Opinión
Toni Cantó, madurito interesante
Por David Torres
Escritor
Toni Cantó dejó la actuación por la política, un cambio de escenario que los espectadores nunca le agradecerán bastante. No cabe duda alguna de que, ya sea en las tablas o en la pantalla, su registro dramático resulta bastante limitado: por lo general daba pena cuando intentaba hacer reír y hacía reír cuando quería dar pena. El público lo amaba incondicionalmente porque se trata de uno de esos actores que mejora cualquier película en la que no aparezca, aunque donde realmente gusta a la cámara no es de frente ni de perfil sino de culo y yéndose bien lejos, una característica cangrejil que ha mantenido a lo largo de su trayectoria política y que marcó el momento estelar de su carrera en televisión: poniendo la nuca a huevo para que la Sole le pegara una colleja.
Su papel de tonto al sol en Siete vidas fue premonitorio, no sólo por los efectos secundarios de tanta bofetada en la cabeza sino por la resonancia gatuna del título, que Toni adaptó como santo y seña de sus portazos y bienvenidas de un partido a otro. Fue de UpyD a Ciudadanos como quien pasa del vermú al vino tinto -al fin y al cabo tampoco había mucha diferencia-, pero cuando entró en el PP tuvo que tragarse de un solo golpe de mandíbulas todas las barbaridades que había ido soltando sobre actividades delictivas, chorizos de guante blanco y el organigrama de la formación al completo a la que una vez definió como “una máquina de corrupción masiva”. De hecho, la definición era tan correcta que Toni Cantó empezó a funcionar dentro de ella como un tornillo bien engrasado en la cadena de montaje de una charcutería: incluso le pusieron un chiringuito a la medida, la Oficina del Español, puesto que pocos como él habían denunciado la inutilidad y la rapiña de los chiringuitos.
En breve sacará a la venta un libro cuyo título constituye un resumen perfecto de su biografía: De joven fui de izquierdas pero maduré. Lo normal es que la gente evolucione y cambie de ideas a lo largo de las décadas, pero sus sucesivos e instantáneos cambios de chaqueta tal vez no sean tan aparatosos como supone el personal. Ya explicamos antes que no tiene un perfil bueno, ni de izquierdas ni de derechas, que él se limita a pirarse y ponerse al sol que más calienta. En la portada, al lado del título, hay una foto de la cara de Toni Cantó muy seria: lástima que la foto no se la hayan hecho de espaldas. Aunque mirándola atentamente, examinando a través de las facciones todas sus contradicciones, enmiendas y bandazos ideológicos, nadie podría decir que esa cara no sea una espalda.
En realidad, desde los tiempos de Pericles, nunca ha estado muy claro dónde termina la política y dónde empieza la ficción. A Abraham Lincoln lo mataron en un teatro y su asesino, John Wilkes Booth, tuvo tiempo de gritar una arenga casi sespiriana: Sic semper tyrannis! Con Ronald Reagan, los estadounidenses rizaron el rizo eligiendo y reeligiendo en masa a un payaso. A Toni Cantó es muy posible que lo haya poseído su personaje de Siete vidas y que haya madurado a collejas, como los aguacates cuando se caen al suelo. En cuanto al libro, a falta de una lectura en profundidad, podemos asegurar que ganaría mucho si la editorial se hubiera limitado a imprimir las tapas. La crítica más piadosa que podría hacerse sería aquella que le asestó Borges a un narrador novato: “Su novela, joven, decae al principio”.
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