Opinión
Tejiendo identidades desde los márgenes. Las mujeres en las letras gallegas actuales
Por Alba Rodríguez Saavedra
Periodista
-Actualizado a
La presencia de las letras gallegas en los circuitos editoriales estatales es, a lo largo de la última década, una línea en continuo ascenso en la que, además, las mujeres, tanto en calidad de autoras como de figuras argumentales, desempeñan un papel más que protagonista. En paralelo, los certámenes literarios más relevantes, tanto en Galicia como en el conjunto de España, están premiando obras en las que ellas reclaman su espacio, lo que conduce a que, a través de sus libros, el público amplíe su mirada hacia lugares y sujetos que, durante demasiado tiempo, fueron ocultados entre la bruma de los márgenes. No se trata, por tanto, de abordar este fenómeno a partir de la simpleza menospreciadora del manido «las mujeres estáis de moda», sino que, de acuerdo con lo que comentaba hace unos meses Marilar Aleixandre, el foco ha ensanchado su alcance. Ahora, por fin, se ha ampliado para incluir a autoras y personajes que favorecen la consolidación y difusión de referentes que nos permiten dejar atrás la orfandad a la que nos había condenado la historiografía literaria. Precisamente por este motivo es tan relevante la reciente decisión de la Real Academia Galega de dedicar el Día das Letras Galegas de 2025 a las cantareiras y a la poesía popular oral, porque reivindica el papel de las mujeres como «creadoras y transmisoras de arte y belleza, a pesar de la vida difícil» (RAG, 2024) que tuvieron que afrontar. Adolfina Casás Rama, Rosa Casás Rama, Eva Castiñeira, Prudencia Garrido Ameijende, Asunción Garrido Ameijende y Manuela Lema Villar recibirán la mayor distinción dentro de la literatura de Galicia.
Si repasamos el devenir de los últimos cien años de las letras gallegas, casi una epopeya para un sistema minorizado, observamos que el protagonismo de lo masculino, tanto fuera como dentro del texto, es el denominador común en cualquier género literario que analicemos. Desde la poesía hasta el ensayo, la producción se centraba en dinamizar la normalización de la palabra escrita en gallego y en el asentamiento de una ontología propia. Y con ese propósito trabajaron, con constancia, quienes disponían de los medios para poder crear o difundir estas obras. A este perfil, inmensamente masculinizado y procedente en gran medida de entornos socioeconómicos medios y altos, responde la mayor parte de la élite que, a lo largo de la práctica totalidad del siglo xx, determinó la producción editorial gallega y en gallego.
En consecuencia, al mirar hacia atrás, comprobamos que todo ese corpus adolece de un vacío clamoroso: las mujeres ni son ni están. Así, su presencia, cuando sucede, tiende a perpetuar el patrón de pasividad, objetualización o mitificación como figura dulce, maternal y abnegada. En esta configuración de nuestra historia literaria, la mitad de la población fue excluida, porque, en mayor o menor medida, la máxima de Manuel Murguía ―marido de Rosalía de Castro, historiador y patriarca del canon gallego― de que «la mujer debe ser sin hechos y sin biografía» era uno de los fundamentos sobre los que se asentaba nuestro sistema. De hecho, la manipulación extrema de la propia Rosalía de Castro, hasta convertirla en una mater dolorosa, en una santiña que nada tenía que ver con la mujer combativa que leemos en sus poemas y novelas, o la marginación feroz de Emilia Pardo Bazán ―con quien Murguía mantenía una pública enemistad― marcan los primeros momentos de la creación de nuestro canon contemporáneo.
En paralelo al desenmascaramiento de cómo la percepción de ambas escritoras había sido manipulada, el silenciamiento tácito de las mujeres en nuestra literatura comenzó a resquebrajarse. A partir de esta fractura se pudieron crear las condiciones para que, a través de esa brecha, se colasen en el centro del sistema nuevas voces que reclamasen una mayor diversidad, rechazando ya, por completo, el murguiniano deseo de que toda mujer viviese «[limitando] su acción al círculo de la vida doméstica, [porque] todo lo santifica desde que entra en su hogar. Tiene en la Tierra una misión de los cielos, y su felicidad debe consistir en llenarla sin vanagloria ni remordimientos. Trasladarse toda entera a sus hijos, vive en su corazón sin que sus penas sean otras que las que los hieren o con ellos se relacionan».
Hoy en día, a quienes se les pedía entonces carecer de biografía y quedarse emparedadas en el hogar familiar, están en primera línea, reivindicando la complementariedad en nuestras letras y en nuestra historia, y recibiendo, por su producción, los premios más prestigiosos dentro y fuera de Galicia.
Desde 2014, el Premio Nacional reconoció a Eva Almazán y María Alonso Seisdedos (2014, junto a Xavier Queipo y Antón Vialle), en traducción; a Ledicia Costas (2015), en literatura infantil y juvenil; y a Pilar Pallarés (2019), Olga Novo (2020), Alba Cid (2020) y Yolanda Castaño (2023), en poesía. Todas ellas, además de promover la necesaria dignificación de estos géneros, tradicionalmente minorizados, impulsaron su difusión entre el público a niveles extraordinarios. Y a ellas se sumaron más profesionales de la palabra distinguidas, asimismo, con el Premio Nacional. Ana Romaní (2018), en periodismo cultural; María Xesús Lama (2019), en ensayo; Ofelia Rey Castelao (2022), en historia; Marilar Aleixandre (2022), en novela; y Paula Carballeira (2023), en teatro, han contribuido también al destierro definitivo de la conservadora identificación de estas categorías literarias con la esfera masculina. Y resulta obvio que esta conquista está siendo posible porque no recorren en soledad este camino, sino que lo hacen junto a muchas otras, consolidando entre todas un sistema de intercambios y conexiones fruto del esfuerzo de unas precursoras que supieron desenmascarar las manipulaciones y los mecanismos que operaban para el mantenimiento de un sistema limitado y limitante.
Uno de los aspectos que nos interesa más destacar de todas estas obras y autoras premiadas está relacionado con la búsqueda de la identidad y de las referentes hurtadas. En estos textos las mujeres son protagonistas de sus relatos, son los sujetos activos y capaces que todas conocemos e identificamos en nuestra cotidianeidad. En las historias de estas escritoras, ellas no son elementos pasivos que reciben la mirada, sino que se rebelan contra esa concepción reduccionista que las elidía del acontecimiento. Estas autoras reivindican la presencia de esas mujeres sin las cuales no habría opción de tener vida, de tejer relaciones o, simplemente, de sostener el día a día. Gracias a estas profesionales, estamos rompiendo con esa tradición canónica de evitar mirar hacia los márgenes y hacia lo colectivo, hacia donde, en fin, como sostenía la estudiosa Gerda Lerner, de verdad sucede la historia.
Este eslabón reivindicativo de lo femenino que conecta estos textos, presenta, además, una interesante perspectiva de análisis vinculada a la necesidad de mirar atrás, a nuestro pasado, trascendiendo el estrecho alcance tradicional. No se trata de un ejercicio de sustitución o de eliminación, sino de complementariedad, de compleción de los vacíos que habíamos heredado y, por supuesto, de corrección de las inexactitudes trasladas como verdades incuestionables. Así, en esta nueva etapa estamos avanzando por muy distintos ámbitos, buscándonos y explicándonos a nosotras mismas (a nosotros mismos), preguntándonos sobre la maternidad como elemento identitario, aprendiendo sobre la castración académica y social de las mujeres, sobre la manipulación continuada de Rosalía de Castro, sobre el papel femenino en el fenómeno de la migración, sobre la lucha por la dignidad de las mujeres en el siglo xix, tanto desde posiciones de relativo privilegio como de marginación, sobre el nacimiento y la muerte como momentos transcendentales, sobre cómo somos parte de un atlas humano y natural en permanente simbiosis, sobre la destrucción del patrimonio como revulsivo para la búsqueda de la identidad o sobre la normalización del más allá desde edades tempranas, reavivando un aspecto esencial de nuestra tradición oral en retroceso.
Estamos, por tanto, ante una reivindicación de apertura, tanto para quien escribe como sobre lo que se escribe y, así, no nos sorprende que también autores gallegos distinguidos en esta etapa contribuyan a consolidar esta mirada hacia aquellas ―y aquello― que tradicionalmente permanecieron en la periferia. Virtudes (e misterios), de Xesús Fraga, o Ninguén queda, de Brais Lamela, incorporan en sus miradas la experiencia de las mujeres en la emigración londinense, en el primer caso, y la denuncia de la soledad y el olvido de la que osaba desafiar el ideal de sometido ángel del hogar, en el segundo.
La literatura gallega está, pues, en una coyuntura de cambio que nos anima a mirar con otros ojos nuestro pasado, para recuperar lo que quedó oculto y ocultado. Se preguntaba recientemente el periodista Manuel Gago sobre las causas de la más que obvia presencia mayoritaria de mujeres en los eventos culturales, y quizás la respuesta radique precisamente en esta recuperación de los relatos marginados y de las vidas ignoradas que está acometiendo la literatura gallega capitaneada, desde la autoría y desde el protagonismo argumental, por mujeres. Y para esta tarea resulta esperanzador, además del propio trabajo de escritoras y escritores, las propuestas que nos permiten, desde otras latitudes, analizar nuestro sistema con perspectivas renovadas. Así, las aportaciones de Catherine Barbour, Danny Barreto, Laura Lesta García, Olga Castro Vázquez, Martín Veiga, Elisa Serra Porteiro o Laura Linares, entre muchos otros nombres, contribuyen a que nos reconozcamos, desenmascarando las manipulaciones y las ocultaciones. Y necesitamos tener también muy presente cómo, desde nuestro propio sistema, y gracias a los encuentros interdisciplinarios, investigadoras como Ana Cabana Iglesia, María Xesús Nogueira Pereira, María López Sández o Alexandre Peres Vigo ayudan a completar el retrato de nuestras letras y de nuestra identidad.
En definitiva, las mujeres no estamos de moda en la literatura gallega. Está de moda la asunción de que durante buena parte del proceso de normalización de nuestras letras solo hubo una mirada, lo cual significó que la memoria y la identidad entonces reivindicadas estuviesen incompletas, dejando en orfandad referencial a un pueblo que no acababa de escuchar su propia polifonía. Gracias al trabajo de las que abrieron caminos, de las que los ensancharon y de todas las que hoy los recorren, tenemos la fortuna de encontrarnos con una literatura en la que las mujeres somos.
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