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Memoria HistóricaCinco españoles que sobrevivieron a los campos de concentración nazis
Más de 4.400 españoles que fallecieron en los campos de concentración de Mauthausen-Gusen aparecen desde este viernes como víctimas del régimen en un listado que ha publicado el Boletin Oficial del Estado (BOE). Público recupera las historias de cinco españoles supervivientes al horror nazi.
Madrid--Actualizado a
España reconocerá desde este viernes a más de 4.400 españoles que fueron víctimas del horror de los campos de concentración nazi de Mathausen y Gusen. El Boletín Oficial del Estado (BOE) publica los nombres y apellidos de estas personas con el objetivo de que sus familiares pueda acceder a su registro como fallecidos. Pero no serán los únicos que serán reconocidos "simbólicamente", pues los historiadores encargados de realizar esta base de datos han recopilado hasta 695 nombres de otras víctimas.
Se tratan de datos personales que obraban en certificados de defunción que a principio de la década de los 50 envió el gobierno francés y que el régimen franquista dejó "arrinconados" para evitar que los familiares a las víctimas pudieran hacer algún tipo de reclamación a Alemania. Público recupera las historias de cinco españoles que sobrevivieron al encierro en estos campos de concentración y al horror nazi, presentes en el libro de Montserrat Llor Vivos en el averno nazi.
Marcelino Bilbao, superviviente de experimentos nazis
Marcelino Bilbao falleció en 2014 en Châtellerault (Francia). Era el último superviviente español que había sufrido en sus propias carnes los experimentos médicos de las SS en Mauthausen. A Marcelino le inyectaban benceno en la zona del corazón. De los treinta prisioneros inoculados en la enfermería, sólo siete lograron sobrevivir. Marcelino fue uno de ellos. Murió con 94 años. Ni el benceno, ni la Guerra Civil en la que batalló junto al batallón Isaac Puente de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), ni los campos de concentración franceses, primero, ni los nazis después, lograron quitarle la vida. Montserrat Llor lo describe como un "hombre fuerte y combativo".
Este es un fragmento de la entrevista que Llor le realiza en el libro en el que narra su experiencia como cobaya de los médicos de la SS:"Terrible, allí ya estaba... Había llegado al campo un terror de doctor. Entra en una barraca, coge la maleta y se sienta... Prepara las inyecciones... Allí llegabas tú, para que te inyectara, como castigo o como experimento a ver cuánto tiempo resistías. Y aquel hombre, allí sentado, sin mirar a nadie, pinchaba... A algunos les daban convulsiones; a otros se los llevaban a rastras... Ese día no fui yo, pero sí algunos de mis compañeros de barraca. Los que vivían estaban rotos en la cama, no podían moverse... Luego me tocó a mí, seis sábados consecutivos me inyectaron al lado del corazón. Nos cogieron a 30, sólo 7 logramos sobrevivir a los pinchazos. Entonces no me importaba morir, no tenía familia ni nada..."
Manuel Alfonso Ortells, el hombre que dibujó la muerte
Manuel fue el preso número 5.564 de Mauthausen. El viaje que le llevaría a un campo de concentración nazi comenzó el 21 de diciembre de 1936 cuando se alistó en la columna Durruti para batallar en el bando republicano en el Frente de Aragón, donde al poco tiempo, sería nombrado sargento. "Me fui, no dije nada en casa, a mi madre. ¡Le di un gran disgusto a la pobre! Partí con mi primo y fue su madre quien se lo dijo a la mía", relata Ortells en la obra.
Ortells vivió toda la Guerra Civil al frente de la batalla y suya fue la obligación de dirigir a 100 hombres hacia la frontera francesa en febrero de 1939. Lo consiguió, pero al otro lado de la frontera no le esperaba la libertad. Pasó por dos campos de concentración franceses para después ser reclutado en Francia por la Compañías de Trabajadores Extranjeros y capturado por soldados nazis el 24 de junio de 1940. El 11 de diciembre de 1940 fue trasladado al campo de Mauthausen.
"Éramos muchos y no sabían qué hacer con todos nosotros. Nos pusieron en una barraca con todas las cosas. Aproveché y escondí cosas, lápices, papel, fotos, el dibujo del retrato de mi madre, todo rápido, rápido, rápido... en el colchón. No nos registraron hasta el día siguiente, cosa muy rara. Rarísimo aquello. Cuando llegamos estábamos todos en un estado de shock salvaje", relata.
Gracias a que no fue registrado aquel día, Ortells consiguió salvar sus objetos más íntimos y personales como dibujante de la requisa que los SS hacían con los presos al entrar en el campo. Aquel dibujo del rostro de su madre le acompañaría siempre, hasta la fecha de la liberación.
Conchita Ramos. Al bordo del tren fantasma
Conchita estuvo presa en el campo de concentración de Ravensbrück, cerca del pueblo de Fürstenberg, un "tétrico lugar pantanoso a unos noventa kilómetros al norte de Berlín". Entre 1939 y 1945, fecha de la liberación, estuvieron presas en este campo unas 130.000 mujeres de más de 20 países diferentes, incluidas 300 españolas.
El 24 de mayo de 1944 la policía francesa de Pétain rodeó su casa. Dentro se escondían tres guerrilleros. Conchita tenía entonces 18 años y recibió los primeros golpes y palizas por parte de la Gestapo. "Su propósito era mantenerse firme, no delatar a nadie, no hablar", escribe Llor. Era difícil, pero Conchita lo consiguió. "He visto cómo les arrancaban las uñas de los pies y las manos a hombres y mujeres y otros fueron torturados duramente. Tenía miedo de hablar, pero no lo hice", relata.
Fue entonces cuando Conchita fue trasladada a los campos nazis en el Train Fantôme, o Tren Fantasma, que transportaba más de 600 hombres y apenas 64 mujeres. Fue boicoteado sucesivamente y tardó más de dos meses en llegar a su destino. En su interior, Conchita cumpliría, en pleno mes de agosto, los 19 años.
"Aquel tren desaparecía y volvía a aparecer. Lo ametrallaron los norteamericanos y también fue atacado por los maquis. Hacían saltar las vías del ferrocarril para liberar el tren, para que no llegara a Alemania, pero no lo consiguieron. A veces nos hacían andar unos kilómetros para reanudar el transporte. Todos nos decían: 'No llegaréis, no llegaréis'... A veces pasábamos ocho días en una estación porque no se podía avanzar, pues las vías estaban cortadas. Tuvimos varios heridos, incluso hubo muertos. En el mío habría, creo, unas cuatro españolas", recuerda.
El Train Fantôme fue el último en llegar al campo de Ravensbrück procedente de Francia, pero, más tarde, lo harían otros con mujeres presas en Auschwitz. Muchas de ellas estaban embarazadas. "Mataban al hijo cuando nacía. Los ahogaban en una balda de agua... o las SS los cogían de los pies y los tiraban contra un muro. Se decía que a muchas mujeres les ponían inyecciones para retirar la menstruación", explica.
A finales de marzo de 1945, Himmler ordenó la evacuación de los campos y el comandante de Ravensbrück, Fritz Shren, mandó salir a las cerca de 20.000 mujeres que quedaban con vida y en condiciones de caminar. Eran las conocidas como marchas de la muerte. "Era el final. Nos hicieron salir a todas por las carreteras, nos íbamos juntando hombres y mujeres, nos hacían huir de los rusos. Durante el camino dormíamos siempre al borde de la carretera, encima de la nieve, a la intemperie. Y a los que caían de fatiga los mataban. De ochenta y cinco mujeres que salimos del campo, quedamos veintidós", sentencia.
Francisco Bernal. El zapatero apodado "Ghandi"
Francisco falleció en 2013 en París. Atrás dejó una vida de película dentro de los campos de concentración de Mauthausen y Ebensee. Logró salir vivo de aquel infierno gracias al oficio que aprendió en su Zaragoza natal: zapatero. Tras una difícil entrada en Mauthausen y tras deambular por diversos trabajos y kommandos, se convertiría en el kapo de zapatería de Ebensee. "¡Nunca abusé de mi condición de kapo, jamás!", advirtió este hombre en la conversación mantenida con Llor, cuyos compañeros le reconocen haber diseñado zapatos especiales para esconder la comida de los ojos de la SS.
Bernal llegó a un campo de concentración alemán tras haber batallado en la Guerra Civil, haber pasado por otro campo francés y haber batallado en el ejército francés. Fue arrestado en junio de 1940 y conducido al Stalag VII A de Moosburg, en Baviera. El 9 de septiembre de 1941 fue trasladado a las puertas de la inexpugnable fortaleza nazi de Mauthausen comenzando un vía crucis que le llevaría a deambular durante los tres años y medio siguientes otros dos campos de concentración más.
"Mi obsesión era buscar comida. Éramos como muertos vivos, los palos ya me dejaban indiferente y llegué a perder la noción de la realidad. Me quedé como un esqueleto, habría resistido poco más. Incluso me llamaron el Gandhi...", recuerda Bernal.
Tras dos años de permanecer en Mauthasen, Bernal fue trasladado a Redl-Zipf y, finalmente, a finales de 1943, al campo anexo de Ebensee. Allí permanecería como zapatero hasta el 6 de mayo de 1945, cuando se produjo la liberación y la llegada de las tropas americanas.
Segundo Espallargas, el boxeador de Mauthausen
Segundo falleció a mediados de 2012 en París con 93 años. Este hombre estuvo preso en el campo de concentración de Mauthausen donde fue conocido por las SS y por el resto de presos por ser el boxeador imbatible del campo de concentración. Los agentes nazis montaban los fines de semana un cuadrilátero donde los presos debían combatir.
"Ser boxeador es lo que me salvó en el campo. Fue el comandante de Mauthausen el que me dio el nombre de Paulino porque admiraba mucho a un español guipuzcoano que boxeaba en Alemania que se llamaba Paulino Uzcudun. Por eso me llamó así. (...) Me decían '¡si no ganas, vas al crematorio!'", recordó a Segundo Llor. Como todos los demás, Segundo pasó por la Guerra Civil, por el exilio, por los campos de concentración de Francia, por el ejército francés y, finalmente, terminó en un campo de concentración nazi. Tenía 22 años cuando llegó a Mauthausen un 27 de enero de 1941.
De allí saldría en mayo de 1945. El retorno a la vida normal no fue fácil. Ni para Segundo ni para nadie. Para los españoles todavía menos al no poder regresar a España. Así, Segundo establecería su residencia en París y en Troyes, donde conoció a su esposa Hélène, con la que tendría cinco hijos. En Francia prosiguió durante años los combates de boxeo como peso pesado y también trabajó como mecánico electricista en una fábrica. En su casa de París había una foto que se tomó con el expresidente del Gobierno José Luís Rodríguez Zapatero. Lo conoció en la conmemoración de la liberación de Mauthausen. "Le dijo que había que luchar contra el olvido, que era una lucha que debía continuar siempre".
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