Opinión
Semprún, Buchenwald y los derechos humanos
Por Enric Garriga
El 10 de diciembre de 1948, la Asamblea general de las Naciones Unidas (NNUU) proclamaba y aprobaba en París la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DDHH). Después del Holocausto y la barbarie nazi, esta declaración ponía en el centro del desarrollo de las naciones y los pueblos los derechos y los valores humanos, a las personas, a la ciudadanía. Valores encarnados sin duda por los eternos lemas de la Revolución Francesa o americana: libertad, igualdad, fraternidad…
El 10 de diciembre, también, pero de 1923, nacía Jorge Semprún, sólo un deportado de Buchenwald, como él se autodenominaba.
Este año 2023 se cumple el centenario del nacimiento de Semprún y los 75 años de los DDHH.
Semprún, Buchenwald y los DDHH tienen varios elementos en común y están unidos por diversas casualidades... ¿O causalidades?
Uno de los redactores de esa Declaración Universal de los Derechos Humanos fue el intelectual francés Stéphane Hessel, un deportado también a Buchenwald. Sin duda, el Juramento de Buchenwald inspiró a Hessel a la hora de redactar la declaración. Un Juramento que llamó al mundo: "El aplastamiento definitivo del nazismo es nuestra tarea". Y: "Nuestro ideal es la construcción de un mundo nuevo en la paz y la libertad".
Entre su obra, Hessel nos ha dejado para el futuro, especialmente para los jóvenes, su libro Indignaos, llamándonos a ser activos contra la injusticia.
Hessel y Semprún nos llaman a reflexionar sobre el mundo, sobre las desigualdades, a combatir el totalitarismo y ser parte activa de la sociedad. Ambos representan excelentes símbolos contra la barbarie y de la libertad y la fraternidad. Este año, con motivo de su centenario, reivindicamos la figura de Semprún como el gran político y escritor de la memoria antifascista.
Hessel y Semprún, como otros muchos deportados a Buchenwald, entre ellos los 643 republicanos españoles, quedaron marcados para siempre por esta traumática experiencia. Por ese "largo viaje" hasta llegar al campo, por la frialdad del viento de la colina Ettersberg, por las palabras: "A cada uno lo que se merece", en la puerta o la proximidad del zoo a la valla electrificada de los prisioneros que, junto a tantos elementos de vida extrema, les permitieron reflexionar sobre la condición humana y el futuro de Europa y de la humanidad. En palabras de Jorge Semprún, el mejor sitio para reflexionar sobre Europa es el Appellplatz de Buchenwald. Es un lugar ideal, la explanada de Buchenwald, para recordar el origen de Europa, pero también para pensar en el futuro, en este momento de crisis, involución, carencia de aliento y empuje. Un momento en el que viene a la memoria la frase de Edmund Husserl, pronunciada en Viena en 1935, en pleno auge de los totalitarismos: "El mayor peligro para Europa es el cansancio".
Volviendo a Hessel, lo peor que le puede ocurrir a Europa es que deje de indignarse. Que abandone sus valores fundacionales y gire la mirada hacia otros lugares para no ver lo que está ocurriendo en el Mediterráneo, y en muchos países del mundo.
Los valores que defendió Semprún, su europeísmo, beben de los valores republicanos. Entendemos la República, los valores republicanos, como una idea genérica, de democracia y libertad que se proyecta al mundo como un concepto que ya es asumido como una ideología humanista, revolucionaria, y, si se me permite, universal. Los valores republicanos están implícitos en los juramentos de Buchenwald y Mauthausen, y todos ellos desembocan de una forma u otra en la declaración universal de los DDHH. Derechos y valores que con el tiempo posiblemente han ido cambiando de forma y receptáculo, pero que mantienen el mismo fondo. Fondo que hoy vemos reflejado en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y en la Agenda 2030 de las Naciones Unidas.
Echemos la fatiga y la resignación y asumamos de una vez por todas la indignación.
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