Este artículo se publicó hace 8 años.
El Cenajo, otro pantano construido por esclavos del régimen
Franco usaría a esclavos, sacados de las cárceles, hasta finales de los 50 para la realización de sus megaproyectos. El embalse del Cenajo (Murcia) es un ejemplo más. Los presos, internados en destacamentos, vivieron en las peores condiciones de salud y de trabajo, ya en los años de apertura del régimen. Ninguna placa recuerda hoy la labor de los penados.
María Serrano
-Actualizado a
SEVILLA. -No fue una necesidad de tiempos de posguerra. El pantano del Cenajo, en la Región de Murcia, era ya una construcción anhelada desde el siglo XIX. Sin embargo, las obras resultaban demasiado costosas para llevarlas a cabo a su tiempo. El régimen de Franco necesitaba cientos de esclavos, sacados de las cárceles, para realizar esta nueva megaconstrucción en una época ya tardía, gracias a un destacamento penal que funcionó desde 1952 a 1957.
Ubicada en la cuenca del Segura, el pantano del Cenajo ampararía su mano de obra en la legislación de la dictadura, centrada en el Servicio de Colonias Penitenciarias Militarizadas. Este destacamento reunía en su conjunto a los presos comunes que trabajaban en un escenario de “campo de concentración”. El establecimiento se encontraba subordinado a la Prisión Provincial de Murcia. Una ubicación que resultó fundamental para la construcción de la vasta presa hasta el año 1957, que duraron sus obras.
El joven investigador murciano Víctor Peñalver revela a Público que no había constancia en la versión oficial de la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) sobre el mencionado destacamento. “Resulta realmente extraño que la CHS, y sus miembros, que cuentan con un extraordinario archivo, obvien que en ese lugar, durante las obras, se ubicó un establecimiento penitenciario”.
Peñalver describe aspectos comunes de aquellos presos en el Cenajo y las penas que estaban redimiendo. “La gran mayoría se encontraba en el último eslabón de su ciclo carcelario: en los últimos años de condena o en los prolegómenos de obtener la libertad”.
Estaban exentos de trabajos en la presa los que tenían penas de muerte o de larga duración. “Los condenados a las más altas penas del código penal franquista, la cadena perpetua o la pena de muerte, estaban totalmente excluidos de los trabajos forzados legales”.
En su actividad diaria, dentro del destacamento, no faltó para los presos la presencia obligada del clero con una construcción de una Iglesia en su interior. “No podía quedar fuera el común denominador del sistema penitenciario franquista: la Iglesia”, añade el investigador.
Bautizada como la Iglesia de la Virgen de los Desamparados, los presos del Cenajo tenían que acudir a la misa de domingo de forma obligatoria. Además, una mayor labor religiosa otorgaba a los reclusos privilegios dentro del Cenajo. “La asistencia a misa, al igual que los actos festivos en honor a esta patrona (segundo domingo de mayo), garantizaba al recluso un periodo de descanso e incluso algún premio en forma de días redimidos extraordinarios” como ocurrió a una treintena de presos en el año 1952.
En aquellos años cercanos al esplendor del régimen con su apertura internacional, el Cenajo contaba en su peculiar “plantilla” con trabajadores libres y trabajadores penados con una diferencia evidente en sus condiciones de vida y actividad. El sueldo de los penados era mucho más escaso. “En los documentos de 1957 consta que el sueldo era de siete pesetas, pero no lo recibían íntegro; se les descontaba a los presos la ropa, la alimentación, la sanidad…”, aclara Peñalver. El destacamento pudo llegar a albergar simultáneamente hasta “1044 trabajadores libres y reclusos”. Víctor apunta que “para ello contaron con tres pabellones en los que los presos estaban separados del resto del personal”.
Las pésimas condiciones de vida eran otra de las estampas ocultas del Cenajo. “No conocemos el número exacto de presos y trabajadores libres pero han quedado reflejadas las pésimas condiciones que sufrieron aquí. Brotes de paludismo, falta de comida y durmiendo casi a la intemperie”.
Peñalver no olvida otro aspecto clave. Las peores condiciones de trabajo y peligrosidad que quedaron siempre reservadas a los presos. Estos se encargarían del uso de la dinamita para perforar el hormigón, sin ningún tipo de formación. “El uso de la dinamita y de perforadoras neumáticas pesadas ya atisbaba del peligro constante”. Sin embargo, según apunta Peñalver, lo más peligroso era el hecho de “tirar hormigón en masa a la presa desde una gran altura mientras se encontraban atados con cuerdas trabajando en la pared vertical”. Muchos quedaban ya atrapados en aquel bloque de cemento. Nunca serían rescatados por las pésimas condiciones de seguridad.
Jose Vicente Ortuño, preso en el Cenajo, recuerda aquellos trabajos traumáticos en la época. “Si una colada no caía bien, la recibían los presos. Quedé colgado de un borde. Éramos varios... no se pudo hacer nada por dos de ellos. Estaba claro. Desde aquella noche, varias toneladas de hormigón tapaban a dos hombres. En adelante, ya no volví a decir la presa, sino, como todos: la tumba”.
Otros reclusos no murieron a causa de accidentes laborales, sino por las condiciones exhaustas de vida y un trato vejatorio que no pudieron soportar. El caso de Francisco de la Rosa guarda una trágica historia, narrada por su nieta Soledad de la Rosa.
El infierno de Francisco, militante de la CNT, comenzó con su condena a muerte por adhesión a la rebelión, posteriormente conmutada a 30 años y un día a la que se le aplicó un destierro. Víctor apunta que el infierno comenzó cuando “de la Rosa fue mutilado de sus órganos sexuales a consecuencia de las torturas a las que fue sometido en la Prisión de Partido de Caravaca”.
Francisco sufriría en el Castillo una grave paliza. Al recibir múltiples patadas en los testículos quedó al borde de la muerte. Para escarnio en la prisión, colocaron su cuerpo con las piernas abiertas durante horas. Gracias a la ayuda de un compañero preso que pudo rociar las heridas con Zotal, desinfectante para bichos, pudo conservar parte de sus genitales.
Más tarde, redimió parte de la condena trabajando en El Cenajo y volvió a él tras obtener la libertad vigilada.
Francisco de la Rosa no pudo aguantar la situación. “A la excesiva vigilancia a la que estaba sometido, la vuelta al campo de trabajo de El Cenajo y al sentimiento de humillación que sentía por la mutilación ocasionada por los castigos en la cárcel, se unió el hecho de no poder regresar a su pueblo por el destierro”, recuerda Víctor. De la Rosa se quitaría la vida poco tiempo después de su llegada al finalizar su jornada laboral en el Cenajo.
El imponente embalse del Cenajo no sería inaugurado hasta el año 1963 por el dictador. Ninguna placa recuerda la labor de aquellos presos. Ni de Francisco de la Rosa, ni de los que cayeron dentro del hormigón. Del destacamento penitenciario solo quedan apenas ruinas. “Una placa honorífica ha agradecido, hasta el pasado mes de mayo, a Franco que ordenara hacer aquel embalse”. Actualmente la placa de la CHS no honra la labor de Franco, gracias al impulso de la iniciativa del grupo de Izquierda Unida del ayuntamiento de Moratalla. Solo habla de la fecha de inauguración, sin mencionar a ningún preso ni la mera presencia de ellos. Una lección olvido para los que no conozcan la verdadera intrahistoria del Cenajo.
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