Opinión
La trinchera cuñada
Por Miquel Ramos
Periodista
Sentando en la vieja barra de un bar, solo, con un palillo en la boca y muchos en el suelo junto a varios huesos de aceituna. Media copa de Terry junto al paquete de tabaco, y el olor a colonia que se mezcla con el de su sobaco y del orín reseco de sus calzones. Comenta en voz alta, indignado, las noticias que van saliendo en la tele que cuelga de una pared, a pesar de que el ruido de cubiertos, el silbido de la cafetera, el murmullo de los clientes y los gritos del camarero amortiguan el relato del periodista. El país se va a la mierda, pero a él no se la cuelan. Él resiste, no sucumbe a las modas ni a la corrección política. Es un rebelde ante lo que cada vez más, dice, se parece a una dictadura. Se mantiene firme en sus principios, en lo de toda la vida, en lo normal, lo que Dios manda.
No sé hasta qué punto esto estaba antes en mi imaginación o me lo instalaron en la cabeza las viñetas de Furillo y de Pedro Vera y las habituales caricaturas del cuñado medio. Se que el cuñadismo puede ser de todo signo, que es una actitud, que no entiende de ideologías, y que la caspa a todos alcanza. Pero esta es la imagen que me viene cada vez que me encuentro con el mismo artículo cada semana, escrito por plumas distintas y en diferentes medios, en cada tertulia y en no pocas tribunas institucionales llorando por la decadencia de la civilización occidental y la dictadura woke que ha sumido el mundo en la miseria moral más absoluta. Nada más lejos de la realidad. Quien escribe tales mierdas no responde a ese estereotipo, aunque tenga el calzoncillo acartonado, beba coñac barato y le huela el sobaco. Eso no está reñido ni con la clase, ni con las pintas ni con el local donde alterne. He visto pijos más cerdos y malolientes que un váter portátil de cualquier festival.
El estereotipo de cuñado, de facha vehemente, no es tan así, aunque en nuestro imaginario se imponga este retrato y nos tranquilice pensar erróneamente que el fascismo se cura leyendo y que todo es producto de la ignorancia. El cuñadismo hoy está bien armado intelectualmente, y es un error ignorarlo. Los tiempos han cambiado, y ya no necesitan cuatro gin-tonics y un buen coro de hombres para decir gilipolleces, levantar el brazo o sacarse la polla. Ahora esto es ir contracorriente, es pura resistencia, son los nuevos Tercios de Flandes.
En las columnas de los principales periódicos de derechas hay cada semana una oda a ello, golpes en el pecho, alpiste para alimentar ese espíritu rebelde de la nueva era. Cada semana aparece la misma pieza, el mismo debate en los medios, con diferente barniz, sobre la ruina y oscuridad a la que nos quieren llevar los progres, los indígenas, las feministas y los raritos de todo signo. Cada semana encuentran el último caso que confirma su mantra: un señor que quiere ser un perro, una feminista que hizo algo muy malo, un rojo con contradicciones o un pobre nazi cancelado en una universidad de Wisconsin. Hay que reconocer que el cherry picking, esto es, coger un caso aislado, el más bizarro posible, y tratar de generalizarlo a un colectivo o a una idea, es todo un arte. Ese, dicen, es el futuro diseñado por no sé qué élites que conspiran en la sombra. Élites que nunca son quienes amasan las mayores fortunas, claro, sino una especie de contubernio apátrida y amoral que lo controla todo y que decide que la sirenita sea negra, que los niños se corten el pene y que se enseñe sexo anal en los colegios.
La trinchera cuñada no es una barra de bar. Es el think tank de la ultraderecha que sirve de abrevadero y trampolín para tanto enfant terrible, para célibes involuntarios tan asustados como cabreados o ex izquierdistas que han visto la luz del sol de cara y acaban teniendo una columna en los medios afines. Es el canal de YouTube de un señor que grita e insulta mucho mientras agita los brazos y golpea la mesa sin aportar nada más que gestualidad y testosterona. Y luego te vende algo. Es el canal de Telegram donde se encuentran los que conocen la verdad y no se dejan engañar por los medios convencionales. Los que desvelan lo que los demás ocultan. Es esa nueva ola de políticos patriotas que se han plantado ante ese globalismo social-comunista que nos gobierna y que pretende diluir las culturas y las naciones, los sexos y las normas en un mézclum sin identidad, sin historia y sin límites naturales ni morales.
El cuñadismo dicen que está de moda porque se viste de rebelde. Porque es un lugar seguro, una respuesta ante el escepticismo generalizado por la inundación de desinformación que sufrimos y la normalización de las llamadas verdades alternativas, que no son más que bulos. El cuñadismo es también una pose ante la normalización de los valores progresistas de igualdad, solidaridad, del feminismo, y el respeto y reconocimiento a la diversidad y sus conquistas sociales. Nada que no sea reversible, y en ello están los nuevos canallitas, en dar marcha atrás y vendernos Gilead, a Milei o a Bukele como el mejor futuro posible. Y el franquismo como un pasado de paz.
Es la reacción habitual de quien teme perder sus privilegios, un victimismo natural que demuestra miedo a que todos disfruten de la misma tranquilidad y las mismas oportunidades. Una incorrección política que siempre se ceba con los más vulnerables y con los siempre jodidos, y nunca apunta hacia arriba. Una nueva contracultura reaccionaria construida con verdades alternativas y gafas viejas, regada de millones de euros, muchos de estos de dinero público, que pretende hacernos creer que están venciendo, que están convenciendo y que no tenemos nada que hacer ante su nuevo sentido común. Aunque sus figuras y proyectos políticos vayan logrando cada vez más poder, el terreno de las ideas y la hegemonía cultural es otra cosa. Eso les va a costar más, por mucha pasta que inviertan en autopromocionarse y por muchas instituciones que logren alcanzar.
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