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ObituarioCamilo de Dios, el último guerrillero gallego
La represión que sufrió su familia tras el golpe de 1936 lo forzó a echarse al monte con quince años. Allí, aquel hijo de rojos tomó conciencia política y se forjó como precoz maquis antifranquista, el único que quedaba vivo en Galicia hasta su muerte.
Madrid--Actualizado a
Ha muerto un hombre sin rencor. Camilo de Dios (Sandiás, 1933) se ha ido de esta España sin ver la Tercera y definitiva República. Tenía 87 años y era el último maquis antifranquista de Galicia, memoria eternamente viva de la resistencia en el monte, al que se echó sin más ideología que la lucha contra la injusticia. Era rojo, porque entonces todos eran rojos, pero él se consideraba un rebelde. La conciencia política vino luego: izquierda republicana.
A los doce años ejercía de enlace de la guerrilla, como su madre y su hermano mayor, apresados por la Guardia Civil cuando huían de la represión. Carmen Fernández Seguín fue detenida y su hijo, abatido. Cuando lo exhumaron en 2014, gracias a la ayuda económica de un sindicato de electricistas noruegos, su cuerpo era un eccehomo laico cosido a balazos.
Si Perfecto no pasaba de un chaval que recién había cumplido la mayoría de edad, Camilo era un crío. Hijo del fundador del PCE en la pequeña localidad ourensana, donde halló la muerte la noche del martes, pasó a la clandestinidad a los quince años después de que una falangista cantase el Cara al sol durante el velatorio de su padre, quien había caído enfermo tras andar escapado durante la guerra.
Comenzó entonces a escribir una novela de 87 páginas, una por cada año de su vida, que nunca será publicada, pues la tinta de ese manuscrito corría por sus venas y ahora yace bajo tierra. Entre los capítulos destacados, el épico intento de rescate en 1948 de Gayoso y Seoane, líderes del PCE y del Ejército Guerrillero de Galicia, después de llegar desde Ourense hasta Ferrol campo a través, embarcar rumbo a Coruña y liarse a tiros en la cárcel.
En el monte, donde hizo vida con socialistas, anarquistas y comunistas, abrazó la causa de las Juventudes Socialistas Unificadas antes de ser detenido en 1949 en una refriega con la Guardia Civil cuando iban a por tres torturadores de la capital. La acción se torció como sus dedos, impías tenazas, y terminó siendo martirizado durante dos meses antes de ser encarcelado en A Coruña, donde dejaron de clavarle lápices en las manos.
[Entrevista a Camilo de Dios: "Sólo me arrepiento de no haber sido más útil"]
Camilo, como otros camaradas, ingresó en la guerrilla por las amenazas, represalias y atropellos que sufrió su familia tras el golpe del 36: un hijo de rojos condenado al abuso por el color de su sangre. Le arrebataron las bestias, la tierra y la casa, convertida en un cuartel de Falange; a su padre y a un hermano, cuyos restos tardó más de siete décadas en recuperar; y a su madre, presa, de quien la separaba un muro en el penal de Alcalá.
Ambos habían sido condenados a muerte, pero les conmutaron la pena. Durante años se comunicaron por carta una vez al mes, misivas que no pasaban de veintiuna líneas para no dar trabajo al censor. Una década después fue liberado, hizo la mili en Ourense y fue chófer de un coronel cuya esposa era prima del maquis cántabro Paco Bedoya. Vivió en Madrid y terminó regresando a su tierra, que le dio su fruto y de la que brotó Comisións Campesiñas.
Además de trabajar como labrador, ejerció como viajante, camionero y preso político, pues volvería a ser encarcelado en 1971 por su vinculación al PCE. Se casó con Ramona, hija de un capitán de la aviación republicana, con quien tuvo tres hijos. “Busqué a una compañera que me comprendiera y se identificase con mi forma de pensar”, reconocía hace dos años en una entrevista, donde aseguraba que su único arrepentimiento era “no haber sido más útil”.
El precoz maquis de la comarca de A Limia confesaba en el documental Camilo: o último guerrilleiro de Galicia que nunca había llorado sus penas, aunque podía conmoverse viendo los sufrimientos de los protagonistas de una película. “Si me tuviera que emocionar por cada tontería que tienes en la vida, entre torturas, hambre, miseria y frío habría tenido que quitarme la vida cuarenta veces, pero tampoco teníamos esa posibilidad”.
Hombre sensato, abogó hasta el final de sus días por la unidad en la procura de una nueva república. Curioso ser hijo de Jesús y apellidarse De Dios cuando Camilo era ateo por la gracia de un cura. Nunca olvidó los desdenes del sacerdote de Sandiás o la provocación cara al sol de aquella adicta al régimen de Franco durante el velatorio de su padre, hasta el punto de que no pisaría una iglesia ni en las bodas de sus amigos.
“Eso te forja una conciencia en contra de un sistema que, aunque no lo entiendes bien porque eres un niño, ves que es injusto”, recordaba el exconcejal del PCG y de Esquerda Unida en la citada charla. Así nació un guerrillero, el último de Galicia vivo, porque oficialmente Camilo se ha ido, mas la estela tricolor de aquel chaval politizado por los del monte ha dejado para siempre su simiente en las calles y en los caminos, todavía por recorrer.
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