenciales víctimas nacionales. Vendió lo poco que le quedaba, terminó la carrera en la Universidad de Barcelona y comenzó a ejercer en Xirivella bajo la sombra de la represión. Casado, tendría tres hijos y, para pagarles sus estudios y una nueva casa, se vio obligado a trabajar a destajo. Como llegó a inyectarse veinticinco ampollas de morfina diarias y era consciente de que no podía aumentar la dosis, las acompañó de otra docena de anfetaminas, para la que no necesitaba receta.
"Ante esta situación, empecé a pensar en el alcohol, que sólo muy excepcionalmente había consumido con anterioridad. Para poderlo beber, necesitaba mezclarlo con algo que me lo hiciese menos desagradable [...]. Mi fase alcohólica fue en rápido ascenso. Llegué a ingerir grandes cantidades al día: siete u ocho cubas-libres, tres o cuatro whiskys, un tercio de cerveza para comer y un litro para cenar", reconocía Juan Alonso, quien en 1968 ingresaría en el Sanatorio Alameda de Bétera para someterse a una cura de desintoxicación. Había consumido morfina durante treinta y cuatro años y quizás sobrevivió gracias a su condición física, esculpida durante sus años de práctica deportiva.
Antes de su fallecimiento, a comienzos de la transición, publicó Salida de las tinieblas. Como lo había escrito durante los dos años anteriores a la muerte del dictador, omitió nombres reales y usó un alter ego para contarse a sí mismo, Juan López Serra, a quien le atribuyó los padecimientos de un soldado republicano yonqui que también dio testimonio de los avatares de la guerra civil y el franquismo. Una forma singular de explicar aquellas Españas desde su doble derrota ideológica e intravenosa.
Entrevista a Jorge Marco: "Es un testimonio inaudito"
"Puedo decir que soy casi un personaje histórico. Fui el primer oficial republicano que vio la rendición de Madrid y el último que abandonó Gobernación". Es una de las muchas anécdotas que surcan las memorias de Juan Alonso Pérez, quien se las dedicó a su esposa y al doctor Emilio Bogani, responsables de su curación, a quienes debe haber llevado a cabo "el único acto heroico" de su vida.
Jorge Marco, profesor de Historia y Política en el Departamento Politics, Languages and International Studies en University of Bath (Reino Unido), explica la importancia de una autobiografía que va mucho más allá del descarnado relato de un politoxicómano. "Su vida es una metáfora de la historia contemporánea de España", subraya el autor del prólogo de Salida de las tinieblas. Memorias de un toxicómano en la República, la guerra y el franquismo (Comares).
- El testimonio es extraordinario, aunque usted lo considera único.
- Es un testimonio inaudito porque habla sin tapujos de un tema tabú, el consumo de drogas, durante tres épocas diferentes. Y no solo es insólito en España, sino a nivel internacional. Puedes encontrarte con testimonios de soldados homosexuales en la Segunda Guerra Mundial, pero no de toxicómanos.
Además, cuando las memorias son escritas por los vencedores tras la guerra, suelen tener una carga de virilidad y entusiasmo; y si son escritas por los vencidos, tienen un poso de amargura. Por otra parte, cuando ha pasado mucho tiempo, ese entusiasmo se rebaja, aunque siempre queda un halo de romanticismo.
Las suyas, en cambio, son las de un excombatiente que tiene la mirada de un toxicómano que ha sufrido durante más de tres décadas una dependencia muy fuerte a distintas sustancias. Él conoce el miedo, el dolor y la caída un día tras otro. Y esa perspectiva las hace completamente diferentes a cualquier otra.
- Hay una visión panorámica de la Segunda República, de la guerra civil y del franquismo sin mochilas políticas ni propagandísticas.
- Era una persona comprometida, republicana y moderadamente de izquierdas. Pero su visión de la guerra, al estar cruzada con las drogas, pierde el sesgo bélico y lo apega a la experiencia humana —que para él es lo más relevante— frente a las cuestiones ideológicas.
- Narra, de alguna manera, la historia reciente de España, aunque desde el particular punto de vista de un politoxicómano.
- Su vida es una metáfora de la historia contemporánea de España. Esas crisis políticas las relata a través de sus crisis personales, lo cual resulta muy interesante. Y se queda atrapado en esas tres épocas a través de las drogas.
- Tras la toma de Madrid se desmoraliza: "Dejé de creer en los míos. No creía absolutamente en nada". ¿Observa también cierto nihilismo?
- Sufre una pérdida de esperanza en todo, porque está claro que sobre los vencedores tiene depositados todos sus horrores. También se desilusiona con las luchas internas en el bando republicano y con las derrotas continuas. Si en los años veinte y treinta nos encontramos con una generación que atesora una conciencia política muy fuerte, el final de la guerra provoca una sensación de vacío existencial en la zona roja, porque es la derrota de uno mismo.
- ¿Su experiencia ilustra el consumo de drogas en la guerra o es un caso aislado?
- Hubo un incremento apreciable de morfinómanos, sobre todo entre los combatientes, si bien no hay estimaciones fiables al respecto. Consumían morfina para paliar el dolor y luego algunos se convirtieron en dependientes. Y también se dieron casos entre la población civil.
- En otras guerras se consumieron drogas depresoras para reducir el estrés en el combate y mitigar los traumas, como señala usted en el prólogo. ¿En la española podríamos hablar de autoprescripción?
- Sí. Es posible que algunos oficiales se autoadministraran drogas tras su experiencia en la guerra colonial en África, pero no había una política militar que difundiese su uso.
- Porque las sustancias estupefacientes no eran bien vistas.
- Hablamos de la morfina y la cocaína, porque las anfetaminas no se usaron, como sí hicieron en la Segunda Guerra Mundial los alemanes y luego los americanos y los británicos. Por otra parte, el alcohol fue objeto de debate y tuvo sus detractores, sobre todo en la zona republicana, mientras que todos estaban a favor del tabaco. Era un símbolo de identidad nacional, calmaba la ansiedad y fomentaba la socialización de los combatientes. En general, todas reforzaban las masculinidades.
- Las confesiones de Juan Alonso no sorprendieron a sus vecinos y pacientes de Xirivella, donde sería homenajeado.
- Allí era muy querido. Lo sé de primera mano por mi madrina, quien trabajó limpiando su casa durante décadas.
- Y le dedicó las memorias a su familia por aguantarlo y apoyarlo durante años.
- Fue dependiente más de tres décadas dependiente de la morfina, dos de las anfetaminas y una del alcohol. Como ya no podía inyectarse más cantidad de morfina, para no sufrir una sobredosis, recurrió a las anfetaminas para aumentar su productividad.
Sin embargo, lo que lo destruyó física y moralmente fue el alcohol, pese a que las otras drogas estaban socialmente más estigmatizadas. Juan Alonso era un tipo maravilloso, pero convivir con una sustancia de la que dependes debía de ser muy difícil. Llegado un momento, el alcohol le amargó el humor y entonces decidió desintoxicarse.
- También es un libro pionero porque en 1976 lanza un mensaje a favor de la desintoxicación, opuesto a cierta visión hedonista de las drogas durante la transición. De alguna manera, también dedica ese "hay esperanza" a los drogadictos que quieren desengancharse.
- Fue, sin duda, a contracorriente. Después de cuatro décadas de dictadura, en España hubo una explosión de libertad y entraron drogas como la heroína. No obstante, durante ese momento de expansión, nadie pensaba en sus efectos.
Él, con su experiencia de cuatro décadas de dependencia, da un discurso que entronca con los que empezarían a escucharse a finales de los ochenta. Entonces, el efecto devastador de la heroína hace tomar conciencia, porque genera estigmatización, delincuencia, sida y muerte.
Ese trauma en la sociedad española hace que los noventa sean una década más prohibicionista, con programas de rehabilitación institucionalizados. Sin embargo, él innova ya en los setenta, adelantándose dos décadas, quizás ayudado por el hecho de haber sido médico.
La singularidad de la emoción y el sentimiento
"La expresión de emociones y sentimientos [como el miedo, la cobardía o la ansiedad] no es común en las memorias de los excombatientes. En muchos casos fueron escritas poco después de terminar la guerra, al calor de una masculinidad heroica que no aceptaba ningún signo de debilidad; solo soldados valientes curtidos en el fragor de la batalla. En contraste, las memorias de Juan Alonso nos muestran la vulnerabilidad del soldado, sus miedos y pánicos cotidianos. Esto se debe en parte a que sus memorias fueron escritas décadas después de terminar la guerra, pero principalmente porque sus memorias no son tanto el testimonio de un excombatiente, como el de un extoxicómano familiarizado con la fragilidad. De ahí su brutal honestidad y particular interés".
Estudio preliminar. Memorias de un toxicómano en la España contemporánea.
Jorge Marco, profesor de Historia y Política en el Departamento Politics, Languages and International Studies en la University of Bath.
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