Opinión
Por un marco más democrático de relaciones laborales
Por Ramón Górriz
Presidente de la Fundación 1º de Mayo
El Primero de Mayo, año tras año, además de recordar a los Mártires de Chicago, y la lucha por las 8 horas, así como la respuesta asesina del capital, no deja de ser el indicador de las reivindicaciones y de los objetivos por los que luchan los trabajadores y trabajadoras del mundo.
Este año los sindicatos vuelven a las calles. La pandemia ha puesto en evidencia que el actual modelo económico, social y político, es un modelo irracional y que no ha hecho sino profundizar la gravedad de la crisis sanitaria, económica, ecológica y social que se padece.
La crisis de la covid-19 afecta a todo el planeta, al sistema económico y geopolítico que ya había comenzado a transformarse antes de la pandemia.
La pandemia está acelerando todas las crisis interconectadas anteriores del capitalismo: sanitaria, ecológica, económica y social.
Después de años de austeridad, de recortes, de privatizaciones, de crecimiento brutal de la desigualdad, la pandemia pone de manifiesto el fracaso de la globalización capitalista neoliberal y la necesidad urgente de otro modelo económico, productivo y medioambiental. De aquí que desde el mundo del trabajo, se rechace esa " nueva normalidad" que pretenden las élites y que solo aspiran a dar una mano verde y digital al actual sistema, que tan grandes beneficios, incluso en tiempos de crisis, les produce.
De aquí que el Primero de Mayo sea un día para que los sindicatos de clase, las auténticas organizaciones de los trabajadores y trabajadoras, pongan el trabajo y la solidaridad en el justo término que les corresponde. Son el motor que desarrolla la sociedad, son insustituibles.
Se necesita otro modelo económico, más social, más ecológico, un modelo económico al servicio de la mayoría de las personas, un modelo que integre la dimensión económica, social, científica, tecnológica y humana; un modelo que apueste por la vida de las personas, que defienda lo público, que evite la destrucción del empleo, la desviación masiva del dinero público a los negocios privados y a los rescates de las grandes empresas y multinacionales; que impida la desigualdad y la precariedad, que inciden gravemente sobre las mujeres, los jóvenes y la triple opresión sobre los inmigrantes; y evite el uso de la tecnología contra las personas.
La "nueva normalidad" que pretenden las élites pone en evidencia las debilidades del actual modelo de crecimiento, el reducido peso de la industria, los recortes y la falta de inversión sufridos por los servicios esenciales como la sanidad, la educación, la dependencia de algunos sectores como el turismo, la hostelería, la restauración, el comercio al por menor, actividades comerciales. En resumen, el nulo cambio de nuestro modelo productivo. Es más de lo mismo.
La radiografía de la estructura del empleo resultante resulta devastadora e inhumana, siendo el resultado de un sistema económico depredador de mano de obra barata y de recursos naturales que sitúa a los trabajadores en una posición de precariedad y debilidad. La desigualdad, y la precariedad tiene rostro de mujer, joven e inmigrante.
Es claro que asistimos a un cambio profundo a nivel mundial, como no se conocía hace décadas, muchas cosas están cambiando para bien o para mal. El cambio va a depender de muchos factores, pero sobre todo dependerá de lo que haga la mayoría social y sus organizaciones, de si son capaces de acumular fuerzas en defensa de una democracia, que defienda el trabajo, la vida y el empleo, de resituar las prioridades de la vida humana, es decir, de generar otra economía al servicio de las personas.
La nueva situación está aquí. La disputa entre la opción capitalista liberal, autoritaria, de democracia vigilada, y la opción de otra sociedad con democracia real y políticas sociales que respondan a los intereses de las personas.
Una sociedad democrática exige un marco democrático de relaciones laborales. Para avanzar hacia una sociedad que acabe con la desigualdad y la precariedad, en principio, exige la derogación de la reforma laboral y el reconocimiento de los derechos de los trabajadores y trabajadoras en los centros de trabajo y en los sectores donde desarrollan la actividad.
Las reformas laborales aprobadas anteriormente por los gobiernos han resultado un instrumento al servicio de las multinacionales y élites empresariales. Sus objetivos desde un principio han sido la degradación de las condiciones de vida, el recorte de las libertades, la devaluación de los salarios, la mayor flexibilidad para el despido, el debilitamiento de la negociación colectiva y de los derechos sindicales, la huida del Derecho del trabajo, y el incremento del poder empresarial.
Hoy España está en condiciones de legislar un marco más democrático que devuelva el equilibrio a las relaciones laborales y que acabe con la concepción autoritaria y dictatorial de considerar a “la empresa como un territorio de exclusiva gestión de los empresarios”, como han sentenciado destacados magistrados y juristas del Derecho del Trabajo.
Este Primero de Mayo es un día para recordar al Gobierno que es urgente abordar un nuevo Estatuto de los Trabajadores, a través de la derogación de las medidas que atentan contra la negociación colectiva para reforzar la cohesión, la igualdad y la justicia social. Sin la derogación de la Reforma Laboral no es posible la reducción de la igualdad y de la precariedad.
El Primero de Mayo es un día internacional, donde no se puede olvidar las millones de personas que siguen reprimidas incluso asesinadas por reclamar mejores condiciones de vida.
El déficit democrático de los organismos supranacionales, la erradicación de los paraísos fiscales, las políticas comerciales incoherentes con los derechos sociales y la eliminación de los Tratados que atentan contra la vida y los derechos de las personas trabajadoras son aspectos centrales de la agenda internacional que no conviene olvidar.
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