Opinión
Los dilemas de la cooperación
Por Pere Vilanova
Cuando fueron por fin liberados los cooperantes catalanes, pareció por un momento que se abriría un debate de fondo sobre la cooperación y sus diversas variables, y sobre todo sus contradicciones. Ignoro si este debate se está produciendo en el seno de las diversas ONG e instituciones gubernamentales (el término debe ser entendido en sentido amplio: gobiernos estatales, autonómicos, municipales, etc.), pero desde luego en el espacio público no, o al menos no a la escala que parecía anunciarse. Pero la reflexión sigue siendo necesaria, aun partiendo de la prudente certeza de que al final no habrá una “fórmula mágica” que permita definir un formato de cooperación que garantice al cien por cien su eficacia, optimice sus recursos y supere sus contradicciones. Además, que tenga no sólo un masivo apoyo de la opinión (esto es sencillo, en general la gente es sensible a las desgracias ajenas y se ha visto con ocasión de diversas catástrofes en los últimos años), sino un apoyo sostenido de las instituciones públicas, y aquí el rendimiento es más desigual.
Para empezar, sería útil repensar las diversas tipologías y clasificación de las ONG existentes. Hay muchas organizaciones en la foto de familia y no todas tienen el grado de transparencia exigible, ni la
misma capacidad de “rendir cuentas” (en el sentido de accountability,
término tan difícil de traducir con exactitud). Existen tres posibles criterios sencillos para que el ciudadano medio pueda guiarse en la maraña de siglas. Ante todo, las Organizaciones No Gubernamentales (ONG), frente a los organismos de cooperación orgánicamente integrados en las diversas administraciones públicas (desde la Unión Europea hasta los departamentos de cooperación internacional de muchos ayuntamientos, pasando por la AECID y organismos autonómicos de vocación análoga). Aquí es necesario introducir una nueva variante, no siempre popular entre muchas ONG: el grado de autonomía/independencia económica en cuanto a la relación entre fondos privados y fondos públicos. Y es un hecho que muy pocas, por cierto, siempre las más profesionales, son realmente independientes gracias a su alta tasa de asociados y de donantes (vean la web de Médicos Sin Fronteras, por ejemplo). La mayoría depende de proyectos, subvenciones, convocatorias públicas de diverso tipo, es decir, de dinero público, lo cual tiene su lógica, pero cuidado, hay un problema subyacente: en muchos casos las instituciones lo que hacen es “externalizar” sus funciones. Es decir, presentar como actividad de cooperación propia una subrogación de la misma. Si además entran criterios ideológicos o políticos en la adjudicación de los fondos, y sucede en muchas latitudes, entonces hay un problema de fondo.
Otro criterio, este basado en una perspectiva más “funcional”, reside en la diferencia entre ONG de cooperación al desarrollo frente a las especializadas en emergencias, ya sean guerras, hambrunas, terremotos o inundaciones. Tienen que tener no sólo estructuras diferentes, sino criterios de reclutamiento distintos, y las segundas requieren en general una gran especialización de su personal, una capacidad de intervención (y despliegue) ágil, etc. Uno de los problemas de fondo es que las primeras deben y pueden preparar proyectos con antelación suficiente, proyectar a largo plazo, planificar sus recursos, mientras que las segundas han de tener un “fondo de reserva” constante (tanto económico como en recursos humanos), pero ello no es fácil de planificar, pues han de hacer frente a situaciones muchas veces súbitas y a escala dramática. No es sencillo.
Un tercer criterio suele pasar más desapercibido, pero tiene su importancia, y casualmente tiene que ver con la distinción religioso/laico. En muchas partes del mundo hay personal religioso muy entregado humanamente, y con mucha experiencia acumulada en sus temas y en su lugar de actividad, pero además hay también ONG que tienen apoyo subyacente de (o vinculación orgánica con) instituciones religiosas. Ello les da un plus de medios, tanto en recursos humanos como –en ocasiones–económicos, pero a la vez compiten con las ONG laicas en la captación de recursos, tanto privados como sobre todo públicos.
A partir de ahí empieza (o continúa) el debate. Profesionalización frente a amateurismo (sea cual sea el impulso generoso del afectado): la tendencia acelerada a escala global es a lo primero, y se invita al público a priorizar sus donaciones en metálico, con compromiso de transparencia y rendimiento de cuentas. Grandes organizaciones frente a pequeñas (¿cómo comparar
ACNUR con una pequeña ONG municipal?); proyectos a largo plazo frente intervenciones puntuales; priorizar lo local (contrata localmente, compra localmente, consume localmente) para acompañar la ayuda de efecto inmediato con la transformación del tejido social a largo plazo, frente al viaje de ida y vuelta.
Pero todo esto es lo sencillo, los problemas de fondo aparecen con los dilemas sobre el terreno: cuándo ir, quedarse o irse, denunciar políticamente o garantizar un silencio presentado como imparcialidad, como condición para seguir actuando. Sólo los años noventa nos han legado más dilemas de los que quepa imaginar. Permitan que recomiende a los lectores dos libros esenciales para este debate: Cuidar el mundo persona a persona, de J. Orbinski (Destino, 2009) y El espejismo humanitario, de J. Raich (Debate, 2004). Ambos autores, muy críticos y autocríticos con el gremio, tienen tres cosas en común: experiencia (llevan 20 años en el tajo), lucidez y siguen en ello. Como dice Orbinski, al final la conclusión es obvia: ante los desastres de este mundo, nadie puede hacerlo todo, pero todo el mundo puede hacer algo…
Pere Vilanova es Catedrático de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona
Ilustración de Mikel Casal
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