Opinión
Traer hijos a este mundo
Periodista
-Actualizado a
Guardo en mi retina la imagen de niños temblando de miedo cubiertos de polvo, de niñas llorando desgarradas ante el cuerpo de la madre y del hermano muertos, de las incubadoras con bebés cuyas vidas se han apagado por los cortes de energía, de padres sacando los cuerpos de toda su familia de entre los escombros, de las huérfanas que son atendidas en estado de shock sin que haya nadie que les pueda cambiar un pañal sucio, de los brazos tatuados por los escolares para facilitar la identificación de su propio cadáver.
He visto en mi móvil el dolor y la infamia hacia quienes ya nunca se les caerán los dientes de leche. Y una y otra vez, me encuentro en la pantalla con una procesión de saquitos blancos del tamaño de un abrazo. Y cada uno de esos paquetes hechos de jirones que arroparon la inocencia, los ojos de los niños asustados, y los brazos sin vello que portan tatuajes fúnebres, van dejando una marca en mi memoria, una llama en mi corazón, y una culpa en mi conciencia. Durante semanas, me quedo bloqueada y me olvido de escribir. Sigo la causa palestina desde mi etapa universitaria, pero estoy muy lejos de comprenderla: la barbarie siempre es incomprensible. Hay días que necesito desconectar. Me justifico a mí misma, yo también tengo una hija y me pide que le haga caso cuando me habla de su cole.
Los niños palestinos ya no van al colegio, no pueden jugar, y soportan dolores e infecciones sin asistencia sanitaria. Los niños palestinos están sedientos y hambrientos y el consumo de agua salina les está provocando grandes problemas de salud y deshidratación severa. Sofia Samarah cuenta cómo el hambre hace mella en la población palestina que guarda cola durante horas para conseguir un día de comida. Los padres ya no comen para que puedan hacerlo sus hijos. Israel utiliza el hambre como arma de guerra, han destruido casi todas las panaderías de Gaza y no quedan reservas de productos alimenticios básicos en ninguna parte. Los camiones con suministros apenas entran y la falta de combustible hace imposible transformar el grano. El polvo, incrustado en los ojos y en la garganta de los más pequeños, las orinas y las heces por todas partes mezcladas con el olor a sangre y a muerte, perturban también a unas criaturas a las que hasta les han robado el alivio de poder dormir y descansar. El ruido de las bombas, de las alarmas antiaéreas y de los gritos es constante. En Gaza, las pesadillas los pillan siempre despiertos.
Cada día, el joven profesor palestino Muhammad Smiry deja el siguiente mensaje en su cuenta de X “todavía estoy vivo”. Y cada día yo celebro ese mensaje, como si esas tres palabras aportasen algo de optimismo a un sinsentido que aparecerá definido en los libros de Historia como holocausto. En todas las redes sociales, las voces del pueblo palestino dicen lo que las bombas se empeñan en callar. Y todas y todos los que sobreviven en un infierno que solo los humanos son posibles de crear, nos piden a quienes estamos a salvo lo mismo: que no dejemos de hablar de su exterminio, que no dejemos de escuchar, que no dejemos de compartir sus testimonios. Que no nos olvidemos de Gaza. Como siempre, porque siempre olvidamos. Qué le vamos a hacer, si nosotras también tenemos que vivir.
En menos de un mes han sido asesinados más niños en Gaza que en un año de guerras en todo el mundo, 4325 hace dos días, más de 10.500 personas en total. En Gaza, muere un niño cada 15 minutos, dos en el tiempo que dura un recreo. Esos niños son iguales a los nuestros, les gusta ir al cole, los yogures, escuchar música, jugar, bailar, y ver dibujos animados. Los niños palestinos lloran si se hacen daño, echan de menos a su madre, tienen hambre, tienen sed, y también tienen miedo. Y a quienes consideran que asesinar niños está bien si es por una buena causa, solo puedo decirles que no hay castigo divino ni humano que les sea ajeno.
La deshumanización del pueblo palestino promovida por unos cuantos mandatarios occidentales y millones de lacayos en todo el mundo es tan aberrante que se me hace imposible atender ni a media justificación. Venga de quién venga. Pero este genocidio no nos es indiferente. Cada día, compruebo cómo esta masacre está haciendo mella en el ánimo de muchísimas mujeres a mi alrededor. Algunas madres profesionales no publican nada desde hace semanas. Otras me repiten lo mismo, que están bloqueadas. Mis amigas me confiesan lo que muchas pensamos “cómo pude traer hijos a este mundo”. Y una chica me escribe para decirme que desde que empezó el genocidio hacia la población gazatí, ha empezado a plantearse si es buena idea tener un segundo hijo. Si algo nos revela esta barbarie es que ninguna madre puede proteger a sus hijos siempre.
En Gaza hay ahora mismo 50.000 mujeres embarazadas y 5000 de ellas darán a luz a lo largo de este mes de noviembre. Ellas tampoco tienen agua, ni comida, y muchas tendrán que ser sometidas a cesáreas sin anestesia, tal como asegura la propia ONU. La higiene es imposible y los hospitales están reutilizando materiales desechables. Tampoco hay médicos suficientes, ni matronas, y algunas mujeres paren entre los escombros. La asistencia sanitaria no llega a los recién nacidos que pasan hambre desde el mismo día de su nacimiento ya que muchas madres pierden la leche por el estrés. Preparar biberones de fórmula es casi inviable por la escasez de agua potable. Muchas de estas mujeres están ya enfermas o muy enfermas, y han visto morir a uno o a varios hijos. Algunas morirán en el parto sin conocer a sus bebés.
En un post de Instagram, la activista jurídica Noor Ammar Lamarty, aporta una lectura interesante sobre la reproducción de las mujeres palestinas como forma de resistencia a la ocupación de su pueblo, ya que mantener la población en medio de encarcelamientos, asesinatos y apartheid por sexos, ha sido clave para la causa palestina en el último medio siglo. Se calcula que esta estrategia de mantenimiento de la población empezó durante la primera intifada en los 90, cuando se produjeron más matrimonios y nacimientos que nunca. Hasta ahora, a los colonos la limpieza étnica no les había salido demasiado bien. Gaza es uno de los territorios más densamente poblados del mundo y la edad media de su población es de 17 años. Por eso, la violencia contra las madres y los niños y su aniquilación debe ser leída también como una forma ultra de violencia machista.
Durante lo más duro de la pandemia de la covid-19, nos decían que la vida siempre se abría paso en aquellos reportajes edulcorados con los que nos mantenían entretenidos para no deprimirnos en el calor de nuestras casas sin balcones. Pero hay algo más profundo en esa expresión, porque lo que se abre paso con cada nacimiento es la esperanza. Desde mi corazón de madre pienso en un futuro mejor para una población que en medio de su propia masacre, y con un enemigo mucho más poderoso, ha sabido abrirle los ojos al mundo cómo nunca antes. La causa palestina ya no le es ajena a nadie. Ellos y ellas nos han dicho, mirad a estos niños, y no hemos podido apartar la mirada. Los niños y las niñas de Gaza representan la esperanza de todo un pueblo y nosotros se la debemos a ellos. No nos cansemos de hablar de Gaza, porque el olvido y la indiferencia son las armas del opresor.
Estas son algunas de las ONG que ayudan a la infancia de Gaza y con las que podemos colaborar:
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