Opinión
Hace 50 años el golpe de Estado en Chile marcó a mi familia para siempre
Por Javiera Gárate Ávila
En colaboración con Amnistía Internacional
Crecí en una casa donde había esculturas y artesanías de madera creadas por mi abuelo materno, Fernando Ávila. Él, junto a su papá, mi bisabuelo Roberto, y su hermano fueron detenidos tras el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 y llevados al recinto militar “Casa de Techo Rojo” en el Cerro Chena en la Región Metropolitana de Santiago. Allí se vieron por última vez porque mi bisabuelo fue uno de los once obreros ferroviarios asesinados por los militares. Mi abuelo, a quien le llamo “tata”, y mi tío lograron escapar del fusilamiento. Mi abuelo pasó por varios centros de detención, entre ellos, el Estadio Nacional. En esos terribles lugares vivió la tortura y la crueldad, pero también aprendió a trabajar artesanías en madera que hoy me recuerdan lo fuerte que fue.
Tengo 22 años y crecí con una mamá a la que le robaron su infancia. Siendo muy pequeña tenía que ir a ver a su papá a la cárcel para las festividades, ser testigo de allanamientos en su casa y ver sufrir a mi abuela. Luego mi familia tuvo que partir al exilio, pero siempre con la idea de volver a Chile para aportar a la sociedad, como siempre nos enseñó mi tata. En Francia tuvieron que rearmar sus vidas. En los años 90, gran parte de la familia volvió al país, entre ellos, mis abuelos, mi mamá y mi hermana mayor que nació allá.
Desde pequeña supe lo que había pasado el 11 de septiembre y participaba en los actos conmemorativos. Recuerdo que me parecía un poco extraño que el mismo día de mi cumpleaños se homenajeara a los trabajadores ferroviarios fusilados. Ese día nos levantábamos temprano para ir al memorial. Yo llevaba una flor roja para mi bisabuelo. Luego regresábamos a casa y celebrábamos mi cumpleaños. A mi mamá le encantaba festejar en grande los cumpleaños, puede ser porque antes no siempre estuvieron las circunstancias o el ánimo para celebrar.
A 50 años del golpe de Estado recuerdo a mi bisabuelo Roberto, a quien no pude conocer porque lo asesinaron por sus ideas. Él era un pastor evangélico y comunista que luchó con alegría por una sociedad más justa. La gente le tenía mucho cariño, incluso hay una calle en la comuna con su nombre.
De mi tata, quien fue dirigente social, tengo lindos recuerdos. Aprendí mucho de él. Siempre nos contaba que tenía amigos de diferentes opiniones políticas y nos enseñaba eso. De hecho, cuando hablaba de los militares decía que una persona no es solamente su uniforme o color político, cada una tiene su propia historia. También nos dejó un manuscrito con sus memorias que no alcanzó a terminar porque luego murió de cáncer. Me gustaría hacerme cargo de terminar ese libro. También sería lindo lograr que una plaza de la comuna tenga su nombre y que se consiga un museo para recordar a las víctimas del Cerro Chena.
En este año tan especial también pienso en los jóvenes como yo. Siento que muchos no saben lo que pasó o no les interesa. Eso es frustrante y me cansa. Lo único que quiero es que avancemos como sociedad y que lo que vivieron mis familiares nunca más vuelva ocurrir.
También pienso en las nuevas generaciones. Tengo sobrinos y a ellos me gustaría decirles que sean valientes y que no olviden lo que pasó hace 50 años porque es nuestra historia, es lo que nos tocó vivir. Les pido que tengan la frente en alto por nuestro apellido y por lo que vivieron nuestros seres queridos.
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