Opinión
¿Pero qué mierdas será Europa?

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Resulta como poco enternecedor contemplar los esfuerzos de la apisonadora mediática, económica y política para intentar vendernos la idea de que Europa es algo más que una pegatina en el coche. Habrá europeos que se la tragarán, seguro, los que tengan la memoria de mosquito suficiente para suprimir no ya varios milenios de disputas religiosas, masacres y conflictos territoriales sino, además, dos guerras mundiales y un genocidio de lo más colorido en los Balcanes. Si es verdad, como aseguran ciertos eruditos bélicos, que una guerra viene muy bien para limpiar la mala sangre, entonces hay que admitir que Europa está más sana que una lechuga.
Puesto que en todas partes cuecen habas, también en Europa hay ciudadanos de primera y de segunda clase. Se conoce que los ancianos, los niños y las mujeres que caían bajo las balas de los francotiradores en Sarajevo eran europeos de lo más prescindible, dada la pachorra con que los grandes líderes de Bruselas se rascaban solemnemente la entrepierna mientras sonaban las descargas de fusilería. Los ocho mil y pico bosnios musulmanes asesinados en Srebrenica tampoco debían de ser muy europeos. Vete a saber, a lo mejor es que estaban demasiado lejos de Berlín, de París, de Viena o de Bruselas, el centro neurálgico del continente. O a lo mejor es que Europa, aparte de una denominación geográfica, no es más que una mierda pinchada en un palo.
No me hagan mucho caso, pero tampoco vi a los grandes líderes europeos -Merkel, Juncker y demás carroñeros- ayudando a sus hermanos griegos cuando, hace quince años, decidieron destrozar el país en vez de echarle una mano, lo mismo que hicieron con Alemania después de la guerra. Y eso que la deuda alemana incluía no sólo ingentes montañas de dinero, sino la reconstrucción de ciudades, zonas industriales y aldeas bombardeadas, sin contar los millones de personas que perdieron la vida. Pero se conoce que los alemanes son europeos pata negra y los griegos no, pese a que la democracia, la filosofía, la ciencia, la música, la matemática, la poesía, el teatro y, en general, todo eso de lo que los europeos estamos tan orgullosos tuvieron su origen no a orillas del Rin sino en un foro ateniense.
Va a ser que eso que llamamos, con no poca pompa y circunstancia, Unión Europea no es más que un cónclave de tenderos, un bazar de banqueros y mercaderes preocupados únicamente por sus trapicheos, especulaciones y cambios de moneda. Lo de Mercado Común era una denominación mucho más precisa, porque a esta gente no le importa otra cosa que no sea la pasta. Dirigiendo el chiringuito en Bruselas, una legión de burócratas y correveidiles trabaja exclusivamente al servicio de los tenderos y su último encargo es que les hagan el favor de meternos el miedo en el cuerpo con la amenaza rusa, a ver si conseguimos que los millonarios fabricantes de armas sean todavía más millonarios. Por eso Sánchez, que en breve puede quedarse en el paro, está haciendo oposiciones para entrar con todos los honores en ese fascinante club de lameculos bruselenses.
El pasado de Europa, sobre todo el pasado reciente, da mucha vergüenza y mucho asco, pero lo cierto es que no hay manera de arreglarlo. Es una puta lástima pensar que su futuro depende únicamente de las armas. George Steiner escribió que Europa, el concepto de Europa en realidad, es una sucesión de cafés que va de Lisboa a Odesa, una tertulia interminable donde suena la música de Bach y de Beethoven, se habla de arte y de filosofía y se lee a Montaigne y a Cervantes. Ojalá lo fuese, de verdad, ojalá Europa fuese un café literario y no este cotarro de comerciantes despiadados que bostezan mientras sus vecinos se mueren de hambre y de frío, y los migrantes se ahogan en el Mediterráneo por millares.
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