Opinión
Ana Orantes es un 4 de diciembre
Por Soledad Castillero Quesada
Antrop?loga Social. Investigadora Centro de Estudios Sociales Universidad de Coimbra.
-Actualizado a
Con permiso, buenas tardes….Vengo pa que me detengan. Que cansá voy a sentarme, pues verán voy a contarle la historia, de un sinvergüenza.
Así comienza el pasodoble de la comparsa Los Piratas de Antonio Martínez Ares, en la final del Falla en 1998. Versionado por Vanesa Martín o Mariceli Ramírez. Este pasodoble se compuso un año después de que la granaína Ana Orantes Ruiz fuese asesinada en Cúllar Vega por su exmarido. Fue un 17 de diciembre, 13 días después de aquel 4 de diciembre en el que Ana ocupase el espacio público para denunciar los malos tratos sufridos por su exmarido, José Parejo, hacia ella y su familia. El lugar elegido fue el programa De Tarde en Tarde, en Canal Sur, presentado por Irma Soriano, la misma que anunció su asesinato, conmocionando a la sociedad en general y a una generación en particular. Aquella a la que yo, que entonces tenía 10 años, escuchaba decir por calles y salitas de estar de forma entrecortada: “¿Para qué lo cuenta? ¿Por qué lo contaría?”. Y no necesariamente la estaban culpando, no. Es que ni imaginaban la idea de poder denunciar públicamente porque lo que visualizaban eran los riesgos, sin ninguna ventaja.
Los noventa no son iguales para todas las mujeres. No. Hemos transitado la errónea idea del “no te calles, denuncia”. Sin contextualizar primero qué supone ser una mujer andaluza, qué supone ser una mujer andaluza y ceceante, qué supone ser una mujer andaluza de un barrio periférico, de un pueblo, qué supone ser una mujer andaluza de una aldea, de una pedanía, al cargo de una familia extensa, sin trabajo remunerado, sin una segunda vivienda, sin acceso a un alquiler, sin vehículo, sin red de apoyo. No contextualizar todo esto es errar en soluciones que no son accesibles para un elevado porcentaje de mujeres. Y una de ellas fue Ana Orantes. Una voz coral que llega hasta este 4 de diciembre de 2024.
60 años, cuarenta de maltrato y once hijos
Cuando escuchamos a Ana Orantes, ya tenía 60 años y once hijos, tres de los cuales fallecieron, más un aborto por una paliza. De los 60 años, cuarenta fueron de malos tratos. Nació en Granada y vivió en Haza Grande, barrio contiguo al Albayzín, y en una serie de pueblos granadinos como El Fargue o Cúllar Vega, porque la estrategia era que nunca tuviese a gente conocida cerca. Pasó a ocupar el puesto de la criada de sus suegros al irse a vivir a la casa de ellos, obligada a llamarlos papá y mamá.
Todas las historias tienen un inicio. El de Ana comenzó en la Alhambra, pero lejos de ser un punto de partida idílico, fue un chantaje emocional a partir de la cuestión de la honra, de la moralidad. Algo cuestionado hasta la saciedad en las mujeres, a quienes moralmente se las ha juzgado por su sexualidad. Hoy en Tik Tok esto se llama body count 0 o chica de kilómetro 0. Esta expresión se utiliza para saber el número de personas con las que una mujer se ha acostado, dándole un valor superior a las chicas que o no han tenido relaciones previas o son muy escasas. Hay cientos de vídeos hablando sobre este contenido, aplaudidos y permitidos. Hace 67 años, a Ana Orantes este body count 0 la marcaría de por vida:
“Me acuerdo muy bien que era un 7 de octubre, el día de mi madre, pobretica, que si me está viendo le pido perdón porque aquel día salimos a pasear y me dijo: ‘Ana, no tardes y cenáis los dos en la casa (mi novio y yo)’. Yo tenía que estar a las 21.00 h en mi casa. Entonces digo: ‘no, mamá, no vamos a tardar’. Nos vamos a la Alhambra a tomarnos un refresco y me dice en la Alhambra tomándonos el refresco: ‘Mira, mi padre y mi madre (yo no los conocía porque eran personas diferentes a mí, muy rectas, muy finas y yo era la hija de un albañil) […]’. Pues aquel día me dice: ‘Mira, yo le he dicho a mi padre, a mi padre y a mis amigos -y perdón por la palabra- que tú ya estás perdía, que tú ya estás así. Si te quieres venir, te vienes, y si no, yo voy a levantar la voz de que tú estás así. No se te va a acercar ningún hombre más’” (Ana Orantes, De Tarde en Tarde, 1997).
Tenía 19 años y llevaba 3 meses de relación. La presión, la moralidad, la comunidad, forjó cientos de matrimonios gracias al estigma de lo que es una buena o una mala mujer. En la actualidad, según datos de UNICEF, una de cada cinco niñas en el mundo se casa antes de cumplir los 15 años. Así, se estima que más de 700 millones de las mujeres que hoy están casadas a nivel mundial contrajeron matrimonio siendo unas niñas. Matrimonios que no fueron elegidos, ni contaron con la agencia de las protagonistas. Lo de Ana no fue un matrimonio elegido, ni hubo poder de agencia. Fue porque fue. En palabras de Orantes:
“Yo […] te lo digo de verdad, yo no lo he querío nunca. No lo he querío nunca. No puedo decir que he estao con mi marío porque lo he querío. Yo le tenía pánico, le tenía miedo, le tenía horror. Yo de pensar que eran las nueve de la noche y no había venido de trabajar -que salía a las seis-, yo me tenías temblando como una niña chica” (Ana Orantes, De Tarde en Tarde, 1997).
Andaluza, tierna y pobre
Cuando contaba esto, Orantes llevaba un año separada. Estaba guapísima. Se había hecho las uñas y llevaba un traje de chaqueta color caldera. Tenía el pelo de peluquería. Y miraba a una cámara. Era Ana Orantes. No era solo la madre, ni la esposa, ni la mujer maltratada pese a estar contándolo. Era Ana Orantes. Se contaba a ella en pasado. Ana Orantes hablaba de Ana Orantes porque podía hacer ese viaje de vuelta. Podía hablar no solo por tener el altavoz televisivo, sino porque había tomado conciencia de que ahora era posible:
“Yo no podía hablar porque yo no sabía hablar, porque yo era una analfabeta, porque yo era un bulto, porque yo no valía un duro. Así han sido 40 años. En la cuarentena yo no veía nada, ya la barriga parriba, porque él venía borracho y me daba una paliza, ya tenía los palos encima” (Ana Orantes, De Tarde en Tarde, 1997).
El relato de Ana Orantes no solo impactó por lo que contó, sino por quien lo contó. Una mujer andaluza, de 60 años de la época, sin estudios, con once hijos, con el estigma de la maltratada y el de la mala esposa. Que despertaba más ternura que rabia. Porque aunque los silencios se cortaban y se siguen cortando al ver su relato, sigue viéndose desde un prisma de ternura. Pues no representa la hegemonía de esa mujer con un discurso empoderante, esbelta, alta y saludable. Esto provocó por un lado una mayor credibilidad y a su vez una sorpresa, porque a mujeres como a Ana no se las esperaba.
Ana denunció en un país donde no existían políticas públicas contra la violencia de género. Lo cual no quiere decir que no hubiese víctimas por violencia de género. Cuando Ana Orantes fue asesinada, ya eran sesenta las asesinadas.
Denuncias, culpa y pena
Quizás hoy se le hubiese echado en cara que por qué no denunció antes de ir a un programa de televisión, que eran las redes sociales de la época. Sin embargo, Ana Orantes ya había denunciado, y no solo eso, sino que la denuncia la expuso aún más. Lo había denunciado antes de ir a televisión y después. La primera vez en 1986, después de que José Parejo le prendiese fuego a sus pertenencias, ropa, recuerdos. Ella se fue a Albacete a la casa de una de sus hijas y ahí comenzó a tramitar la separación. Ya había prendido fuego a sus cosas de valor en 1984. Y es que Parejo quemó a Orantes física y simbólicamente. En la agricultura, el fuego se usó para eliminar la cobertura vegetal de una cosecha previa o para el control de diferentes plagas. Así parecía que actuaba Parejo, pues al no soportar su total existencia, tenía que hacer desaparecer una parte de ella.
La primera vez que solicitó la separación, el juez se la denegó. Como relató ella misma, el juez alegó que no podía ver a un hombre tan grande llorar, que le daba lástima. La misma lástima que sintió Ana cuando, tras la primera bofetada que recibió de Parejo, el padre de este le dio dos bofetadas más para que no lo volviera hacer. Ella terminó disculpándose con Parejo porque sentía culpa de que su padre le pegase y él le respondió escupiéndola en la cara. Esta lástima acompañó también a dos de los hijos de Ana Orantes, que dejaron de hablarle tras separarse. Y esta lástima o culpa, porque aquí no hay una línea divisoria entre ambos sentimientos, acompañó siempre a Orantes, al descubrir episodios que Parejo hacía con sus hijas y al sentir que no siempre pudo protegerlas como le hubiese gustado. Esto tiene que ver con la romantización de la figura de la madre y de la esposa ideal. Esa que todo lo puede, que es infinita y que todo lo hace sin pedir nada a cambio, como si de manera natural no lo necesitase. Sin embargo, romantizar la figura de la madre es precarizar la figura de la madre. Romantizar la figura de la esposa es precarizar la figura de la esposa. Y precarizar es poner en peligro. Pese a que hoy asistimos a un refuerzo del tradwives. Una palabra que surge de los términos tradicional y wives (esposas, en inglés) y que dibuja un ideal de mujer servicial, complaciente, pasiva y cuyo centro universal está en la cocina. Por un lado, existen influencers que dibujan de glamour este estilo de vida, a partir de ropa elegante y una estética muy bien cuidada para estar en la cocina y sorprender culinaria y físicamente a su marido, mientras que también encontramos influencers que reivindican este modelo a partir de una vida austera y en contacto con la naturaleza, pero sin relacionarse más allá de la familia.
La sentencia que desestima la solicitud de separación de Orantes se cursó en el Juzgado número 3 de Granada. A esta primera le sigue una segunda en 1996. En este caso, el juez estima la separación, aunque el matrimonio ya vivía de forma separada en la casa, ella arriba y él abajo. Como recoge Noemí López en una entrevista a sus hijos, ella no tenía dinero para alquilar la totalidad de la casa ni comprar la parte de él. Se quedó ahí porque no tenía recursos para encontrar otra vivienda. Recordemos que los recursos no solo son económicos y que las condiciones materiales las conforman también los condicionantes socioculturales. De todos modos, en ningún momento la justicia vio un hecho problemático ni peligroso ante esta situación, pues el auto del caso de Ana Orantes refleja lo siguiente: “No existe razón alguna acreditada para modificar dicho convenio”. Y añade que no se estima “temeridad ni mala fe en la conducta de ninguna de las partes”. Equiparando así denunciante/denunciado.
Un antes y un después en la concepción de la violencia de género
El 17 de diciembre José Parejo golpeó, ató y quemó viva a Ana Orantes en el patio de esa vivienda dividida donde la Justicia no leyó temeridad ni mala fe. La quemó, sí. Pero Ana Orantes se había desahogado. Lo contó. Se vistió para contarlo. Se peinó para contarlo. Antes de entrar en directo, ella comentó que necesitaba desahogarse y que, al contarlo, sus vecinas y la gente la apoyaría y la entendería. Claro que así fue. Pero el auto esperadamente falló. Hubo mala fe. Esta vez sin límites, porque Ana Orantes lo había nombrado y por tanto existía. Había nombrado quién era su marido y su marido existía en tanto a sus actos.
Al principio dije que a mis 10 años escuché cuando ocurrió de forma entrecortada en las salitas de estar y en la calle que por qué lo contaría. Hoy lo sigo leyendo en las redes sociales. Y sigo escuchando que por qué dejaría a los hijos con el padre. La última vez, hace un par de horas, en una cuenta que se llama Diario de un abogado en Tik Tok, donde dicen que acaban de vomitar al escuchar las declaraciones de la madre del niño asesinado en Linares por parte de la pareja de la madre. El título del vídeo es “Basta de blanquear a las malas madres”. La madre es limpiadora y estaba trabajando fregando escaleras. De hecho, en sus declaraciones cuenta cómo hace mucho tiempo que no salía, que no tenía ocio porque nunca quería dejar a los niños solos. Salga o no salga, mucho menos si estás fregando escaleras, nadie tiene el derecho de culparte porque te asesinen a un hijo. Tampoco por tener una pareja que termine así. Y hoy ya contamos con un dispositivo de políticas públicas para combatir la violencia de género. Algo en lo que Ana Orantes tuvo un papel central, pues su caso supuso una toma de conciencia así como una transformación cultural en los medios de comunicación a la hora de tratar la violencia de género. Tanto así, que dos años después de su asesinato, se celebró en España el I Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. En 2004 se crea la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género. Pese a todo, en 2024, a 2 de diciembre, son 43 las víctimas mortales por violencia de género en España, nueve de ellas en Andalucía.
Hay que hablar cada 4 de diciembre de Ana Orantes, cada 17 de diciembre, cada 25 de noviembre y siempre que se pueda. Hay que hacer pedagogía con su caso. Hay que mostrarla en las aulas, en los cursos de formación. Hay que leerla desde distintos prismas. Hay que no olvidarla por todos los medios. Ver el vídeo donde relata los hechos es como estar un rato con ella. Cada visualización propone un nuevo análisis. El pasado noviembre Ana Orantes ha sido considerada Hija Predilecta a título póstumo de la provincia de Granada. Como sociedad llegamos tarde, pero llegamos y no podemos irnos.
Ana Orantes, tu urgencia es presente.
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