Opinión
Cuando se creó el mito de la 'superwoman'
Por Ana I. Bernal Triviño
Hace unos días se estrenó un documental en el que participo, La Liga de los hombres extraordinarios (Movistar), donde en el capítulo dos hablamos del machismo no solo dentro del fútbol sino en la propia sociedad. De cómo en los años 90, tras la Transición, se dibuja una nueva etapa no sólo por aquella Expo 92 o los Juegos Olímpicos de Barcelona, sino también para la mujer, en una mayor incorporación al mercado laboral y mayor libertad. Los datos están ahí. La pregunta hoy, a 2022, es a qué precio ha sido.
Las revistas femeninas potenciaban la imagen de una mujer más independiente a través del trabajo, pero también se alimentaba en los medios (en general) la imagen de la superwoman. Esa imagen no ha sido más que un mito irreal que arrastramos hasta hoy. En esa idea mágica, entronca la romantización de la maternidad, la ausencia de debate de la conciliación, la brecha salarial, la carga psicológica... y no se hablaba de nada de eso. Era el mito de la superwoman que podría con todo: trabajar y seguir llevando las tareas del hogar. Porque en aquella época se vendía el éxito de la nueva mujer pero no se llevaba a la portada qué pasaba con ellos y las tareas domésticas.
Yo tenía, por entonces, ocho o nueve años y solo veía en esas revistas mujeres triunfadoras que asumían las cargas profesionales y personales. Aún hoy seguimos con la misma batalla, con la responsabilidad y el reparto. Porque, como decía Gerda Lerner, "el sexo hace posible que las mujeres tengan hijos. El género es el que asegura que sean ellas las que tengan que cuidarlos". Y por tanto, género era también que ellos se libraran en mayor medida de esto último y de las tareas domésticas. Es decir, no hay nada biológico en cuidar, porque ellos también son seres funcionales y sin ninguna tara para asumir sus responsabilidades.
Eso sí. Hay algo importante que hay que subrayar y es que en ese mito que aún arrastramos, hubo machismo pero también una categoría de clase tremenda entre las propias mujeres, a veces solo por una cuestión de diez años de diferencia, pero esenciales para que una sí pudiera estudiar y otra no. En los 90 aparecía la "mujer moderna" pero había ( y hay aún) dos realidades paralelas: unas que sí dan el salto, y otras que no por no haber podido estudiar cuando una boda las frenó, por no poder pagar otra mujer que cuidara de la casa y los hijos, otras por estar casadas o solo por tener miedo de plantear la conversación de querer trabajar a sus maridos, ya no podían cumplir no solo el sueño de trabajar, sino que se vieron privadas de su propio desarrollo personal.
Yo lo escuchaba de pequeña en el patio de las vecinas: las que decían que María se había apuntado a clases de conducir, la que decía que esa noche le "pediría permiso" al marido para trabajar porque era un desafío aquella idea, la que tenía dinero propio para ir al dentista o pagarse unas gafas rotas sin consultar, la que tenía aún que pedirlo al marido… y otras, decían que con cincuenta años ellas ya no podían trabajar, u otras tenían ya la autoestima anulada por falta de educación y porque, como nadie las valoró en su vida, veían cómo otras progresaban y ellas no. Los 90 fue la época de la mujer dicen pero, como casi siempre (y aún hoy), de unas sobre otras. De ahí las madres que se han dejado el aliento en decirnos: no seas como yo, tú estudia y no dependas de nadie. Y eso se nos quedó grabado a fuego para siempre. Nos advirtieron del punto de partida y de que habría que pelear.
Llevamos décadas con el mismo discurso y es ahora cuando hablamos de que no somos superwoman ni nunca quisimos serlo, sino que eso era el mito que nos colaron para que no nos quejáramos, que la maternidad tiene sus colas buenas pero que las malas no hay que dulcificarlas, y que la conciliación real sigue siendo una quimera. En un reconocimiento de memoria hay que ser conscientes de que tras aquel discurso triunfalista de los 90, algunas pagaron un precio muy alto para que otras, con otras oportunidades, pudieran avanzar. No tenemos que cumplir expectativas ficticias. No pedimos que nos respeten por ser superwoman sino por ser mujeres.
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