Opinión
Me llamo Salvador
Por Paulina Morales
Profesora en la Universidad Diego Portales de Santiago de Chile
Este próximo 11 de septiembre se cumplirán 50 años del golpe de Estado cívico-militar que derrocó al gobierno constitucional del expresidente Salvador Allende Gossens. Ocurrió en Chile, un país al sur de Latinoamérica, pero donde los ojos del mundo estaban puestos siguiendo la experiencia de instauración del socialismo por la vía democrática, iniciado en 1970.
En estos cincuenta años nos hemos enfrentado a cara descubierta con el horror más grande que representó la dictadura, con la barbarie, con lo inhumano -o, como dice el sociólogo Manuel Guerrero en su más reciente libro- con la producción de la masacre. Ante esto, casi como un acto de sobrevivencia, seguimos necesitando encontrar algo de vida entre tanta muerte, un resquicio de luz como pequeño y temporal remanso en estas horas aciagas en que el poco apego a la democracia y los discursos negacionistas campean a sus anchas. Así fue como apareció la potencia del nombre encarnada en la figura de Salvador Allende. Porque ese 11 de septiembre de 1973 ni el golpe de Estado, ni la instauración de la dictadura, ni los diecisiete años de atrocidades pudieron borrar esa impronta, esa figura inconmensurable que con su vida y su muerte hace cincuenta años diera al mundo una lección de dignidad y decencia política y moral. Porque un hilo vital se coló y trascendió al gesto insondable del suicidio del expresidente. Esa molécula de vida está encarnada, entre otros, en su nombre y lo que éste representa en las diversas generaciones de personas que fueron siendo nombradas como él con el paso de los años. Así nació un pequeño proyecto denominado “Me llamo Salvador”, a través del cual han testimoniado Salvadores de distintas edades, ocupaciones, contextos y significados asociados al nombre; también madres y padres de niños que todavía en el presente -50 años después- siguen eligiendo este nombre para sus hijos.
En este camino fueron apareciendo diferentes fases de las memorias del nombre asociados a sus respectivos contextos temporales. Así, está la memoria luminosa, la de aquellos niños que nacieron durante la Unidad Popular y recibieron el nombre de Salvador como augurio de un futuro en justicia y dignidad para el pueblo, como Juan Salvador, quien en ese ambiente de efervescencia fue así nombrado en septiembre de 1970: “Mi nombre fue elegido en una asamblea del sindicato de la [Sociedad] Explotadora Tierra del Fuego. En dicha organización mi padre, Armando Miranda, y mi padrino, Jacinto Sánchez, eran dirigentes y se eligió en honor del presidente Salvador Allende”. Al consultarle por la recepción que ha tenido dicho nombre en su entorno añade: “he recibido munchos comentarios positivos y recuerdo a un exmiembro de aquel sindicato que se emocionó cuando me contó la historia”.
Está también la memoria de la resistencia, representada por esos niños que fueron siendo nombrados Salvador a poco de ocurrido el golpe y durante la dictadura, especialmente en sus primeros años, los más masivos y cruentos en cuanto a represión y atropellos a derechos humanos, en cuyo marco había que tener valor para poner ese nombre a un hijo. Así lo recuerda uno de los entrevistados: “Nací en noviembre de 1973. Mis padres decidieron ponerme el nombre Salvador en homenaje al presidente Salvador Allende que había muerto en La Moneda dos meses antes. Fue un acto de valentía para ese entonces, que recién comenzaba la dictadura militar (…) fue la forma de retribuir que encontraron mis padres a la lucha y sacrificio de ese gran hombre”. En una línea muy similar, Emilio Salvador rememora: “Me llamaron Salvador como homenaje al presidente Salvador Allende. Nací cinco años después de golpe de Estado, en medio de la resistencia a la dictadura, y mi nombre, si bien es el segundo, es un acto de rebeldía”.
Según datos oficiales, entre el 12 de septiembre de 1973 y el 11 de septiembre de 1975, 886 niños fueron inscritos como Salvador en Chile, ya fuera como primer o segundo nombre.
Un tercer grupo dio vida a la memoria esperanzada, conformada por aquellos niños que nacieron hacia el fin de la dictadura e inicios de la recuperada democracia. Tal es el caso de un entrevistado nacido en 1987, quien nos cuenta: “mi nombre completo es Salvador André, ambos elegidos como símbolo de resistencia ante la dictadura que estaba terminando. Ambos nombres cargados de memoria histórica. Mi padre, exonerado político, torturado y amigo de Allende; mi madre, de religión cristiana por Jarlan”, aludiendo al sacerdote francés André Jarlan, asesinado en Chile por agentes del Estado en septiembre de 1984. Reconoce que “es un nombre polémico, que ha traído alegrías y dificultades, ya sea en su semántica histórica-religiosa como en su semántica particular histórica-política de este país (…). Para mí significa memoria colectiva, histórica, un gran compromiso (…) una responsabilidad de actuar en consecuencia”.
Según datos oficiales, en total durante la dictadura 4.629 niños fueron inscritos como Salvador en Chile, ya fuera como primer o segundo nombre.
Está también la memoria democrática que reúne a los Salvadores nacidos con posterioridad a 1990. De 1999, uno de ellos relata: “el legado que dejó Salvador Allende fue muy importante. Cuando nací, mi mamá no dudó y me colocó Salvador en su nombre (…). En cierta forma, me identifico bastante con el hombre que fue Salvador Allende. Alguien cercano, empático, preocupado del resto y un líder si es necesario. Para mí, siempre es llevar conmigo una parte importante del pasado nacional”.
Isabel, por su parte, cuenta sobre su hijo Salvador nacido en 2013: “cuando quedamos embarazados siempre supimos que si era hombre le pondríamos Salvador, lo cual fue corroborado cuando tuvimos la ecografía donde nos dijeron su sexo. El nombre Salvador fue de iniciativa de ambos sin mucha conversación explicita sobre su significado. Ambos admiramos mucho a Salvador Allende y de alguna manera el nombre Salvador nos lleva a él (…), para nosotros el nombre Salvador evidentemente tiene una impronta, representa algo importante, que deja un legado”. En 2016 Leo y su pareja deciden también poner Salvador a su hijo, en razón de que “nos motivó mucho saber que llevaría el mismo nombre de un presidente de la República de Chile a quien ambos admiramos. Lo sabíamos y pensábamos antes de que Salva llegara a nuestras vidas. Que nuestro hijo se llame Salvador significa que, aunque pase el tiempo y haya muchas ideas detractoras acerca del nombre e incluso prejuicios, para nosotros es plasmar en nuestro hijo el nombre de alguien que quiso sacar adelante al pueblo chileno y dejar al descubierto que los poderes externos o de clases acomodadas no eran los únicos con derechos en este país”. Junto a ellos, Catalina comenta respecto de su hijo Salvador, nacido en enero de 2019: “para nosotros era un nombre que primeramente 'escogió' nuestro hijo. En segundo término, nos resultaba un nombre que resuena ejemplar, poderoso, noble, templado y que en nuestro país está asociado a una figura que nos dice algo a todas y todos, por lo tanto, no es solo un nombre elegido por bello, sino también porque resuena, nos dice algo”.
Como se advierte, los relatos de los años más recientes pertenecen en su mayoría a madres y padres que quisieron testimoniar en representación de sus hijos a quienes decidieron llamar Salvador. Niños con seis, ocho, o diez años en pleno siglo XXI siguen portando este nombre tan lleno de sentido y significados en honor al expresidente Salvador Allende Gossens.
Para finalizar y sin más palabras, el relato estremecedor de un hombre llamado Salvador Allende, en quien coinciden no solo con el nombre sino también el apellido del expresidente mártir. “Me colocaron Salvador porque nací en febrero del año 74 y el golpe de Estado todavía estaba fresquito en la memoria de los chilenos. Además, yo nací en el hospital de Chimbarongo donde el Registro Civil estaba en el mismo hospital. A mí me colocó el nombre una matrona que se llamaba Eliana y a mi mamá le pidió por favor que me colocara ese nombre y ella le llevaba moras que recolectaba en las dependencias del hospital. Mi nombre es lo más importante porque represento a quien fue parte de la historia de Chile. Comentarios positivos he tenido muchos y uno en particular. Se trata de un empresario de acá de (…). Se llamaba M.F.N. dueño de empresas F., que cuando fui a buscar trabajo me preguntó: '¿qué andas haciendo, cabrito?'. Yo le dije: 'ando buscando trabajo'. Me preguntó: '¿hiciste el servicio militar [la mili]?' Yo le dije: 'no, porque tuve problemas con mi nombre'. Y me pregunta: '¿cuál es tu nombre?'. 'Me llamo Salvador Allende', le dije. No me creía. Le mostré el carné, lo miró y me tomó de la mano como quien toma a su nieto y le dice al administrativo: 'Roni dale pega a este cabro'. Y cuando venía a la empresa preguntaba: '¿cómo se porta mi recomendado?' (…). Soy papá de una niña que tiene 23 años ahora, y en el hospital de Villarrica todos los médicos que entraron al parto, incluido el ginecólogo, querían que le colocara Isabel y con el tiempo a ella le hubiera gustado que le colocara Isabel, siempre me dice que por qué no le hice caso al doctor. No le colocaría Salvador a un hijo, porque lo que yo viví no se lo doy ni a mi peor enemigo. Pero mi hija, si tiene un hijo, me dijo que le colocaría mi nombre”.
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