Opinión
El ángel del hogar con una camiseta morada
Por Laura Berja
Portavoz de Igualdad en el Congreso por el Grupo Parlamentario Socialista
El día 22 de febrero es el día Europeo de la igualdad salarial. En esta efeméride denunciamos la llamada brecha salarial entre mujeres y hombres. Este dato manifiesta dos realidades dramáticas y relacionadas entre sí: la desigualdad estructural en las condiciones de trabajo de las trabajadoras con respecto a los trabajadores y una desagregación ocupacional que nos mandata a las mujeres a ocupar los trabajos menos reconocidos social, laboral y económicamente.
El mercado laboral está atravesado por la división sexual del trabajo. Tengo que decir que a veces me sorprende cómo hemos podido dejar de hablar de cuestiones estructurales para resumirlo todo en “los cuidados”. La división sexual del trabajo se explica desde la prehistoria y se asienta fundamentalmente en el reparto diferenciado de quehaceres tras el paso de las sociedades nómadas a las sedentarias. Las mujeres tradicionalmente nos hemos visto relegadas a las tareas vinculadas al ámbito reproductivo y doméstico y los varones han asumido todas aquellas asociadas a lo llamado productivo y público.
Este recorrido de diferenciación con atribuciones de valor muy desiguales en favor de los varones y la aún insuficiente intervención en el mercado de trabajo para hacerlo más igualitario entre mujeres y hombres, explica los datos de brechas que nos arrojan los informes.
Los datos nos dicen que existen sectores laborales feminizados y masculinizados y que la presencia de mujeres es mayor cuando las condiciones laborales son más precarias (mayor temporalidad, bajos salarios y parcialidad). Según el informe recién publicado por CCOO, Igualdad Salarial Ya, Por la igualdad real, contra la brecha salarial, “La jornada parcial explica la mitad de la brecha salarial de género. La jornada a tiempo parcial es algo coyuntural en los hombres, principalmente en los primeros años de su vida laboral a la vez que se ha convertido en un componente estructural para las mujeres. El 75% de las personas asalariadas que trabajan a tiempo parcial son mujeres”.
Igualmente, este informe nos dice que los complementos salariales explican casi el 40% (39,4%) de la brecha mensual en la nómina entre mujeres y hombres. A este respecto el informe explica que “en unos casos se trata de complementos otorgados con criterios discrecionales sobre todo en los puestos directivos y que benefician menos a las mujeres” y que “en otros casos retribuyen aspectos “masculinizados” del trabajo, como el esfuerzo físico, la penosidad, la nocturnidad o la disponibilidad horaria”.
Es importante a la hora de analizar la brecha salarial, la penalización que produce en la carrera profesional de las mujeres la maternidad porque este hecho incide en muchas de las causas de peores condiciones laborales para las mujeres. El informe citado anteriormente dice al respecto que "en las mujeres que no tienen hijas e hijos la tasa de empleo llega al 70%, y va decreciendo según aumenta el número de menores.” Y pone como ejemplo de esta penalización que “tras el primer año de maternidad el salario femenino se recorta un 11% mientras que el de los hombres no sufre cambios”.
Desarticular un sistema dividido sexualmente y sostenido sistemáticamente durante miles de años no es tarea sencilla. El feminismo ha puesto luz durante siglos sobre esta cuestión, y desde la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Pekín en 1995 tenemos la “perspectiva de género” como herramienta para señalar dónde el patriarcado nos impone sus directrices.
Sin embargo, últimamente todo se ha vuelto confuso. Decía Kate Millet que “el amor es el opio de las mujeres. Mientras nosotras amábamos, los hombres gobernaban”. Compañeras, creo que seguimos drogadas. Cambiar expresiones como ámbito reproductivo o doméstico por cuidados obedece a una especie de estrategia velada para romantizar de nuevo lo que siempre nos ha esclavizado. Escucho a compañeras feministas aludir a los cuidados de una manera casi entrañable e incluso a líderes de la izquierda decir que el feminismo es cuidar, y en sus palabras yo no veo otra cosa que más opio. Hacía mucho tiempo que no escuchaba idealizar la maternidad como lo escucho ahora y describir convencionalismos machistas como si de un hecho moderno se tratara.
Durante décadas las feministas quisimos denunciar que estábamos hartas de cuidar, hartas de cargas familiares y hartas de ser las primeras que salen del mercado de trabajo y de los sacrificios. Hoy hay quien se envuelve en una bandera feminista pidiendo más permisos para que las mujeres puedan cuidar e incluso quedarse en casa. Hoy veo el ángel del hogar con una camiseta morada.
Las feministas de la igualdad sabemos que el aparente caramelo de la libertad esconde no en pocas ocasiones un sabor amargo para las mujeres. Lo llamamos el mito de la libre elección y lo hemos estudiado en profundidad para descubrir aquellas prácticas que tienen poco de liberadoras para las mujeres y mucho de perpetuadoras de la desigualdad. ¿Qué tiene de libre para las mujeres cogerte “libremente” la opción de teletrabajo para trabajar en casa cuidando a la vez a tus hijos, mientras tu marido está en la empresa 8 horas trabajándose el ascenso, sin niños pidiéndole la comida y la comida todavía sin hacer?
El reto que tenemos por delante es inmenso. Por un lado, hacer política laboral feminista y por otro evitar las trampas que perpetúan la desigualdad. La subida del salario mínimo interprofesional reduce la brecha salarial entre mujeres y hombres, los permisos de paternidad y maternidad también. Pero para tener mayor incidencia con la política pública es imprescindible que los varones asuman su parte, la renuncia de los privilegios y asumir el 50% de las tareas domésticas y del cuidado de cargas familiares. Los cuidados no en el centro, si no en las manos de los varones y de lo público.
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