Este artículo se publicó hace 10 años.
Javier Cercas y su manipulación de la memoria histórica
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Escribir novelas es fantasear, dando la oportunidad de que el novelista, a través de su creatividad, imagine y cree una realidad donde exprese sus puntos de vista y sostenga y promueva sus tesis, lo cual hace ya sea abiertamente o no tan abiertamente, ya sea consciente o inconscientemente. Utilizo la palabra fantasear sin ninguna intención peyorativa. Solo lo hago con intención descriptiva.
El segundo punto que merece señalarse en el arte de fantasear es que cuando esta fantasía se desarrolla utilizando figuras y tiempos históricos, las ocasiones para la manipulación son enormes, pues el autor siempre puede defenderse subrayando que él o ella no es un historiador sino un novelista. De ahí que las novelas históricas reflejen muy claramente el punto de vista del novelista (también ocurre con el trabajo del historiador, pero este siente la necesidad, para defender su credibilidad, de mostrar datos y evidencia que sostengan sus puntos de vista). El novelista puede modificar la historia a su gusto, sin tener que explicar o defender nada. Y ahí es donde el margen de la manipulación es enorme.
La tercera observación es que la visibilidad mediática de un novelista tiene mucho que ver con su aceptabilidad por parte del establishment (es decir, de la estructura de poder) político-mediático de un país, que define lo que suele llamarse “la sabiduría convencional del país”. Esto sucede especialmente en España, donde la falta de oportunidades para los novelistas con voces críticas con dicha sabiduría convencional es enorme.
Confirmando lo que digo, vemos hoy (en realidad, ya hace varios años) cómo el establishment político-mediático español ha estado promoviendo al Sr. Javier Cercas, altamente promocionado por el grupo Prisa y su diario El País, quien ha ido sintetizando la opinión aceptada del establishment liberal sobre la vida política del país, la cual, como era de esperar, ha ido evolucionando a medida que el tiempo nos ha ido distanciando de la transición que ocurrió en este país en la segunda mitad de los años setenta, pasando de una dictadura a una democracia. Al llegar tal periodo de transición, la percepción de los dos bandos de la Guerra Civil cambió notablemente. Se pasó de definir a los republicanos como “rojos” y “separatistas” a verlos como seres humanos, en carne y hueso, también con sus glorias y penas. En realidad, Javier Cercas incluso fue más allá, indicando que los perdedores de aquella guerra habían iniciado la reconciliación que aparece en el momento álgido de su novela Soldados de Salamina cuando el soldado republicano decide no dispararle un tiro al dirigente de la Falange, momento considerado simbólico en el inicio de la reconciliación. Ni que decir tiene que la novela recibió un enorme aplauso del establishment político mediático y de los “Santos Juliá” de este país (Santos Juliá es uno de los principales autores que han promovido la visión de la transición como modélica, basada en la reconciliación) que la promovieron activamente, concluyendo (como también concluía Javier Cercas) que todos éramos responsables y debíamos reconciliarnos aceptando una responsabilidad colectiva, mirando hacia el futuro, sin mirar al pasado, porque podríamos tropezar en el camino si no mirábamos hacia adelante. Esta visión es la dominante en el establishment político mediático español. Y ha sido una constante de los escritos de Javier Cercas en donde trata de la Guerra Civil colectivizando las responsabilidades de tal conflicto acentuando que todos somos responsables de lo que ocurrió en aquel periodo.
No todos somos responsables
He escrito críticamente sobre esta postura y sobre esta novela de Cercas, mostrando que ni la Transición fue modélica ni la reconciliación fue voluntaria, ni todos somos responsables de que hubiera tal conflicto ni de que se desarrollara tal como se desarrolló. En realidad, la llamada reconciliación significó muchas renuncias por parte de los herederos de los vencidos y que explicaron por qué el producto de aquella Transición fuera una democracia sumamente limitada, con un Estado poco social, y poco redistributivo, claramente favorable a las fuerzas financieras y económicas que lo dominaban, y con una visión de España que excluye su plurinacionalidad. Pero mi crítica de Cercas no era solo sobre su supuesta tesis de reconciliación, sino también sobre el tono que aparecía en su escrito y narrativa, en el cual él, hijo de vencedores de la Guerra Civil, intentaba ser favorable a los vencidos, adoptando una actitud condescendiente que yo –hijo de vencidos- encontré ofensiva, como también lo encontró el hijo real del supuesto héroe o personaje principal de su novela, que se quejó de ello indicando que su padre no hubiera hecho lo que Cercas le atribuye en su novela. Es más que probable que Cercas no intentara ser condescendiente, pero lo fue. Solo los hijos de los vencidos conocemos en carne propia lo que significó perder la guerra, la represión que siguió, y las enormes injusticias y atrocidades que se cometieron. Lo que ocurrió en la Transición no fue una reconciliación sino un pacto entre dos bandos sumamente desiguales en cuanto al poder de decisión. Las derechas tenían a su disposición todos los aparatos del estado, además de los medios de información, mientras que las izquierdas acababan de salir de la cárcel, de la clandestinidad o del exilio.
Un segundo libro, Anatomía de un instante, informaba de que no hubo ninguna conspiración o participación del Monarca en el golpe militar del año 1981. No era una novela, sino una investigación que confirmaba lo que el establishment mediático-político ha estado defendiendo. La evaluación de este libro tiene que ser, pues, distinta a la evaluación de una novela. De ahí que no la comente, excepto para indicar que creo que saldrá en su día evidencia que muestre que el Monarca no fue tan inocente como Cercas cree.
Pero las fantasías de Cercas alcanzan ya otro nivel para adaptarse a otro componente de la sabiduría convencional de aquel establishment político y social que comienza a estar cansado de que continúe una gran presión popular para que se conozca lo que ha sido ocultado tanto tiempo. Y me refiero a la memoria de los vencidos. No hay plena conciencia del bochorno que representa a nivel internacional que el gobierno español continúe ignorando tanto la búsqueda de los cuerpos de los asesinados desaparecidos, como la verdad de lo ocurrido durante aquellos años de guerra y de la represión que les siguió. Y ahí es donde, predeciblemente, aparece el libro de Javier Cercas Impostor. Admite que hay una injusticia y que debe hacerse algo, pero la manera en que lo hace diluye el impacto y el valor de esta búsqueda, subrayando su tesis de que esta búsqueda de la memoria histórica es, además de ser parte de toda una industria, es también una falsedad, pues no hay ni “verdad” para descubrir ni “héroes” para homenajear. Solo hay víctimas que merecen “nuestra compasión y respeto” (cito textualmente lo que dijo en la SER). Pero nada más, porque cada persona tiene su verdad, y una víctima no tiene porque ser héroe puesto que “solo son héroes aquellos que dicen no cuando todos dicen sí” (otra cita).
La supuesta industria de la memoria histórica
Este mensaje, por cierto, es el mismo que las derechas han estado promocionando desde el poder durante muchos años. Cercas es incluso más dañino con su manera de hacerlo, pues centra su trabajo en la figura de un impostor, que fue Enric Marco Batlle (ex presidente de la asociación Amical de Mauthausen), que resulta que nunca fue prisionero de ningún campo de concentración. Y a partir de este hecho concluye que toda memoria histórica tiene una falsificación en ella y, colectivizando la práctica de nuevo, asume que todos somos culpables de impostura y falsificación. Mediante tal socialización de la responsabilidad de lo ocurrido –en la que todos somos responsables- diluye y trivializa el hecho de que hubo personas responsables y otras que no lo fueron. En España hubo responsables de lo que ocurrió, incluyendo del bando del cual él procede –el bando de los vencedores-, que deberían denunciarse e incluso llevarse a los tribunales. Y ha habido otros –los perdedores- que incluyeron muchísimos héroes desconocidos que sufrieron enormemente porque creyeron en una causa, la republicana, que les implicó enorme sufrimiento y gran coste personal. Definir ahora la búsqueda de la memoria individual y colectiva de tales personas (en condiciones dificilísimas) como una industria es un insulto en letras mayúsculas a aquellos que están haciéndolo con una enorme pobreza de medios y a un enorme coste personal.
Una última observación. Javier Cercas ha aparecido en todos –repito todos- los medios del establishment mediático tanto televisivo como radiofónico, con su mensaje de que todos somos impostores, tranquilizando así, a él mismo y a los que él representa y que le promueven. Pero considero repugnante (y no hay otra manera de decirlo) que vaya utilizando los medios para dificultar la labor heroica de aquellos que, con un gran coste personal, están presionando para que se conozca, se homenajee y se retribuya a los que perdieron su vida, en una causa que les honra.
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