Opinión
Diez años después, una indignación diferente
Por Roberto Uriarte Torrealday
Profesor de Derecho constitucional de la UPV
“¡Indignaos!” clamaba un librito publicado en 2010 en Francia por Stephane Hessel, un anciano de 93 años, ex-combatiente de la resistencia francesa durante la ocupación nazi y uno de los redactores de la declaración universal de derechos humanos. Era un alegato dirigido a los jóvenes, a los que exhortaba a indignarse, porque “todo buen ciudadano debe indignarse actualmente porque el mundo va mal, gobernado por unos poderes financieros que lo acaparan todo». Pronto llegó la traducción al español, en cuyo prólogo José Luis Sampedro afirmaba que “hoy se trata de no sucumbir bajo el huracán destructor del consumismo voraz y de la distracción mediática mientras nos aplican los recortes. ¡Indignaos! Sin violencia. Como cantara Raimon contra la dictadura: Digamos NO. Actuad. Para empezar, ¡Indignaos!».
Ese era el contexto en el que se produjo el 15-M y el sustrato cultural del que surgió Podemos. Era también el contexto de Occupy Wall Street, de la primavera árabe, mientras en Europa se aplicaban las medidas disciplinarias del denominado “austericidio”, incluida la imposición a España de una reforma constitucional express, al dictado de los “hombres de negro” de la Unión Europea.
El principal activo de todos aquellos movimientos consistió en unir de forma virtuosa dos elementos que no suelen ir normalmente de la mano: la indignación y la esperanza. La indignación con lo existente, con unas democracias secuestradas por los poderes financieros, se complementaba con una expectativa de que otro mundo era posible; una expectativa que se resumía en la traducción al castellano del eslógan “yes, we can”, “sí se puede”. Fue una combinación virtuosa que tuvo la capacidad de conectar con el “sentido común de época” y de que amplísimas capas de población que tradicionalmente apostaban por opciones electorales más conformistas, hicieran una apuesta más ambiciosa y radical.
¿Qué queda, al cabo de 10 años, de todo aquel sustrato del que surgió Podemos? Stephane Hessel murió, como también murió José Luis Sampedro. El pequeño David griego que era Siryza fue aplastado por el Goliath de Bruselas. Murió el movimiento Occupy Wall Street y murieron las primaveras árabes.
Hoy nos encontramos sin duda en un ciclo político radicalmente diferente al que encumbró a Podemos. Hoy subsiste la indignación, pero es otra indignación, una indignación sin esperanza transformadora. Hoy, a nivel global, son las derechas las que mejor están conectando culturalmente con la indignación. Hoy las derechas están consiguiendo que la indignación no apunte contra la desigualdad, ni responsabilice a los poderes financieros; que no apunte hacia arriba, sino hacia abajo, hacia los eslabones más débiles de la cadena de la explotación del ser humano por el ser humano. Que el malestar social por un mundo injusto se dirija contra otros países y otros colectivos, especialmente contra los extranjeros pobres y contra las conquistas feministas, es decir contra quienes se ven obligados a abandonar sus países huyendo de la miseria y contra quienes luchan por revertir las condiciones estructurales heredadas de miles de años de marginación de las mujeres y revertir, también, una cultura que se resiste a integrar sus saberes y su forma de ver y de estar en el mundo. Los nuevos indignados pueden indignarse con las guerras, pero nunca con quienes se enriquecen del negocio de la guerra. Tampoco les indigna que nos calentemos quemando nuestro planeta. Es, sin duda, otra indignación, aunque nunca faltará quien se gane las lentejas haciendo malabarismos para posicionarse en equidistancias y equiparar los “extremos”.
Decía Camus que es nuestro deber entender el “absurdo” del mundo, pero, en cambio, actuar igual que si creyéramos que el mundo no es absurdo. Hoy, seguramente, es menos tiempo de recolección que de cosecha. Es tiempo de cuidados, de desbrozar, de roturar, de sembrar, de regar, a la espera de que llegue la primavera y de que las semillas sembradas germinen; porque todas las primaveras acaban languideciendo, pero ninguna primavera es la última primavera.
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