Opinión
Así nace el fascismo
Por Nere Basabe
Tras la indignación, llega la indiferencia. En las pasadas elecciones regionales en Francia, dos de cada tres franceses renunciaron a su derecho al voto y se quedaron en casa, en una tónica absentista que empieza a generalizarse en toda Europa. Durkheim, padre de la sociología, definía la anomia como una falta de valores tanto individual como colectiva, cuando la sociedad falla a la hora de ofrecer medios para la integración y el alcance de metas (personales o colectivas) a sus componentes. Porque de las cenizas de la indignación no sólo nace la indiferencia, también surgen más (y peores) cosas.
Dos técnicos de emergencias del servicio de salud vasco fueron atacados con insultos, empujones y patadas el pasado fin de semana en el Casco Viejo de Vitoria-Gazteiz cuando acudían en su ambulancia a auxiliar a un joven que, estando de fiesta, se encontró indispuesto. Los ataques al personal sanitario se han disparado más de un 30% este último año, ese Año de la Pandemia. Los sindicatos exigen ahora escolta policial para las ambulancias.
La misma noche del sábado, en A Coruña, un joven de 24 años que estaba atendiendo la videollamada de una amiga en la puerta de un bar fue pateado, arrastrado y perseguido durante más de 150 metros y golpeado hasta la muerte al grito de “te vamos a matar, maricón”, por una decena de personas. En el linchamiento algunos golpearon y patearon, otros se limitaron a jalear y hubo quien aprovechó para robarle el móvil al cuerpo que yacía en el suelo. La víctima se llamaba Samuel y era auxiliar de enfermería.
La policía ha descrito a sus atacantes, algunos de los cuales ya han sido detenidos y entre los que se encuentran al menos un par de menores de edad, como una “jauría humana”. Pero ciertos de nuestros políticos se niegan a ver en estos hechos ningún odio, y señalan a los “chiringuitos” y al “lobby gay” por el aumento de agresiones homófobas en nuestro país: los delitos de odio crecieron un 40% desde 2013. Nota aclaratoria: una organización social es calificada por la derecha como lobby o chiringuito solo si su fin es la defensa de los derechos humanos de los más vulnerables. La Fundación del Toro de Lidia o la Fundación Francisco Franco no son chiringuitos ni lobbies.
Hace tres meses, un hombre marroquí de 34 años, Issam Hadour, vecino de la localidad alavesa de Oyón y repartidor de comida a domicilio en bicicleta, fue atacado en circunstancias similares por otra “jauría humana” en Logroño: lo patearon y golpearon hasta dejarlo inconsciente en el suelo. Después regresaron para robarle el móvil y la cazadora de plumas, y siguieron con la paliza hasta rematarlo. También había un par de menores entre los atacantes. Su cuerpo lo encontró por la mañana un hombre que paseaba a su perro. En aquella ocasión, las autoridades, sorprendidas por “el grado de violencia gratuita” de los hechos, tampoco vieron en ella ningún delito de odio: la víctima fue “elegida al azar”, y el detonante fue que el inmigrante se negó a darles un cigarrillo.
La Jauría humana es una película de 1966 dirigida por Arthur Penn en la que retrata otra febril noche de sábado violento en un pequeño pueblo texano. Un joven Robert Redford, exconvicto injustamente condenado, regresa a su localidad natal, y allí no es bien recibido por sus vecinos. En el calor de esa noche, envalentonados por el alcohol, sus rencores, envidias y miserias personales, y en un magnífico retrato de la degradación humana, medio pueblo emprende la persecución y caza del joven como si de una diversión más se tratara, pese a los intentos por evitar el linchamiento y hacer cumplir la ley de un íntegro sheriff interpretado por Marlon Brando, que también es objeto de una brutal paliza conciudadana.
La Haine, El Odio, es otra película de Mathieu Kassovitz estrenada en 1995, que sigue con la cámara 24 horas en la vida de tres jóvenes de banlieu, suburbios marginales casi convertidos en guetos: un judío, un árabe y un negro que son testigos de una brutal paliza policial a un adolescente. La guerra y los disturbios estallan en el barrio, pero no está claro de qué lado está el odio: de los que queman coches y atacan galerías de arte, del que se hace con una pistola de la policía pero es finalmente incapaz de dispararla contra un neonazi, de las reyertas entre bandas y el rencor de los desheredados sin futuro, o acaso de un estado policial impune y una sociedad que, alejada de esos barrios “peligrosos”, mira para otro lado. Sin duda tuvo un gran acierto Amenábar cuando tituló a su película más terrorífica Los Otros, y nos demostró que a menudo dan más miedo los vivos que los muertos.
Esta semana, la revista satírica El Jueves publicó unas gruesas caricaturas humorísticas sobre los líderes del partido Vox, que en vez de echar mano del Estado de Derecho y denunciar al semanario por atentado al honor y la dignidad, por ejemplo, prefirió el señalamiento público del editor de la revista, incluida la publicación de su imagen, su nombre completo y la dirección de su domicilio laboral para que sus seguidores (“millones de españoles” ofendidos) le pidan explicaciones “en la calle”.
Y resulta extraño que no hayan acudido a los juzgados, esos que precisamente no han visto delito de odio en el cartel electoral del partido de ultraderecha que acusaba a los menores migrantes no acompañados poco menos que de quedarse con la pensión de tu abuela. Recientemente el diario ABC publicaba el número de estos MENAS tutelados por la Consejería de Políticas Sociales de Madrid, que ha caído a mínimos históricos: un 7,2% del total, que suponen 269 niños señalados como culpables por una formación política y en el que un juez no ha visto nada malo. Teniendo en cuenta las dimensiones del cartel, habrían cabido los nombres y apellidos de esos dos centenares de niños, y tal vez otro juez habría igualmente dictado que todo está en orden.
Así nace el fascismo es el último verso de un poema de Cristina Peri Rossi sobre el famoso cuadro La lección de Guitarra (1934) de Balthus, nuevamente objeto de polémica hace unos años a cuenta de una exposición retrospectiva, por su manera de retratar niñas impúberes en actitudes sexuales indolentes. Y aunque entonces nuestros intelectuales de más prestigio salieron en tromba en defensa de la libertad artística contra la censura moral, Albert Camus ya supo ver en 1949, cuando le pidieron que escribiera para el catálogo de una de sus primeras exhibiciones, cuál era el “problema” de aquellos cuadros: el retrato de unas víctimas sin crimen, sin sangre, que no muestran huella de sus asesinos; unas “degolladas decentes”, como las calificó el filósofo, que no sacuden nuestras conciencias, mientras hasta el salón de música se convierte en campo de concentración o ergástula (Peri Rossi), frente a nuestra indiferencia. Y así es como nace el fascismo.
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