Opinión
No soy 'woke', soy 'super-woke'


Por Marga Ferré
Presidenta de Transform Europe
-Actualizado a
Oigo al emperador prohibir la solidaridad contra un genocidio, imponer deportaciones masivas y acusar a personas con discapacidad intelectual de provocar un accidente… y pienso que todo eso me suena, que ya hemos estado ahí: prohibir ideas, deportaciones, eugenesia… Repesca mi mente de una advertencia de Theodor Adorno sobre la derecha radical: “Esta ideología se ha alimentado de la ideología nazi. Resulta sorprendente lo poco que se ha añadido al viejo repertorio en el nuevo, el carácter de refrito que tiene todo en él”.
Un refrito-nazi que vuelve como un fantasma. Igual por eso Butler (doña Judith) llama a estos discursos supremacistas “fantasmagorías”. Lo que quiere decir es que esos discursos de odio se basan en una ilusión vana de la inteligencia, desprovista de todo fundamento. Una fantasía en la que los supremacistas nos amenazan si nos les devolvemos en el espejo el reflejo de su poder, en la que se imaginan como los poseedores del mundo, en la que somos wokes, odialbles, asesinables incluso, si no aceptamos su superioridad.
La que escribe (y supongo que como quien lee) ostenta un buen puñado de etiquetas odiables por esta gente: roja, ecologista, feminista, antirracista y descarnadamente pacifista. Así que sí, más que woke, soy super-woke y encantada de serlo: quiero ser, de forma hiperlativa, todo lo que les molesta.
Y les molestan muchísimas cosas, para empezar, cualquiera que represente, por seguir con doña Judith, “una amenaza fantasmática hacia la propia identidad”, es decir, todos los que somos una amenaza imaginaria a sus débiles y violentos egos. Toda identidad que no sea la suya (insisto en el refrito nazi) es una amenaza y no olviden ustedes que una amenaza, aunque sea ficticia (los inmigrantes nos van a invadir, los árabes son terroristas…) son siempre justificativas, y hasta un anuncio, de futuras violencias.
Pensando sobre ello, sobre las famosas guerras culturales que enfrentan identidades distintas, creo poder argumentar que no son ciertas, que lo que esta gente pretende no es enfrentar identidades, sino arquetipos.
Inmigrante/criminal, negro/tonto, pobre/vago, gitano/ladrón, feminista/loca, gay/perturbado, comunista/peligroso, sindicalista/aprovechado, progre/corrupto, no-occidental/incivilizado… forman parte de su ristra de arquetipos, de imágenes con valor simbólico que forman parte del inconsciente colectivo. Ahí es donde quieren llegar, al inconsciente colectivo y, visto el nivel de voto a la extrema derecha, parece que lo están consiguiendo en algunos sectores.
Todo con el fin de explotarnos mejor. Si al capital le encanta la taxonomía humana, ese intento de clasificar personas como si fuésemos piedras o un zoológico, a la extrema-derecha les fascina en su empeño en encapsular, excluir, criminalizar y marginalizar. Usan esa diferencia arquetípica y fantasmagórica como criterio sobre el que juzgar derechos, vidas y personas, así que, desde mi wokismo, abogo por una defensa iridiscente de la diversidad humana y de la solidaridad aparejada que su reconocimiento genera.
Es más, a estas alturas hasta la interseccionalidad se me queda corta; ya les digo que estoy wokísima. También lo debe estar Nancy Fraser y déjenme que se lo cuente: en un webinario el pasado noviembre la filósofa estadounidense nos advertía que la izquierda, de alguna manera, sigue la ideología capitalista al pensar la economía y lo cultural como esferas separadas. Al hacerlo, asumimos una separación intencional, sistémica y ficticia que solo beneficia a los ricos y los del refrito nazi. “No encapsulemos a la clase trabajadora en tipos blancos en fábricas”. Es obvio que la clase trabajadora no es así, pero ¿lo hemos asumido en nuestro inconsciente colectivo, en la manera en la que la imaginamos? Rompamos arquetipos.
Los seres humanos somos más complejos que una sola identidad, podemos ser varias cosas a la vez que se influyen y contaminan y es en su vindicación donde me encuentro cómoda. Si eso es ser woke, servidora se apunta.
Unir en la diversidad es la tarea pendiente, sabiendo que lo que pretenden los del refrito y sus odios arquetípicos, es callarnos, así que a los y las de abajo nos toca gritar porque si algo hemos aprendido de la Historia es que los que están arriba seguirán callados ante el emperador.
La extrema derecha, Trump incluido, es muy gritona. Gritan tanto que hay gente que llega a creer que son antisistema. Casi les admiro el disfraz, habida cuenta que lo que pretenden sin disimulo es la instauración de un régimen autoritario, de hierro, que ya está provocando fisuras en nuestras democracias de cristal.
Frente a ello y de puro woke, se me ocurre poner en valor la rica tradición en la izquierda de fusionar activismo con arte, pintadas, bailes y formas innovadoras y provocadoras de protesta, esas que crean atmósferas positivas de resistencia y desafío. Y desde luego, revindico el humor para contraatacar a la extrema derecha, en todas sus formas: videos humorísticos, memes que los deconstruyen, humor que los desnuda. No son tan fuertes.
Puede parecer paradójico, pero creo que desde la rabia toca defender las emociones positivas, por ser el lugar desde donde se demuele a los amargados defensores del odiar a los más débiles. Lo creo, además, porque sé que, en política, lo contrario del odio es la solidaridad, una de las emociones más positivas que hemos creado los humanos para ser lo que somos en nuestra maravillosa diversidad. Sobre todo, si es una solidaridad desafiante, si está despierta.
Comentarios de nuestros suscriptores/as
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros suscriptores y suscriptoras, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.