Opinión
Yonquis 2.0
Por Marta Nebot
Periodista
Tengo un F.O.M.O. del carajo. Un Fear of Missing Out, como lo llaman los yanquis –que siempre ponen nombre antes a todo– que me obliga a ver toda la prensa, todas las redes, todos los mails, todas las ofertas, todo, todo y todo y nada, nada y nada para sentirme informada, en la pomada, actualizada y, sin embargo, tan perdida. Porque, como todo el mundo sabe, es imposible mirarlo todo, pero también lo es –cada vez más– no intentarlo hasta perder el sentido. Y no es que te caigas redonda al suelo y tenga que venir el Samur. Es que crees que navegas pero en realidad el mar 2.0 te da infinitos revolcones, te confunde con sus olas, con sus golpes, te hace perder las prioridades del momento y, momento a momento, te roba el día, el mes, el año, la vida. Se apodera de tu energía, de tu atención; ¡coño!, me anula y no soy capaz de reconocerlo, ni de buscar ayuda. Y el caso es que, joder, me atormenta, no logro salir de esta tempestad de información, de oferta.
Soy como una yonqui rodeada de montañas de cocaína.
¿Para cuándo un listado de enfermos rehabilitados de esta droga tan dura? ¿Para cuándo una legislación que limite la venta de almas tan extendida?
Si pudiera apuntarme a que no me dejaran entrar en este casino, como hacen otros ludópatas, sin dudar, lo haría con alegría.
¿Te imaginas poder impedir que los anuncios de tus deseos te atacaran sin fin desde los márgenes de cualquier cosa que hagas?
La inmensa mayoría ya nacimos o nos hicimos peces de internet y no podemos vivir fuera de este agua, y dentro de ella los tiburones nos espían, con nuestro presunto permiso, y nos atacan.
Por ejemplo, yo, como la tonta de los trapos que soy, me confieso víctima de sus tramas. Esa falda que quiero me mira, me acecha, me obsesiona y, la compre o no, me araña, me muerde, me devora.
El consumismo y sus estrategias son la prueba más palpable de la victoria aplastante y paralizante del capitalismo.
¿Cuándo nos daremos cuenta de que regalar, como regalamos nuestros datos, nuestra psique, nuestras preocupaciones, deseos y anhelos, es darles a los narcos todas las armas para controlarnos y volvernos adictos y pasivos? ¿Veremos con nuestros ojos las legislaciones que nos protejan de la drogodependencia más brutal y generalizada de la historia del mundo? ¿Somos conscientes de que vamos repartiendo nuestra carne a los buitres que nos rodean por todas partes?
Estoy a favor de legalizar las drogas convencionales; de igualar el alcohol o los ansiolíticos a todas las otras. Creo que así terminaríamos con mucho dinero negro, con mucha mafia, con mucha violencia, con un porcentaje importantísimo de la delincuencia, como reconoce mucha policía –detrás de las cámaras– y las experiencias ya probadas con las drogas llamadas blandas. Y en esto, como en tantas otras cosas, no vale con que lo haga un país por su cuenta. En Países Bajos, uno de los más liberales en estos sentidos, la mafia del narco tiene ahora presa hasta a la Casa Real; la princesa heredera no puede salir del castillo. Contra las grandes lacras mundiales, contra los grandes problemas de la humanidad, las fronteras son de plastilina, la globalización rige, los países son mentiras.
Pero, dicho esto, todas las drogas legales tienen ciertos límites y esta de la que hablo no tiene ninguno. La adicción al consumismo, ya sea de información o de cosas, se encuentra por ahora campando a sus anchas, como en el lejano oeste, en un universo donde no hay sheriff que valga, donde la única ley que rige es la del sálvese quien pueda, sin que nada ni nadie proteja de esta otra enorme pandemia contra la que no hay vacuna ni medicamento ni siquiera para los niños.
Nos lamentamos de que la juventud está más conservadora que nunca, más frívola, más inconsistente, más enferma de esta enfermedad del tener.
¿Nos hemos mirado a nosotros mismos? Que levante la mano quien gane siempre en la eterna batalla entre ser y tener, que tire la primera piedra el que sea abstemio de esta droga tan burda como sibilina.
El pasado jueves, 27 de octubre, miles de estudiantes se manifestaron en más de treinta ciudades de once comunidades autónomas para reclamar más recursos económicos y humanos para la salud mental. Con el covid el número de jóvenes con estos problemas se ha cuadruplicado y se han duplicado los adolescentes con ideas suicidas. Ojalá su movilización sea el comienzo de una batalla más grande por volver a reconquistarnos, por dejar de vendernos, por ponerle freno al liberalismo comercial que impera en el mercado de los deseos con resultados tan nefastos.
Creemos navegar, comprar, ver, consumir; no somos conscientes de la moneda tan gruesa con la que pagamos. Se nos olvida que nuestro único patrimonio, de lo que estamos hechos es de tiempo, atención, proyecto, ilusión, deseo.
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