Este artículo se publicó hace 12 años.
Perfiles de democracia
Hace ya dos décadas que Katz y Mair publicaron sus primeros trabajos sobre el partido cártel (partidos que son casi agencias estatales, como un servicio más del Estado, en este caso, un servicio a la democracia), última mutación de un proceso evolutivo que empezaría allá por el siglo XIX con los partidos de élites, que durante la primera mitad del siglo XX serían sustituidos por los partidos de masas, hasta que en los años sesenta del pasado siglo se transformaron en partidos catch all. Los propios Katz y Mair veían en mitad del apogeo de los partidos cártel la emergencia de nuevos modelos de partidos y de sistemas de partidos.
Lo cierto es que los partidos cambian, y esos cambios no suelen ser ordenados y coherentes, sino que como ocurre con los cambios sociales, están llenos de contradicciones, de vaivenes, de avances y retrocesos. Como consecuencia de todas esas transformaciones, el papel de la militancia también ha cambiado. Todavía hay quien reivindica los derechos de la militancia, un poco románticamente, preguntándose de manera retórica: "¿Quién va a pegar los carteles electorales?". Pero lo cierto es que desde hace ya bastantes años no llenamos de igual manera de carteles las fachadas, paredes, muros y tapias de nuestros pueblos y ciudades sino que, salvo excepciones, unos amables operarios que trabajan para empresas de publicidad los cuelgan de las altas farolas de nuestras calles y plazas. O dicho con las palabras de los autores mencionados, las campañas electorales han pasado de ser intensivas en mano de obra a ser intensivas en capital.
Siempre hay tensión entre la élite y las bases, y hay partidos que saben afrontarla
¿Debería significar una merma de la legitimidad de los militantes para decidir en sus partidos el hecho de que no sea necesario que peguen carteles? Dependiendo de la respuesta podemos optar por volver a empapelar nuestras fachadas, en pos de una mayor democracia interna o, sencillamente, afinar nuestra concepción de la democracia y pensar que la legitimidad de la participación de los militantes no es el pago a un trabajo, sino un derecho cívico. En todo caso, lo razonable sería que la legitimidad naciera de la participación en el debate político interno previo a la votación, pero no parece razonable hacer retroceder el mundo para recuperar un modelo que quizá nunca existió como lo imaginamos, incluso cuando todos pegábamos carteles. No es la fuerza de la historia a lo que debemos temer, sino a la debilidad de nuestros valores.
Cuando se examina la literatura sobre los partidos uno descubre que las cosas son siempre más complejas de lo que inicialmente parece. Robert Michels, en el apogeo de las organizaciones de masas, pensaba que los militantes de los partidos, con sus delegados y sus congresos, no tenían poder frente a sus oligarquías partidarias. Katz y Mair, por el contrario, en el apogeo de los partidos cártel, piensan que detrás del voto individual de los militantes y de la elección directa de los dirigentes, hay una pérdida de poder de los militantes a favor de la élite del partido. Me parece tan cínico decir que ambos tienen razón como ingenuo decir que ninguno la tiene. En todo caso, es evidente que siempre hay una tensión entre las élites y las bases, y también lo es que hay partidos más democráticos que otros a la hora de afrontar esa tensión, usen la democracia directa o el sistema de delegados. Estoy convencido de que lo decisivo son los valores democráticos que encarnan las personas. Cuando los militantes de un partido tienen mayoritariamente una cultura democrática, sea por un procedimiento de elección u otro, esa cultura se termina imponiendo a la hora de elegir a sus dirigentes. Por supuesto, nunca es fácil, siempre hay resistencias oligárquicas y siempre se paga un precio por ser libre, dentro y fuera de los partidos.
Unos días antes del 38º Congreso del PSOE, un congreso democrático como pocos partidos son capaces de celebrar, un conspicuo intelectual de la izquierda impecable describía a los delegados socialistas del congreso como "un puñado de representantes de la militancia escogidos en los espacios viciados de la politiquería de partido".
Uno empieza a pensar que la politiquería es más propia del poder económico y mediático
Es una pena que el referido intelectual implacable no se hubiera molestado en indagar sobre el perfil de los delegados. Es verdad que pocos medios informaron sobre dicho perfil. Aunque hubo honrosas excepciones, como el Diario de Jaén, que publicó el perfil de la treintena de delegados de su provincia; por cierto, seguro que no muy distinto al perfil de los casi mil delegados que acudieron a Sevilla. La mitad de esos delegados son alcaldes de poblaciones con menos de 5.000 habitantes. Es decir, personas elegidas por sus conciudadanos en una democracia tan poco mediada y tan poco mediatizada como la municipal. Otros son concejales y portavoces en la oposición. Muchos son universitarios y también hay trabajadores, pequeños empresarios y jubilados. Personas con una profesión, un compromiso político, una trayectoria democrática, elegidas por sus compañeros de partido y por sus conciudadanos.
Quizá la valoración de nuestra democracia mejoraría bastante solo con que en lugar de descalificar preventivamente las instituciones, los partidos, los procesos y las personas, algunos de nuestros intelectuales de izquierda, impecables e implacables, se dedicaran a estudiar y explicar los hechos antes de juzgarlos. Uno empieza a pensar que los espacios viciados y la politiquería son más propios de algunas instancias de poder económico y mediático a las que nunca baña la luz de la democracia, ni con voto directo, ni con delegados.
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