Opinión
Mundo bello, propiedad de unos pocos
Por Elizabeth Duval
BlackRock y Blackstone se separan en 1994, pero cada uno sigue llevando a cabo por su lado prácticamente las mismas actividades. Recordarán sus nombres por haberlos escuchado en campañas electorales o muy diversos artículos de izquierda: ahora, con la dificultad para sacar adelante una Ley de Vivienda, lo que se repite siempre es la figura —con sombra alargada— de los «grandes tenedores». Blackstone tiene 40.000 casas en España, separadas en muchas sociedades más pequeñas, como es habitual: pululan por ahí Tesla Residencial, Albirana, Fidere, Torbel, Anticipa. Siempre se multiplican: algunas mueren por selección natural —las sociedades y personas morales, como ya se sabe, están sujetas a las mismas leyes biológicas que el resto de organismos— y otras viven merendándose esos mismos restos. Lo que se ha dicho es que no son solo grandes tenedores, sino «fondos buitre», que compran deuda en mercados cuya situación es crítica; en este caso, son también dueños de un gran porcentaje de los bancos.
Pero la situación siempre puede ir a peor. Es una cruel realidad del capitalismo financiero: tiende al monopolio. En 2020 levantó Blackstone el mayor fondo de inversión inmobiliaria de Europa. Gestiona en España alrededor de cincuenta y ocho establecimientos hoteleros, con más de diez mil habitaciones. Son los dueños de empresas de derechos musicales… y también gestionan casas de apuestas. Manejan el desarrollo de tratamientos para el cáncer de vejiga, la mayor marca eco-friendly de lácteos a partir de avena, los servicios en línea que ayudan a encontrar el árbol genealógico y trazar los orígenes de una persona. Esto es Blackstone. ¿Qué hace BlackRock, responsable de paliar las consecuencias de la crisis económica de 2008? Estar metido en casi todas las grandes empresas petroleras, en siete de diez de los más grandes productores mundiales de carbono. Invertir en Uber desde 2014, invertir en Airbnb, invertir al mismo tiempo en DiDi (una compañía de VTC china). Ser accionistas mayoritarios, al mismo tiempo, en empresas como Apple y Microsoft, es decir, en competidoras, alimentando a un equipo y a su contrario. Las consecuencias más profundas: controlar a niveles imperceptibles las rutinas contemporáneas, gestionar cada posibilidad de cada minuto de la existencia cotidiana, ser más grande y poderoso que cualquier Estado, doblegar a los Estados en sí mismos al hacer que sea imposible siquiera rebelarse contra ellos; marcar sus agendas legislativas y el control pequeño e imperceptible que ellos podrán colocar por encima del control ya impuesto por el mercado. Pfizer, responsable de una de las vacunas de la COVID-19, tiene a BlackRock como uno de sus accionistas mayoritarios. Recordemos, por un momentito, que la vacuna de AstraZeneca y Oxford era y es la más barata… y que ha sido víctima de una enorme campaña de desprestigio y acoso y derribo, con noticias día sí y día también sobre la tremenda amenaza fantasma de los coágulos. Se calcula que Pfizer y Moderna ingresarán más de 85.000 millones por sus vacunas de aquí a 2026. Es un margen sobre coste superior al 713%. Cifra récord para el mercado farmacéutico. Se calcula que la de AstraZeneca, insistimos, la más barata, desaparecerá casi totalmente del mercado.
Recapitulemos: vivienda, transporte, lácteos veganos, tratamientos médicos, servicios en línea sin demasiado sentido, tecnología, energía, carbón, petróleo, vacunas. Podríamos preguntarnos qué nos falta en la lista. Resulta que Blackstone tenía una app llamada Ginger, que ofrecía acceso a «tratamiento de salud mental ilimitado gestionado por el propio usuario, coaching on-demand las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, y terapia, así como asistencia psiquiátrica, basada en vídeo, sin todas las limitaciones de acceso de la asistencia clínica típica». Resulta que Blackstone ha adquirido la app Headspace, una aplicación de meditación y mindfulness. Resulta que su intención es fusionar ambas para crear la mayor aplicación de salud mental disponible en el mercado, que llegue a más de cien millones de usuarios en más de 190 países. Comunican que ya hay empresas como Sephora, Adobe o Starbucks que gestionan la salud mental de sus empleados a través de estas aplicaciones. ¿Cuáles son los resultados de estas terapias? Según sus propias estadísticas, menos estrés, más concentración, más resiliencia, menos tendencia al burnout. Mejores trabajadores. Más activados. Más disponibles.
Mundo bello, propiedad de unos pocos: a ti te debemos todo, por ti rezamos, gracias a tus inversiones ilimitadas y compras de deuda existimos; gracias a ti que nos haces felices trabajadores, que nos quitas y pones las casas, que nos cuidas para que trabajemos mejor, que pones límite a la voluntad desmedida de redistribuir la justicia que tienen los ilusos ignorantes de la izquierda. Frente a ti, nada pueden las leyes, y casi nada pueden los hombres: frente a BlackRock y Blackstone somos mortales enfrentados a dioses. ¿No era imposible matar a la hidra? Si la izquierda no busca —y encuentra— la manera de quemar sus cuellos y enterrar su última cabeza, tendremos que resignarnos a que el auténtico poder controle cada minuto de nuestra existencia. Pero no hay que preocuparse tanto: nos resignaremos con menos estrés, más concentración, más resiliencia y sin síndrome de desgaste profesional.
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