Opinión
Caminando juntas contra las violencias machistas
Por Silvia Nanclares
-Actualizado a
El sábado 23 por la noche –mientras se ultimaban muchas de las acciones que han recorrido este #25N las calles de muchos barrios, pueblos y ciudades–, María, de 46 años, era asesinada en su casa, en su pueblo, Estepa (Sevilla), por su marido, delante de su hijo de once años. En su casa, en su pueblo, por su marido, delante de su hijo de once años. Lo repito como una cantinela inverosímil pero que se repite una y otra vez, y no por cumplirse como un maleficio deja de ser más escalofriante. No por recurrente deja de evidenciar lo empapado de violencias machistas que tiene que estar el corazón de nuestra sociedad para que en su corolario, en lo que se conoce como punta del iceberg de la violencia machista, se reproduzcan una y mil veces estas insidiosas circunstancias. Todo tipo de mujeres siendo asesinadas por quien teóricamente tendría que ser compañero de vida, en un también presunto espacio de seguridad, en una calle céntrica de una comunidad, y dañando de paso de por vida la de los hijos. La prolongación de la violencia machista que toma cuerpo en el escenario de la violencia vicaria, las infancias como desdoblamiento de la misoginia más feroz, es una derivada especialmente dolorosa que cada vez identificamos con más claridad. Violencias que permanecen retumbando tras la muerte de las propias víctimas o amplificadas junto a las sufridas por ellas. O la infame prebenda de tener hasta la última palabra del asesino machista que se suicida. Observada la punta del iceberg de cerca, lo intolerable es que 2024 llevemos cuarenta y dos víctimas como María y no revienten hasta los cimientos sociales. Esa permanencia incólume de la violencia es la certeza –la última violencia es la naturalización de la misma– de que algo anda carcomido en la base de nuestra estructura social. Por no hablar del lujo de la negación, que por tener cuerpo, tiene hasta escaños en el Congreso, las Diputaciones y las Asambleas municipales.
Como en Orihuela (“tu pueblo y el mío…”). Porque solo veinticuatro horas después del asesinato de María, el domingo 24, plena víspera del #25N –a la misma hora en que muchas volvíamos de haber pasado la jornada en concentraciones, comidas populares, lecturas de manifiestos–, una adolescente de 15 años era encontrada por su hermano malherida de arma blanca. No se le pudo salvar la vida. Media hora después se detenía a su ex pareja, de 17, como presunto autor del crimen. Ayer tarde tuvo lugar una concentración en la puerta del consistorio de Orihuela (Alicante) a la que no acudieron los representantes de VOX, los mismos que gobiernan en esta localidad junto al PP. En el corazón de la bestia también hay cómplices necesarios que se convierten inmediatamente en revictimizadores, en segundos victimarios. Eso sí que es la (doble) muerte social. El remate. Dicen los estudios que fuera de las grandes ciudades es más difícil denunciar debido a la presión social que se da en las comunidades de menor tamaño. También dice el lema de la Comisión estatal 8M, replicado en un montón de grandes y pequeños territorios, y haciéndole un abrazo callejero y organizado a Giséle: Juntas el miedo cambia de bando. Juntas, caminamos ayer tarde por María y por la adolescente de Orihuela. Y por todas nosotras, juntas, para que la vergüenza y el miedo cambien de bando.
Porque frente a la certeza paralizante de esa carcoma social, de esa dañina falta de reconocimiento, está la viveza de la resistencia de la lucha feminista. Su capacidad para estar alerta ante la capilaridad de las violencias dentro del sistema patriarcal, y nombrarlas: desde la militarización y complicidad de Europa frente al genocidio en Gaza a manos del ejército israelí y donde, según la ONU, el 70% de las víctimas son mujeres y niños; hasta la violencia racista institucional que niega el padrón a nuestras vecinas o la violencia habitacional que golpea con más fuerza a las mujeres empobrecidas y a las madres solas. Y en este punto, el hecho de que haya dos manifestaciones no me parece ni mucho menos lo más reseñable ni lo más preocupante. Solo tienes que haberte acercado a cualquiera de los actos inclusivos, donde cabemos todas las mujeres, de denuncia contra las violencias machistas de ayer #25N para encontrar miles de hilos comunes de los que tirar para contribuir a su eliminación, para empezar a ponerle el montón de cascabeles al gato que pelea panza arriba para no permitir que cambie ese estado de cosas. Este estado de muerte. Porque siendo mujeres, hay muchas maneras de ser devoradas dentro del patriarcado. De morir, Y muchas también de vivir. Y sobrevivir. Habitando, como decía Audre Lorde, la casa de la diferencia que puede ser la lucha feminista.
Se escuchan, como todos los #25N, ecos de una renovación del Pacto de Estado, de una revisión de la Ley Integral. Yo propongo que en esa revisión se recoja una ampliación de la obligatoria mención al 016 –por cierto, mención de apoyo a las compañeras en huelga de la Red de Violencia de Género del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid y de los Espacios de Igualdad, porque si precarizan la atención, la atención será también precaria–. Junto a la obligatoria mención a los recursos institucionales de denuncia se lanzaría un busca a las mujeres de tu barrio, no estás sola, anímate, da un paso, un paso pequeño. No un paso quizá tan grande y de golpe como el de denunciar. Denunciar es un paso grande. Hablar a veces también lo es. Sobre todo hablar con la familia, no en vano nombrar la violencia machista en una casa dinamita siempre el seno de las lealtades familiares. Pero quizá puedas dar un paso chiquitito, salir de casa y unirte a cualquier acción cercana. Como la del próximo día 30 en el Museo Reina Sofía, donde se presenta el el proceso de trabajo de Territorio Domestico y Kellys Madrid por el reconocimiento de las enfermedades profesionales y la protección de la salud de las trabajadoras de hogar, cuidados, limpieza y camareras de piso, y del calendario Sin nosotras no se mueve el mundo, al cual pertenece la fotografía que ilustra esta columna. Pásate a verlas, a escuchar, a buscar ecos, espejos o rimas de tus vivencias, a ser aliada. O a hacerte con aliadas. Estamos caminando juntas. En la calle, en el barrio, en tu pueblo o tu ciudad. Haciendo ruido, impidiendo que las múltiples violencias se naturalicen, señalando la carcoma de las vigas. Y lo vamos a seguir haciendo. Disculpen las molestias, pero nos siguen asesinando.
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