Opinión
Con la violencia sexual no se juega
Periodista
No pasa una semana sin que nos enteremos de alguna noticia en que niñas, menores de edad, hayan sido víctimas de delitos contra su integridad sexual por parte de sus compañeros del sexo masculino. Aunque pocas cosas me sorprenden ya, los eventos de los últimos días me han hecho reafirmarme en algo: la culpa del comportamiento violento y machista de la mayoría de los niños es de los adultos que los rodean y se tienen que encargar de educarlos.
Constatar cómo un grupo de tres críos de 6 años de un colegio de Montijo (Badajoz) agredían a una compañera de la misma edad en sus partes íntimas a la hora del recreo y durante todo un curso escolar, es una pastilla difícil de tragar. Ni los niños de seis años tienen deseo sexual todavía, ni son conscientes de las consecuencias que la violencia sexual acarrea hacia las otras personas, ni tampoco hacia ellos mismos. A esa edad, los niños ni siquiera han entrado en la etapa cognitiva del desarrollo concreto y les resulta difícil aplicar la lógica a sus propios actos, ¿cómo van a saber que están cometiendo una agresión sexual?
A los seis años los niños son niños pequeños y, como tales, se mueven todavía en el juego simbólico (por eso necesitan jugar a las mamás y a los papás, a los médicos o a conducir un coche) y la mayoría de las cosas que hacen las reproducen por pura imitación. Por lo tanto, temo que esos mismos niños padezcan en sus carnes algún tipo de violencia, que estén ya expuestos a contenidos sexuales en el móvil (con o sin supervisión) o que sean testigos de comentarios y actitudes machistas hacia las mujeres. El trauma de la niña pudo provocar el mutismo hasta que acabó el curso, pero ¿acaso no había mayores al cargo de esos tres pequeños preocupándose y preguntando por lo que hacían en el colegio? ¿Qué demonios estaban haciendo las personas que vigilaban en el recreo?
La denuncia de la presidenta de la Asociación de Acoso Escolar de la provincia de Cáceres, ACOES, hacía hincapié en la dejadez de la dirección del propio centro escolar en donde sucedieron los hechos, ya que ni siquiera se dignaron en activar el protocolo antibullying para gestionar este abuso, ni se protegió el anonimato de la menor, ni la Consejería avanzó en las investigaciones.
Los adultos que tenían la responsabilidad dentro del centro escolar dejaron a una niña víctima completamente desprotegida hasta que fueron sus padres los que denunciaron los hechos ante la Guardia Civil. Si algo pone de manifiesto esta situación y otras similares es que ni hay suficiente vigilancia en los patios, ni los protocolos contra el acoso escolar están funcionando como deberían. Estos días también salía a la luz pública la denuncia de un grupo de madres de Almendralejo (Badajoz) que descubrieron cómo sus hijas de entre 11 y 17 años, habían sido desnudadas mediante una inteligencia artificial por parte de compañeros del colegio, también menores de edad. Claro que estos no tienen 6 años, y como mayores de 14 los responsables se enfrentan ya a varios delitos penales relacionados con la pornografía infantil, que pueden ser castigados con penas de prisión de entre uno y cinco años.
Sin embargo, la parte más trascendente de los desnudos mediante IA no es el delito en si (algo que será cada vez más frecuente debido a la popularización y acceso ilimitado a estas herramientas) sino los comentarios que algunos de los menores fueron dejando en las redes sociales después de haber sido pillados. En lugar de pedir perdón o callarse, algunos se llenaron de argumentos "¿de qué os quejáis si vais casi sin ropa por la calle?" o "no os quejéis que luego subís fotos que casi se os ve el coño".
El patriarcado ha encontrado en esta generación hipersexualizada y pornográfica un nicho para desarrollar toda su misoginia a través de la violencia sexual. Humillar, degradar y violar son las fantasías sexuales que la industria porno ha introducido en varias generaciones cuyo despertar sexual se aleja cada vez más del goce compartido, de los afectos y de la ternura. Tenemos un problema social de una enorme trascendencia que está afectando no solo a las relaciones personales entre hombres y mujeres, sino también a la relación entre los propios hombres, a las relaciones intrafamiliares (el porno normaliza y blanquea el abuso sexual infantil y otros abusos en el seno familiar), al amor, a la amistad y a la propia autoestima de las y los jóvenes. El riesgo de que las chicas se acostumbren a ser abusadas y los chicos a ejercer el abuso es tan real que cada vez tienen más dificultades, unos y otras, para distinguir la violencia del sexo.
Desde el año 2017 hasta ahora las agresiones sexuales entre menores aumentaron un 100% al tiempo que la edad de los agresores y las víctimas decae hasta edades prepuberales. Este aumento de la violencia sexual está refrendado por la propia Fiscalía, el Ministerio del Interior, y numerosos organismos internacionales como la UNESCO o Save the Children. Son datos objetivos, durísimos y demoledores que afectan a las personas más vulnerables de la sociedad (las niñas y los niños) y cuyo bienestar y salud física y mental, debería de ser también una de las principales preocupaciones de cualquier gobierno en la Europa de 2023.
Debemos exigir una regulación inmediata del acceso de menores a la pornografía (aunque las feministas deseamos abolirla radical y definitivamente) sin dejar de ejercer con responsabilidad nuestras funciones como padres, como madres y como educadores. Todos los adultos que nos relacionamos con menores somos también responsables de su educación afectivo-sexual desde los primeros años de vida. Los niños no nacen adolescentes. Y para eso no basta con controlar su acceso a internet. También hay que repetirles a las criaturas una y otra vez que su cuerpo es su casa, que su intimidad les pertenece solo a ellas, y que respetar el cuerpo de las otras personas es básico para la convivencia. Tenemos que volver a la ternura y tenemos que permitir a los niños, ser niños. Porque, como lo definió Rosa Cobo, la sobrecarga de la sexualidad presiona por todos los medios para que las mujeres y niñas hagan de su cuerpo y de su sexualidad el centro de su existencia vital, mientras fomenta una exaltación de la masculinidad violenta que domina mediante la coacción y la extorsión sin temor al reproche social.
Pero, sobre todo, hay que predicar con el ejemplo y hay que condenar la violencia sexual siempre que tengamos ocasión. Porque lo que no podemos es pedirles a los niños que sean respetuosos mientras normalizamos que haya adultos que encubren, jalean y defienden a agresores sexuales y ponen en duda el testimonio de las víctimas. Y de eso, desgraciadamente, tenemos sobrados ejemplos cada día.
En mi ciudad, Pontevedra, un profesor de academia de más de 40 años de edad fue condenado la semana pasada por agresión sexual a una alumna de 15 años a la que le daba clases particulares de Matemáticas. El día del juicio a este señor, cuyas iniciales son F.C, un grupo de padres y alumnos llenaron la sala para apoyar y defender al agresor, tal y como contó el abogado de la víctima en declaraciones a La Voz de Galicia.
La sentencia que lo condena constata que el profesor besó varias veces en la boca a la niña, además de acosarla con stickers de contenido sexual y mensajes de Whatsapp en que los que le decía cosas como "soy un depravado, soy un puto degenerado sexual que me ponen las niñas de 15 años" o "Tengo un tonteo contigo que claro, joder, es que tienes 15 años, por Dios. Es que es un delito. Yo creo que incluso las tonterías que hemos hecho son un delito". Me da vergüenza y asco pensar que comparto aire con unos adultos capaces de defender a un agresor sexual frente a una adolescente que se atrevió a denunciar su calvario. Pero aún me dan más lástima sus hijas e hijos por haberles tocado en desgracia unos padres cómplices de depredadores sexuales. ¿Qué mensaje le están dando estos adultos a los jóvenes que tienen que educar? Lo repito: me dais muchísimo asco.
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