Opinión
Bienvenido, Millán
Por Enrique Aparicio
-Actualizado a
Millán Salcedo ha salido del armario y ha vuelto al escenario. El cómico manchego protagoniza un híbrido entre anecdotario y entrevista en el Teatro Infanta Isabel de Madrid bajo el nombre de Preguntamelón, en cuya función dejó claras sus intenciones: más de 30 años después de proclamarse "Maricón de España" en un sketch, Salcedo se denominó como tal sin máscaras de por medio.
Mi novio y yo estábamos allí y nos miramos con arrobo. En nuestras primeras citas, uno de los aspectos que nos unió fue la admiración compartida por el humorista y nuestro conocimiento enciclopédico sobre su obra y milagros. No es que pillara a nadie por sorpresa, pero el reconocimiento público de su identidad sexoafectiva nos hizo alegrarnos por él y por estar siendo testigos de tan significativo momento.
En las memorias que publicó en 2003, En mis 13, Salcedo dejaba en el aire ese aspecto de su vida, alegando lo que tantas veces se oía por entonces: que pertenecía a su ámbito privado y que solo le importaba a él. Fue catártico presenciar a un hombre a punto de cumplir 70 años sentirse libre por fin para compartir anécdotas eróticas y hasta celebrar su éxito en las aplicaciones de ligar para bears.
Cuando se abrió el turno de preguntas, no pude por menos que compartir con Salcedo y con los presentes la alegría que para muchos de nosotros supone escucharle hablar abiertamente de su homosexualidad. Llevado por la emoción y por la costumbre, concluí la soflama con un sonoro "¡bienvenida, hija!". El público aplaudió, pero el cómico torció el gesto. Al instante, explicó que salir del armario no iba a hacer que empezara a hablar en femenino ni que se envolviera en "ninguna bandera" ni que se pusiera una "bata de cola".
Se me subieron todos los colores. Tierra, trágame. Que mi satisfacción por su paso adelante se transformase en un momento incómodo era la última de mis intenciones. Me marché del teatro con un sabor amargo en la boca y sin entender del todo lo que había pasado. En cualquier caso, aprovecho esta columna para enmendarme: bienvenido, Millán.
Ese mismo día nos habíamos enterado de que el PSOE decidía no incluir las siglas Q+ en su enunciación del colectivo LGTBIQ+, y que se sumaba a la continuada campaña de acoso contra las mujeres trans, hasta el punto de recoger en su ideario la expresión "sexo biológico", que retrotrae a los tiempos en los que Martes y Trece aún firmaban el especial fin de año.
La supuesta victoria del feminismo clásico –como si invisibilizar identidades y dejar mujeres fuera hubiera sido feminista alguna vez– en el seno de un partido que se piensa progresista y el momento que viví en el teatro tienen algo en común. En ambos casos, personas que sobre el papel avanzan en una misma dirección se miran con recelo al ser reveladas diferencias en su manera de entender ese camino. En ambos casos, el análisis sobre el discurso parece desactivar una alianza natural. La diferencia notable es que Millán Salcedo hace humor, y el PSOE gobierna España.
La pretendida división del partido socialista –solo 218 de los 1.101 delegados y delegadas votaron por la restricción de siglas– llega en un momento en que las tesis tránsfobas y antiqueer han infectado ideologías más allá de la derecha y la ultraderecha. Y, de algún modo, siempre hay un aroma a conflicto generacional con personas cuyos postulados eran modernos hace cuarenta años y ahora opinan que el feminismo o el colectivo LGTBIQ+ han llegado demasiado lejos.
En el centro del debate, las vidas trans y queer son instrumentalizadas y retorcidas para asustar a una sociedad que ha pasado de aceptar con naturalidad que los derechos fueran aumentando –recordemos cómo en 2007 hasta el PP votaba a favor de la ley trans de entonces– a ser cebada por debates interesados que desvían el foco de lo importante para generar confusión. Un gran ejemplo es la presencia de mujeres trans en el deporte: en la alta competición apenas existe, pero poner el foco sobre ello radicaliza posturas y complica la vida de personas de a pie que, en los clubes de base, han vivido hasta ahora incluidas.
Me gustaría ponerme en la cabeza de esas personas que sienten cómo la ampliación y evolución de las ideas por las que lucharon les resultan ahora amenazadoras. Quiero entender por qué feministas históricas han desarrollado un odio rampante hacia otras mujeres tan oprimidas por el patriarcado como la que más, o cómo algunos gays que han vivido en el armario prefieren alejarse de la bandera que les permitió salir de él.
Sé que el miedo al cambio es humano y que casi siempre se acrecienta con los años. También sé que no tengo derecho a exigirle a nadie que comulgue conmigo, y menos a quien ha transitado un camino vital más largo y penoso que el que me ha tocado a mí. Pero qué agradecido es escuchar a gente mayor que celebra esos avances, qué felicidad la de contemplar cómo una Maruja Torres o un Pedro Almodóvar siguen mojándose y aprovechando su altavoz para intervenir en el debate público desde la bienvenida a las nuevas realidades.
Las vidas trans y queer no van a desaparecer por la desconfianza del PSOE; se han enfrentado a enemigos mayores. Pero, aunque se quede en un guiño a la parte más conservadora del partido, no deja de ser doloroso cómo hay quien prefiere defender su territorio dando zarpazos a quien tiene al lado en vez de a quien tiene en frente.
Deseo de todo corazón que Millán Salcedo viva y se exprese libremente de aquí en adelante, y en el género que le dé la gana, claro que sí. Él hace chistes, no política. A esas supuestas feministas del PSOE, que han decidido establecer como su principal enemigo a un colectivo tan históricamente maltratado como las propias mujeres, les deseo un poco de memoria: la justa para recordar dónde estaba el feminismo en el devenir de la historia cuando alguien gritaba desde un estrado que las libertades y los derechos habían llegado demasiado lejos.
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