Opinión
La (pen-) última guerra del gas
Profesora de Ciencia Política y Estudios Europeos en la UCM.
Una de las noticias económicas y geopolíticas de comienzo de este año 2025 ha sido la no renovación del contrato que ha permitido enviar gas natural a Europa a través de suelo ucraniano desde Rusia, el gaseoducto Urengoy-Pomary-Uzhgorod. El actual acuerdo entre Kiev y Moscú tenía una vigencia de cinco años, firmado en 2019 entre Gazprom y Naftohaz. Ucrania ha decido que no renovarlo y con ello queda en suspenso la única vía directa de suministro de gas natural procedente de Rusia hacia la UE que quedaba.
Este es el fin de una historia que se remonta a la época de la Unión Soviética cuando quedó inaugurado comunicando Siberia con Eslovaquia, Hungría y Moldavia los tres países que se están viendo más afectados por este corte. Los conflictos por el tránsito de gas vía Ucrania no son nuevos. De hecho, las guerras del gas son las que comenzaron a hacer más irreparable la brecha que se fue abriendo a lo largo de los años entre Rusia y Ucrania.
Todas y cada una de las crisis del gas han coincidido con una crisis política entre ambos países. Ucrania ha sido siempre un territorio de tránsito del gas ruso hacia occidente, tránsito que le permitía acceder a gas barato y, además, recibir beneficios por la exportación. La crisis de 2005-2006, acontecida inmediatamente después de la Revolución Naranja, se produjo tras la queja de Rusia ante distintas irregularidades producidas por Ucrania, no solo no estaba pagando por el gas que consumía, sino que además estaba desviando de los gaseoductos el gas destinado a la exportación hacia la UE. En enero de 2006 Rusia cortó todos los suministros durante unos días, hasta que se consiguió llegar a un acuerdo. Sin embargo, en 2007 volverían los problemas ante el impago del consumo de gas por parte de Ucrania. En este punto en enero de 2009 Rusia volvería a cortar el suministro dejando a dieciocho países europeos sin fuente de suministros en pleno invierno. Tras varias disputas posteriores la corte de arbitraje sita en Estocolmo dictaminó que la empresa gasística ucraniana Naftohaz debía devolver los metros cúbicos hurtados. Así las cosas y ya tras el Maidan, la anexión de Crimea y en plena guerra del Dombás, Rusia pensó en no renovar el contrato allá por 2018. Moscú había conseguido diversificar el transporte de gas hacia la UE a través de Alemania, Bielorrusia y Turquía, o lo que es lo mismo, a través de Nord Stream, el Yamal-Europa y el Turkish Stream. Sin embargo, con la llegada de Zelenski al poder en 2019 finalmente se volvió a firmar un acuerdo entre las partes.
La situación ahora nada tiene que ver con la de entonces. Tras la invasión a gran escala de Rusia en 2022, las tornas han cambiado. La UE ha comenzado a diversificar su suministro de gas natural, la voladura del Nord Stream junto con el cierre del Yamal fue un punto sin retorno para las importaciones terrestres de gas ruso hacia Alemania. La alternativa ha sido más gas licuado, en muchos casos procedente del fracking como es el que procede de EEUU, o a través de acuerdos millonarios con países como Catar o Azerbaiyán. La intención europea es ser cada vez menos dependiente de energías fósiles, pero aún llevará tiempo. Piensen que ahora comienza una nueva presidencia rotatoria del Consejo Europeo liderada por Polonia, país que considera que la lucha contra el cambio climático puede esperar y, por tanto, también la transición verde europea. El fin del tránsito de gas ruso a través de Ucrania constituye prácticamente el punto y final a el último nexo con Rusia vía terrestre con la UE.
Y esto no es un hecho menor. La guerra que en breve cumplirá su tercer aniversario ha seguido una evolución en paralelo a la exportación del gas. El profesor y maestro Carlos Taibo solía decir, para aquel que lo quisiera escuchar, que el único lugar a seguro en Ucrania era el territorio que se situaba cercano los gasoductos. Y efectivamente, hasta ahora así lo ha sido. Porque se entiende que nadie bombardea sus propias infraestructuras cuando le están ofreciendo pingües beneficios. Aplíquese esto a cualquier caso.
Las consecuencias que vamos a encontrar a partir de ahora serán de diversa naturaleza. La primera, en Ucrania. Durante las últimas semanas hemos visto como Rusia continúa bombardeando infraestructuras energéticas en Ucrania, ¿qué lo detendrá ahora para volar uno gasoductos que ya no le sirven para facturar? El resto las veremos en Europa. Así, los países más afectados son aquellos sin acceso al mar para recibir el gas licuado. A nadie puede extrañar que Eslovaquia y Hungría hayan estado intentando negociar con Moscú la llegada del gas y que hayan amenazado con cortar el suministro eléctrico a Ucrania. Porque si algo son Fico y Orbán, más que proPutin como dicen muchos, son nacionalistas y autoritarios y son conscientes que todo esto lo único que les puede traer son problemas en casa. Por tanto, ante el corte de gas, hablan hasta con el diablo. Porque esto no va de amigos, va de intereses.
El objetivo de la desconexión del gas ruso es debilitar a Putin y sus ingresos. Pero hay que ser conscientes de los costes asociados que llevará. Los precios del gas van a subir y esto va a impactar especialmente sobre las clases populares europeas que van a querer mostrar su descontento. En un momento de retorno a la política económica de la austeridad, el semestre europeo y el techo de gasto salvo en Defensa, no augura nada bueno. Las elecciones en Alemania en febrero con la ultraderecha rozando el 20%, junto con unas probables legislativas en Francia en junio con una Agrupación Nacional como primera fuerza de la Asamblea Nacional francesa, dibujan un horizonte sombrío.
Desde luego la situación no es sencilla para el marco europeo. Tampoco lo es para Ucrania, y en cuanto a Rusia, parece que sus prioridades cambian, aquello de la protección del extranjero cercano no aplica a los residentes en Transnistria que a estas horas se encuentran congelados en su totalidad. Y así es como comenzamos el nuevo año, ¡abríguense!
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